"Héroes de chichinabo"
Los animalistas franceses retiraron en el último momento la proposición para prohibir las corridas de toros en Francia. Sucedió justo antes de que se abriera el debate en la Asamblea Nacional. Les salía a perder, así que se repucharon en el peto y salieron sueltos del puyazo. Buscaron la puerta de toriles, el campo, el refugio y el hogar, y en el fondo sentimos la vergüenza de cuando ves a alguien venirse abajo. Porque no tomaron ni la primera vara. Mientras bañábamos a los niños y mirábamos de reojillo la sesión parlamentaria en la pantalla del móvil, a esa hora en la que todo estaba en juego, el tendido olía como a champú infantil y a lavanda de la Camarga y se tambaleaban la civilización -¡nuestra civilización!-, nuestro patrimonio, nuestros recuerdos, lo que hemos sido y lo que en definitiva somos. En ese momento que era el ocaso mismo de todos los pueblos del Mediterráneo, en ese instante cantó la gallina el diputado Caron y retiró la propuesta. Al filo de la noche de los tiempos, en el momento preciso en que estaban a punto de pasarnos por lo alto todos los malditos imperialismos urbanitas de Occidente, de pronto mansearon los antitaurinos animalistas franceses y se fueron de najas como auténticos moruchos. Entonces sonreí con el punto de melancolía que tienen todas las victorias, y pensé que ojalá hubiera escrito la crónica de la tarde el gran Mariano Pascal Lizarraga. Piensan que los aficionados a los toros acudimos a disfrutar de la muerte del animal, y no es verdad, pues los aficionados vamos a la plaza a presenciar nuestra propia muerte, o al menos cómo nos gustaría que fuera o que fuéramos en ella. Cuando uno ve a un toro venirse de largo a la tercera vara a darse con el muro del caballo, a sentir en el morrillo el fuego de la puya que ya ha conocido, entonces uno comprende que cabe la grandeza. Cuando un toro muere en bravo nos estremecemos y en el fondo sentimos que existe la posibilidad del honor, incluso para nosotros. Y por eso cuando un toro es manso, nos da cosa porque nos recuerda que nadie está a salvo de una muerte en la deshonra, ni siquiera los salvadores del mundo convertidos ayer al fin en verdaderos héroes de chichinabo.
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