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Navarros que dejaron huella

Tiburcio de Redín, militar y misionero capuchino

Las dos facetas, militar y religiosa, de Tiburcio de Redín (1597-1651) hacen de él uno de los personajes representativos de la Navarra del siglo XVII

Ampliar Tiburcio de Redín
Tiburcio de Redín, pintado por Juan RicciArchivo
  • Luis Javier Fortún
Publicado el 13/06/2022 a las 06:00
Un poco más de medio siglo le bastó a Tiburcio de Redín y Cruzat para cuajar una completa biografía, que mezcla una brillante trayectoria militar al servicio de la Monarquía española y una activa vida como misionero capuchino. La conjunción de ambas facetas hace de él un personaje representativo de la Navarra del siglo XVII y de los ideales políticos y religiosos que inspiraban a su sociedad en aquella época.
LOS REDÍN, MILITARES Y JURISTAS
Los Redín fueron una familia que a través de siete generaciones y en el plazo de dos siglos, del XV al XVII, pasaron de la baja a la alta nobleza. Lo hicieron en tres saltos y dedicándose al oficio militar, al servicio de los reyes de Navarra y de España. Una rama secundaria se dedicó a la Administración, antes y después de 1512, y colaboró en este ascenso.
A principios del siglo XV se detecta el inicio del ascenso social de la familia. En 1421 Gil Martínez de Redín figuraba como alcaide del castillo de Irulegui. Su hijo Martín Gil de Redín se titulaba señor del palacio de Redín, pero ni el ni sus sucesores fueron señores del pueblo. Necesitaba ser dueño de un señorío para ascender a la nobleza media. En 1453 Juan II le concedió el señorío de Bigüezal (valle de Romanzado) y en 1456 compró a la corona el término de Adurraga, cercano a Aldaz (valle de Larraun). En la quinta generación su sucesor Juan de Redín fue llamado a Cortes en el brazo nobiliario desde 1549. Estuvo casado con su prima María de Redín y Caparroso, nieta y bisnieta de otros Juanes de Redín, miembros del Consejo Real de Navarra antes y después de 1512.
En la sexta generación se sitúa Carlos de Redín, que sirvió a Felipe II como militar en Flandes e Italia, participó en la batalla de Lepanto (1571) y murió en 1597.
LOS CRUZAT, MERCADERES Y BANQUEROS
Las noticias conocidas de los Cruzat remontan al siglo XIII, encabezadas por Aimar Cruzat, rico comerciante del burgo de San Cernin. Le sucedieron al frente del clan y de sus negocios tres generaciones con el nombre de Berenguer y otras dos con el de Martín en los siglos XIV y XV.
Al segundo Martín, casado con Catalina de Atondo, le sucedió Juan, casado a su vez con María Pérez de Jaso, de la que tuvo nueve hijos. El mayor de ellos, Lope Cruzat, casó con Catalina de Elizondo y fueron padres de 14 hijos, entre los que se encontraba Isabel Cruzat, que prefirió utilizar como segundo apellido Atondo, el de su bisabuela.
Al parecer, un hermano de Lope, Bernal Cruzat, consiguió el señorío de Oriz y construyó la casa-palacio donde se plasmaron los frescos de grisalla que rememoran la batalla de Muhlberg (1547) y hablan de la participación de la familia en los ejércitos de Carlos V y Felipe II, que en 1592 se alojó en ella.
