Sequía en Navarra
Javier Galindo Parejo, presidente de Agricultores de Bardenas: "No vamos a cosechar"
Campos devastados o, en el mejor de los casos, con plantas de 15 centímetros pero sin grano sumen en un hondo lamento a los hombres del campo en la Ribera. “No ha llovido con sangre”, que es como decir sin el ímpetu necesario para el cereal

Publicado el 30/04/2023 a las 06:00
La lluvia del pasado fin de semana “mató el polvo del camino” en Fustiñana, pero ni de lejos llegó a caer con el ímpetu necesario para que empapase el campo. La tierra está reseca. Agrietada. El calendario dictado por la experiencia y la sabiduría del agricultor de la Ribera dicta que para San José ha de “llover con sangre”, es decir, con la humedad arrastrada del invierno. “Si no hay una lluvia decente, no hay cosecha. A poco que caigan 25 litros ya se puede hablar de tener asegurada media cosecha”. Pero ni esas. El medio centenar de agricultores de Fustiñana -de ellos, una veintena con dedicación exclusiva en el agro- esperó hasta el pasado día 10 para que el cielo se abriese y rociase los sembrados de cereal, agonizantes. Rebasado el límite en su agenda, elaborada a partir de la experiencia recibida de sus mayores, las expectativas se vieron frustradas. La resignación se impuso en una decisión razonable, que tuvo un efecto punzante en su ánimo. “No vamos a cosechar”, concluye Javier Galindo Parejo, presidente de Agricultores de Bardenas, sucesor hace 17 años del legado campesino su padre. Antiguo profesional de obras públicas, cubrió el vacío de quien llevaba por nombre Policarpo, “en griego, Muchos frutos”. El buen deseo contenido en su identidad quedará este año en añoranza o promesa para tiempos mejores, alejados de la sequía pertinaz que ahoga al campo y a sus gentes.
No yerra en su augurio el sucesor de Policarpo sobre el daño irreversible y de la ausencia este verano de las cosechadoras en la Ribera, desde Valtierra a los pueblos asomados al Ebro en la parte meridional de Navarra. “En Carcastillo, Santacara o Caparroso es probable que tengan cereal pero no van a sacar como otros años”, augura. La Bardena Blanca marcará un límite en el mapa de recogida.
Rogelio Rodríguez Alonso, presidente de la cooperativa San Isidro, de Cabanillas, coincide en su conclusión no deseada, aunque tajante. “Cosechar en Cabanillas, cero. ‘¡Como éste año...!”.
Siempre que un fenómeno excede de la monotonía y obliga a buscar respuestas por su carácter insólito, surgen las comparaciones. Javier Galindo, con 115 hectáreas sembradas entre las Parcelas de Fustiñana y la Bardena Negra, asegura que en los años dedicados a cuidar el campo siempre “ha recogido algo”. La excepción que confirmó en su caso particular la tendencia se produjo en una campaña que hubo “mala naciencia”. Traducido al lenguaje urbanita, “no llovió lo suficiente para que naciese” la espiga.
Sea como fuere, la decisión de aparcar la cosechadora, como se ha podido admitir en la Ribera sin la abundancia que procura el granero de la Cuenca de Pamplona, no había sido tan rotunda como hasta ahora.
PARCELAS DEVASTADAS
Hasta el más profano en los secretos del cultivo es capaz de advertir el mal que se extiende sobre campos golpeados por el soplo intenso del calor. “Los hay completamente devastados”, con la tierra cuarteada y polvorienta. En otros, con algo de mayor fortuna, el trigo se esfuerza por abrirse paso con tallos de “cinco centímetros, eso sí, sin que aún hayan hecho espiga”. La tercera categoría está representada por terrenos con la mies estirada hasta los quince centímetros, “espiga pequeña” y poca probabilidad de que se llene de grano. “¡Con estas calores!” -subraya Javier Galindo-, el panorama es desolador. “Para que pueda meterse la cosechadora, la espiga con grano ha de llegar hasta aquí”, explica con su mano a la altura de la rodilla. Traducido a otra medida, la rentabilidad se calcula con la obtención de, al menos, “90 kilos la robada”.
El labrador con oficio distingue aquellas parcelas expuestas al sol incesante e inclemente de aquellas otras protegidas en terrenos regados por la fuerza secreta de aguas subterráneas. Ni siquiera gozando de una privilegiada ubicación para las condiciones adversas existentes, tienen asegurado el fruto.
