Rachel Maestu: "Es importante pensar qué voy a sacar de esto, en lugar de preguntarme por qué a mí"
Rachel Maestu, lerinesa de 38 años, cuenta en primera persona cómo está viviendo su cáncer de mama


Cáncer. Una palabra escrita “en negro y mayúsculas” para Rachel y Roberto, pero sobre todo para ella, que se sometió a una mastectomía el pasado martes 17 de octubre. Nueve días después, comparte con valentía su historia. Su abuela también sufrió el “tsunami”, como ella lo llama, y después su madre y su suegra. Hace unos días, su hija Izare, de 4 años, le dijo muy seria que ella “no quería tener pupu en la teta cuando fuera mayor”. Despertó así uno de los mayores temores de Rachel.
Los lerineses Rachel Maestu, de 38 años, y Roberto Goroskieta, de 39, ambos vecinos de Villava, relatan, con una dureza que causa estupor, su relación con el cáncer. El “tsunami” - “algo que aparece de repente y te destroza todo lo que has ido construyendo hasta el momento” - llegó a sus vidas hace 25 años, de la mano de su abuela. “Cuando tenía 7 u 8 años, sabía que a mi abuela le faltaba una teta, y que se quitaba y ponía la prótesis cada noche. Nada más. Ni oí la palabra cáncer ni sabía lo que era”, explica.
La palabra le golpeó de nuevo, esta vez el 12 de febrero de 2011, fecha en la que su madre supo que tenía cáncer de mama. “Recuerdo perfectamente el momento. Ella tenía 58 años y faltaban tres meses para mi boda”. La mujer, acostumbrada a vivir sola, quiso mantener a sus hijos alejados del proceso del duelo. “Mi rol fue el de inyectarle esperanza; hacerle ver que había vida después del cáncer”, cuenta.
Otro 12 de febrero -una fecha maldita para su familia-, esta vez en 2017, Rachel descubre un pequeño bulto en el pecho. “Todo empezó de la noche a la mañana. Roberto y yo disfrutamos de una noche en pareja que recuerdo mágica: fútbol en El Sadar, cena, bailes y cubatas. La mañana siguiente mi marido me puso la mano en el pecho porque creía haber visto un bulto. Efectivamente, ahí estaba; muy pequeño, pero se notaba. Fue la primera vez que lo palpé”, relata, emocionada.
Llegaron entonces los nervios y las pruebas. Rachel recuerda una en especial, aquella en la que se le habló por primera vez del cáncer. “Hasta ese momento no había preguntado nada a ningún médico y, de repente, me dijo: “Rachel, te voy a ir comentando”. Pensé: “Pero, ¿qué me va a comentar, si no le he preguntado nada?”. Y entonces, siguió: “Rachel, el bulto no tiene muy buena pinta y puedo ver los ganglios inflamados”.
Tuvo que aguardar una semana para conocer los resultados, “pero en la espera ya no había esperanza”, explica. Fueron sólo siete días, pero los vivió “como los más largos de su vida”. Cuando las pruebas confirmaron lo que ella ya intuía, su pensamiento le llevó directamente a su marido. “Su padres enfermos y ahora su mujer. Es muy duro”, cuenta.
El “tsunami” llegó para quedarse. “Sentí la muerte como nunca antes lo había hecho. Me pregunté entonces dónde quedaba aquella esperanza que conseguí transmitir a mi madre en su enfermedad. Se había esfumado”, confiesa.
Pero no fue del todo así. Tras un duro tratamiento de quimioterapia para reducir el tumor, una mastectomía posterior y a la espera de las sesiones de radio, Rachel se muestra hoy valiente. “Cuando te toca una enfermedad como esta te sale vivirlo en soledad, pero no; hay que saber compartirlo con las personas que te quieren. Es importante pensar qué voy a sacar de positivo de todo esto, en lugar de pensar por qué a mí”. Admite haber sentido mucho miedo, pero “está aprendiendo a vivir con ello”.
Cuando Rachel habla de compartir su enfermedad con los que la quieren, también incluye a sus hijos. “Comunicar el diagnóstico a mis niños fue sin duda uno de los momentos más difíciles. Pero llegó el día en el que estaba preparada, y me senté en el sofá con ellos a leer el libro '¿Qué te ocurre, mamá?, de la psicóloga Sonia Fuertes. Gracias a él los niños entienden el proceso que va a atravesar su madre. Fui leyendo página por página. Con apenas 4 y 2 años, lo entendieron, cada uno a su manera”, sonríe.
La naturalidad con la que los niños comprendieron su enfermedad mejoró la rutina familiar. “Cuando llegué a la página en la que se explica que hay que quitar la mama, mi hija, con ingenuidad, me contestó: “Si te quitan la teta, ya te saldrá otra, como con el pelo”, recuerda.
Semanas después, la niña la volvió a sorprender. Esta vez, sin embargo, las palabras de Izare hicieron aflorar sus mayores temores. “Oye mamá, yo no quiero que me pase lo que te ha pasado a ti en la teta. Se me vino el mundo encima”.
Mientras Rachel comparte esta historia no está sola. Su marido Roberto, emocionado y con una mirada de admiración hacia la que es desde hace 6 años su mujer, se sienta a su lado. Le toca hablar de lo que supone que su pareja tenga cáncer de mama, pero la emoción le supera. Sin palabras, coge a Rachel de la mano y juntos reanudan su nueva especialidad: disfrutar de los pequeños grandes momentos de la vida.