LA FAMILIA DE CARLOS DE REDÍN E ISABEL CRUZAT
Contrajeron matrimonio en 1582 y tuvieron nueve hijos, de los cuales cuatro fueron varones: Juan (1584), Miguel (1588), Martín (1590) y Tiburcio (1597). La prematura muerte de Carlos (1597) dejó la crianza y educación de la numerosa prole en manos de su mujer Isabel, persona de gran carácter e incluso adusta. El mayor de los hijos, Juan, heredó los títulos y señoríos de la familia, pero renunció a ellos para profesar como benedictino en el monasterio de Oña (1604). Enseñó filosofía y teología en Oña e Irache. Fue abad de Oña (1637) y murió en 1642, cuando se preparaba su nombramiento como obispo de Puerto Rico. La herencia familiar recayó en Miguel, que, como su padre, siguió la carrera militar en Flandes, Italia y las Indias. Fue maestre ce campo de la Armada y caballero de Calatrava. Sus éxitos militares hicieron que Felipe IV le otorgara el título de barón de Bigüezal (1631), que su padre y su abuelo pretendían y habían utilizado de facto. Murió en un combate naval cerca de Puerto Rico (1633).
El tercer hijo, Martín, tuvo una trayectoria todavía más brillante. Profesó en la Orden de San Juan de Jerusalén o de Malta (1609) y ocupó el cargo de Gran Prior de Navarra (1631-1652). Inició su carrera militar en Italia (1613-1617) y luego pasó a Alemania. A partir del estallido de la guerra con Francia fue maestre de campo en Navarra (1635-1638) y fortaleció su muralla norte (baluarte del Redín) y luego en Cataluña (1640-1641). Fue también capitán general de Galicia (1642-163) y virrey de Sicilia (1656-1657). Culminó su carrera como Gran Maestre de la Orden de Malta (1657-1660). Una lápida en la fachada del palacio familiar de la calle Mayor pregona sus méritos y luce su escudo cuartelado, que alterna la cruz de Malta y la cruz propia de la familia.
MILITAR EN ITALIA (1612-1619)
En este contexto de padre y dos hermanos dedicados al oficio militar, no es de extrañar que el último hijo, Tiburcio, nacido el 11 de agosto de 1597, se dedicara también a las armas y lo hiciera muy tempranamente. Con tan sólo 15 años, en 1612, marchó a Italia, para formar parte del ejército que defendía los intereses del rey de España, Felipe III. Allí coincidió con su hermano Miguel. El enemigo era el duque de Saboya, que pretendía ampliar sus dominios de Piamonte y en 1613 atacó el vecino ducado de Milán, la joya más preciada de la corona española en el norte de Italia. Aunque fracasó, reanudó pronto la guerra. Los españoles cercaron Vercelli y en su conquista tomaron parte los dos hermanos Redín. Tiburcio se distinguió al impedir que un convoy saboyano socorriera con pólvora a los sitiados. Una vez tomada la plaza, resistieron el contraataque saboyano y Tiburcio cayó herido en esta refriega, pero volvió a acreditar un valor que le hizo famoso. Acabada la campaña en 1617, Miguel volvió a España, pero Tiburcio permaneció en Italia hasta 1619, encuadrado en las tropas del maestre de campo Manuel Pimentel.
BUSCANDO PENDENCIAS Y HONORES (1619-1624)
Como podía ocurría con un joven militar valiente y exitoso, Tiburcio de Redín se convirtió en un hombre arrojado y caballeresco, pero también fanfarrón, agresivo y libertino. También era aficionado a lucir galas y adornos, en consonancia con la gallardía de su juventud. Nunca se olvidó de su tierra y en Madrid, cuando la creyó ultrajada por unos cómicos, no dudó en saltar al escenario y acuchillarlos.
También persiguió el reconocimiento social, religioso y político. Como su hermano Martín era miembro de la Orden de Malta, y su hermano Miguel había conseguido un hábito de Calatrava, Tiburcio pretendió un hábito de caballero de Santiago, que Felipe IV le concedió por real cédula de 4 de marzo de 1624, cuando era un soldado que no había cumplido 27 años.
MARINO DE GUERRA EN EL ATLÁNTICO (1622-1635)
En 1622 fue nombrado capitán provisional de mar y guerra y, al frente del galeón Espíritu Santo, cruza el Atlántico para traer perlas de isla Margarita. En 1624 fue nombrado capitán con carácter definitivo, y en 1627 se le asignó el mando de una compañía del Tercio de Armada en la flota de Indias. Dos años más tarde recibió el encargo de limpiar de piratas franceses e ingleses algunas islas del Caribe.
