Osasuna
Oier y 10 más
En la historia reciente, no se habrá entendido un Oier sin Osasuna, pero tampoco un Osasuna sin Oier. Intocable para sus entrenadores, respetado en el vestuario, polivalente ante cualquier situación. Se marcha un capitán de los de siempre. Pura raza

Actualizado el 10/05/2022 a las 07:22
Abramos la puerta del vestuario de Osasuna en diciembre de 2007. Ziganda dirige a una plantilla que unos meses antes ha alcanzado las semifinales de la UEFA. Los bastiones son Cruchaga, Puñal y Josetxo, hoy parte de la historia. Es semana de Copa. Viene el Mallorca. Fiel a su costumbre de mirar a la base, el Cuco llama a un joven de 21 años. Es Oier Sanjurjo, que antes de lucir el dorsal 29 se pasa dos noches sin dormir. “Me daba vértigo y apuro. Era un reto muy grande. No sabía si iba a estar preparado. Mis referentes eran los de casa y de repente, un día estaba en el mismo vestuario”.
Aquella noche era la primera de un castillo gigantesco de partidos. Oier veía impensable llegar a ser como ellos, pero su trayectoria le ha confirmado con creces en esa estirpe. Ese futbolista navarro que a base de honradez, raza y esfuerzo equilibra el déficit de talento y se va ganando la confianza de compañeros y entrenador. Ese debut sería una premonición. Comenzó en banda izquierda, pasó a la derecha y acabó de pivote. Se forjaba la leyenda de un jugador polivalente capaz de adaptarse cada año a cualquier hábitat. Lateral, central, mediocentro o media punta. Por un costado o por el otro. Siempre con el mismo sacrificio. Su cara roja cuando acaba los partidos es el resultado del desgaste. Formando ataque con Juanfran, Sola y Pandiani, curioso fue que ese día aguantara un esguince de tobillo gracias a la adrenalina de pisar ese césped. Pocos obstáculos le han frenado en su carrera. Estuvo cuatro semanas parado después.
La presencia de Camacho apartaba la irrupción de los de abajo. Oier se quedaba sin sitio. Tomó entonces una de las decisiones más acertadas. Respirar otro aire, el de Vigo, y crecer a nivel humano y profesional. Subió su autoestima. Fue pieza importante de aquel Celta que ascendió. Había ganado en confianza con el balón. Mendilibar le dio acomodo en su vuelta. Era un Oier para siempre en Osasuna. Pasaba de ser defensa de celeste a centrocampista rompedor, incluso por detrás del delantero para la presión. Nervio, sentido común, inteligencia, físico... Asomaba un futbolista que veía a Puñal como un espejo. Compartieron habitación. Abría los ojos en el aprendizaje.
Con Javi Gracia no conectó, pero Martín le hizo sentir la plenitud con su varita emocional. Sufría viendo a un Osasuna al borde de la desaparición mientras era castigado por una grave lesión de rodilla al comenzar ese periplo infernal por la Segunda. No tuvo reparos en bajarse el sueldo, tampoco su gran amigo Roberto Torres. Estuvieron a las duras. Su corazón hacía latir al de Osasuna. Aunque en un arrebato de sinceridad, aclaraba en una entrevista con este periódico: “Quiero hablar claro. Quizá la gente dirá: ‘Qué detalle tuvieron’. No quiero quitarnos esa parte de reconocimiento. Para que el club no desapareciese y que no hubiese denuncias, asumimos que tocaba eso. Ahora bien, es honesto decir de mi parte que si hubiera tenido una oferta con el triple de dinero de lo que me daba Osasuna, me hubiese ido. Me quedé en esas condiciones que pensaba que eran adecuadas y sabiendo que ese esfuerzo sería recompensado en el futuro. El club ha tenido memoria”.
Le quedaba por delante un camino del que disfrutar: dos ascensos y el crecimiento de un ejemplo para la cantera y la afición. No ha sido el más rápido, el más fuerte, el que mejor va de cabeza, el que mejor toca el balón. Pero ha cumplido en todo. Martín hizo célebre la frase ‘Oier y 10 más’, pero la podía aplicar cualquiera que le dirigió. Intocable. El de Campanas le colocaba en el carril derecho sobre todo. Era la navaja suiza. Con Diego Martínez volvió a ser central titular. Antes, un paso horroroso en Primera donde recibió unas críticas infundadas por haber participado en la marcha de Caparrós. “Me duele mucho, siempre me parto la cara por este club”. Nunca se ha escondido para hablar ni para representar al club. Ha sido la imagen de Osasuna, eslabón de una cadena de capitanes que nunca puede estar en peligro de extinción.
LA VOZ DE LA PANDEMIA
El 6 fue llenándose el saco de partidos. Se hizo vital en el centro del campo con Arrasate. En ese año mágico del ascenso, regresaba ese guerrero a campo abierto en la ida y vuelta dentro de una nueva propuesta donde encajaba. Su jerarquía era mayor. La hinchada coreaba el “Oier, Oier” con más frecuencia. Rara vez se ha perdido un entrenamiento. Siempre disponible y dispuesto a empujar. Sin redes sociales ni tatuajes. Volvía Osasuna a Primera y no acusaba el salto. Los dos primeros años seguía siendo importante. Brazalete del Centenario, sonaba su voz grave en aquellos partidos en soledad en El Sadar en plena pandemia. Puro mando, como el que tuvo para liderar una situación de crisis esta temporada en la conjura antes del Cádiz.
No han sido muchos goles, pero podrá decir que ha marcado en La Romareda y en San Mamés, alzando como en tantas ocasiones en señal de rabia su brazo con el puño apretado. Una estampa propia de un jugador con ADN de la institución. Compartía generación con Raúl García y Nacho Monreal, pero a falta de clase le sobraba sangre y compromiso. Aquel chaval que llegaba a Tajonar del Izarra con 17 años y llegó a ser cedido al Burladés no soñaba con alcanzar semejante trayectoria y ganarse tanto respeto. Pesa tanto que deja en insignificantes los sinsabores por los que ha atravesado este curso, donde su participación ha caído en picado y su futuro se ha tratado en un clima innecesario de confusión. En la historia reciente, no se habrá entendido un Oier sin Osasuna, pero tampoco un Osasuna sin Oier.