Froilán es el tipo con el que hay que salir en Madrid
En lo que se refiere a figuras del romanticismo, los franceses tienen a Paul Verlaine bebiendo absenta en la mesa de la esquina del Café François de París: “Ojo y símbolo. Agua. Absenta. Escuchar reclinado el ruido de la conversación de la gente en el café. El ruido de la piel del asiento que cruje cuando me muevo. El blanco del papel. La piel de un joven. La luz de las palabras. El místico recuerdo. El frío de la prisión”. Digo que los franceses tenían a Verlaine bebiendo absenta en un café de París y nosotros a Froilán de Marichalar saliendo según cuentan de un after ilegal en la trasera de una mega sauna cerca del Bernabéu en la que se incautaron armas blancas y cocaína rosa. Solo les faltaban unos carteles de toros.
Si hubiera aparecido en la prensa una lista con todos los tugurios de los que salía yo cuando salía, andaría la gente pidiendo mi ingreso en Nanclares de Oca. Con la tuna de Pamplona, lo mismo dormíamos en el coche que bebíamos champaña con Carolina de Mónaco en una fiesta privada de Biarritz. A Froilán ya lo cogieron en un tiroteo en una terraza de copas y en una pelea con armas en la puerta de una disco, y ahora en este local que aparece en las fotos en la encantadora quietud visual de los antiguos fumaderos de opio. Froilán es el tipo con el que hay que salir en Madrid. Como me rompí los aductores, he cogido unos kilos.
Ahora voy a la piscina y si cruzas mis datos de peso y mis marcas de natación, te sale que soy la ballena asesina. Vaya, que nado torpemente los calmados remolinos de las aguas de los 40 -mi lomo está cubierto de conchas con las citas del dentista de las niñas, la póliza del seguro del hogar y una llamada pendiente al oftalmólogo-. Cuando dijeron que en 2020 pandemia ya se podía salir de noche, me di cuenta de que no salía de noche desde 2019, así que me queda maravillarme con esos aparatos que fuman los chavales que se llaman cachimbas y a las que no les encuentro la gracia, será que ya no tengo la edad.