Descrita la situación, nada halagüeña, son muchas las consecuencias. Por de pronto, en el bolsillo de los agricultores. El momento -dice Rogelio Rodríguez, con 120 hectáreas en secano y 60 en regadío, amén de ganado- “es duro. Supone gastos. No ganancias y sí pérdidas. Si tienes ahorros pues bien, pero y ¿si no los tienes?”. El interrogante contiene una afirmación ya de por sí cruda para cuantos hayan tenido que realizar una inversión y recurrido a la solicitud de un préstamo.
Ángel Mari Sanz Moso es ganadero de Vidángoz, habitual de la trashumancia que traza una línea invisible con las Bardenas con el movimiento de rebaños de norte a sur y viceversa. El sector al que representa está directamente afectado por la escasez de lluvia. “Menos mal que se hizo una balsa en las Bardenas y hay agua”. El consuelo cede al malestar por el incordio de su ausencia fuera de los dominios del denominado parque natural y reserva de la biosfera. “En septiembre no tenía agua y ahora tampoco y, sin embargo, tengo que pagar casi 7.000 euros al Ayuntamiento por dos corralizas”, señala.
Las preocupaciones afloran en una improvisada conversación con Javier Galindo en las Parcelas de Fustiñana, a unos cuatro kilómetros de la Bardena Negra. La alternativa de la cisterna es fiable pero costosa. De utilizarla, el balance de gastos se incrementan con otros “1.000 o 1.200 euros”. A la vista de las circunstancias y las exigencias monetarias contraídas, duda de su conveniencia.
En la escala de los damnificados aparecen los consumidores, sin la suficiente consciencia quizás del encarecimiento de alimentos básicos, como el pan, que puede preverse e intuirse a partir de la crisis y el drama del campo. “Los precios se van a encarecer sí o sí. A menos producción, el precio se eleva”. Javier Galindo habla de la inflación y de los efectos que tendrá en su gráfica en línea ascendente la merma del rendimiento del cultivo.
Más que el daño económico pesa el desánimo. La procesión va por dentro en el sentir general. El silencio cede a una sonrisa forzada en el semblante preocupado del Presidente de Agricultores de Bardenas. La curva que describen sus labios detiene un torrente de emociones, recogidas en un “querer y no poder”. Días sin lluvia, noches en vela. “Si la economía está bien, estamos alegres. Si va mal, estamos abocados a una tristeza continua”.
Hasta la sabiduría popular, contenida en el refranero, no sirve de consuelo. Cierzo que almuerza y cena, para la quincena. Cielo empedrado, suelo mojado.
El cambio climático cuestiona certezas. “Está cambiando todo”. Jesús María Cervera Bona, “con 44 años en noviembre cotizando a la Seguridad Social” en calidad de agricultor de Cabanillas, siente como que el tiempo anómalo le haya arrebatado algo del alma. Su experiencia se concentra en el regadío pero, como observador que es del cielo y de la tierra, sufre por el estado que presenta el cereal a estas alturas del año. “No tiene brillo”, aprecia. “La planta necesita lavarse”, y los agricultores levantar el ánimo, herido por no llover con sangre.
El dilema del regadío: plantar o no plantar
Mantienen los regantes esperanza en el cielo para aclarar la incógnita que inquieta su mente. “A últimos de mayo habrá que pedir la simiente del brócoli y coliflor para plantarla en julio y agosto. Y no sabemos qué hacer. No nos podemos arriesgar”. La incertidumbre recorre las acequias, flanqueadas por terrenos donde crece la hierba y antes, cuando el agua era abundante, había también cosecha de maíz en una estrategia de doble aprovechamiento anual.
El trasvase del embalse de Itoiz al río Ebro, que extiende sus tentáculos por los canales de Lodosa, Imperial y Tauste en el sur de Navarra, regresa a las conversaciones del campo como medida utilizada en alguna ocasión extrema, como la actual. Además, siempre quedará el socorro de una tormenta. El tiempo te amuela, el tiempo te levanta. Rogelio Rodríguez Alonso echa mano del refranero para hablar de la dependencia de la meteorología, que bien puede arruinar los esfuerzos de un año de espera como bendecirlos con una cosecha rebosante.
Los hombres y mujeres del campo saben leer los signos del cielo, aunque las referencias ya no sirvan como antes por los quiebros del clima que mantienen al conjunto en un estado confuso y preocupante. “¡Fíjate qué paradoja!”, advierte a su interlocutor el presidente de la Cooperativa San Isidro de Cabanillas. “El año pasado nos pillaron las riadas del Ebro y éste igual no podemos regar”.
El canal del Tauste, que se divide en acequias en la localidad con una promesa de bendición, discurre estos días “con un 20%” reducido de caudal. Sin suficiente lluvia embalsada en Reinosa (Cantabria), en el nacedero del Ebro, tras un invierno rácano en nevadas copiosas, se han impuesto las restricciones de regadío. La periodicidad establecida alarga la frecuencia a 21 días en Cabanillas.
Dos dudas, que ocultan temores, asoman en Rogelio Rodríguez y Jesús María Cervera Bona. “En junio y julio, la planta no aguanta 21 días sin regar”, indican como advertencia. Ni qué decir tiene que la alcachofa requiere por necesidad acortar el plazo. Lo contrario es sinónimo de madurez y crecimiento aminorado.
Por el termómetro, que días atrás se situó en 30 grados, y las predicciones nada halagüeñas, su segunda incógnita es que en verano las restricciones vayan a más y abarquen una frecuencia mayor. “Sobre el 5 de junio tenemos que decidir si vamos o no a arriesgarnos”. En un momento de desconcierto, el tiempo avanza en la mente con celeridad.
Hombre de sentimiento aferrado a la tierra que cultiva, Bona revela su lado más pesimista. Ante la duda de plantar o no, se inclina a pensar en lo segundo. “Me están dando ganas -dice- de plantar algo de brócoli a últimos de septiembre y dejar las alcachofas para viejas... Y que sea un año lo que Dios quiera”.

"VAMOS A MÁS SEQUÍA"
La sequía está haciendo ya daño a los bolsillos. En una somera estimación, el agricultor veterano, de 65 años de edad, puede dejar en la cooperativa del orden de 26.000 euros al año, más “las rentas que hay que pagar al Ayuntamiento, más la Seguridad Social que hay que pagar todos los meses”. Su hijo, Andoni, sigue sus paso como agricultor joven y ha de hacer frente a exigencias económicas parecidas.
Cuando se le pregunta por su estado de ánimo, el rostro del padre se apaga. “Llevo seis o siete años muy desganado en la agricultura. Desanimado. Te ves impotente. Habría que buscar soluciones”, clama para que pueda invertirse la tendencia que cobra visos irreversibles de no haber un trasvase del embalse de Itoiz o mediar un milagro del cielo en forma de tormenta.
La realidad, con un 73% menos de lluvia caída en la zona de Tudela que lo habitual, altera al más templado. “Tengo miedo a ver este año una cabeza de lobo y el que viene dos”. La expresión es lo suficientemente gráfica para entender la inquietud del presente y del futuro no tan lejano. “Creo que vamos a más sequía”. La observación de quien pisa la tierra se torna en petición de ayuda para el agro.

A la orilla de Yesa
Un coche procedente de París que circula por la NA-2420 en dirección Pamplona se detiene en el arcén en el punto kilómetro 333, frente al embalse de Yesa. Sus ocupantes, Julien y Lucy, se bajan del vehículo con dos latas de refrescos y una mochila. Les sigue un perro llamado Reikiavik. Barren los alrededores con la mirada y se adentran por un terraplén que lleva a un camino erizado de ramas secas. Los tres caminan juntos sobre una tierra cuarteada que se hunde a medida que se acercan a la orilla. Atraídos por los reflejos turquesas, se sientan sobre un tronco que parece empujado tras un naufragio. Se escuchan pájaros, motores, hasta grillos. Curioso lugar para contemplar la puesta de sol. “¿Hasta dónde suele alcanzar el agua?”, preguntan, sorprendidos al comprobar que han caminado sobre el fondo del embalse. “En Francia nos está ocurriendo lo mismo. El otro día visitamos Verdun y el lago se estaba secando”. Suspiran. El perro va y viene pendiente de dos vecinas de Pamplona que se fotografían un poco más allá. Es la primera vez que pisan la orilla de la sequía , admiten Itziar Iriarte y Marian Lerga, ambas de 20 años. “Todo esto está muy seco. Da mucha pena, pero es un lugar tan tranquilo. Ayuda tanto a desconectar”. A las 20.25 horas, el turquesa desaparece y el sol prende la otra arista del pantano. Se enciende como una antorcha. El naranja. La luz aplaca la sed. Julien, Lucy y Reikiavik recogen y continúan su viaje.