Los éxitos que cosechó se tradujeron en reiterados nombramientos al frente de compañías y navíos. En 1633 logró recuperar la isla de San Martín, en el archipiélago de Barlovento. Meses más tarde su hermano Miguel murió luchando en Puerto Rico y Tiburcio pasó a ser barón de Biguezal y propietario de las posesiones familiares en Navarra.
En 1635 se le nombró gobernador de una nueva armada que se quería crear en el Mediterráneo, pero la oposición del conde-duque de Olivares hizo fracasar el proyecto. Sin autorización real, Tiburcio abandonó Madrid y viajó a Panamá, donde se le apresó y se le remitió a España, pero como capitán del barco en que venía preso. En esa condición logró apresar a un barco pirata holandés y lo condujo hasta Cádiz.
EN ESPAÑA, ENTRE EL MAR Y LA TIERRA (1635-1637)
Son dos años de cambios rápidos y enfrentamientos con sus superiores, que demuestran un talante difícil, resolutivo y eficaz cuando mandaba una unidad militar, pero escasamente preparado para aceptar una autoridad superior que estuviera próxima.
La hazaña le granjeó el perdón real y en octubre de 1635 fue nombrado gobernador de la Armada de Cataluña. Las desavenencias con el duque de Fernandina, virrey de Cataluña, le obligan a renunciar al puesto en marzo de 1636.
Volvió a Navarra y, ante el intento de invasión francesa, fue nombrado maestre de campo a las órdenes del virrey de Navarra, marqués de Valparaíso. En febrero de 1637 fue destituido. Pero sus dotes militares le hacían necesario y dos meses más tarde fue nombrado general de la primera flota de Tierra Firme. Para cumplir este encargo, que suponía cerrar la etapa española y volver al Atlántico, se dirigió a Madrid.
RIQUEZA, RETRATO Y TAPICES
Las rentas de sus posesiones y, sobre todo, sus salarios militares le permitieron acumular riquezas, que invirtió en objetos de lujo, como pinturas, tapices y objetos de plata. Fray Juan Ricci lo retrató en torno a 1635 ricamente ataviado como maestre de campo con fajín, casaca y valona con puntillas. Correaje terciado sostiene el sable, mientras que sombrero y botas acentúan la imagen militar. El damasco que cubre la mesa recoge cuartelados los escudos de armas de Redín y Cruzat. El lienzo al óleo hoy se encuentra en el Museo del Prado.
Si se confirma la reciente propuesta de Amaia Vicente, Tiburcio de Redín habría adquirido los siete tapices de la serie del Triunfo de la Eucaristía, tejidos en Bruselas - Bravante por el taller de Frans van den Hecke copiando diseños de Rubens, que se han restaurado y se exponen actualmente en el Archivo General de Navarra. Se basa para la atribución en la donación que hizo al Hospital General de Pamplona antes de profesar como capuchino (1 agosto 1638), en la que incluyó “una tapizeria de raz de siete u ocho paños de figuras grandes”. Es una hipótesis atrayente, pero resulta difícil que esta copia se hiciera casi inmediatamente después de que los originales fueran enviados por la infanta Isabel Clara Eugenia a las Descalzas Reales de Madrid. Éstos costaron 100.000 florines y es difícil pensar que Tiburcio de Redín tuviera capacidad para gastar ni la décima parte de esa cifra en una copia de la serie.
CONVERSIÓN E INGRESO EN LA ORDEN CAPUCHINA (1637)
Durante su estancia en Madrid un lance caballeresco provocó su conversión. El pueblo de Madrid consideró un despilfarro la asignación de 48.000 ducados hecha por Felipe IV a su primo Tomás de Saboya, príncipe de Carignano, que dirigía el ejército español en Flandes. Por eso armó una trifulca en la Puerta del Sol al paso de la mujer del príncipe, la francesa María de Borbón-Soissons. Tiburcio, que estaba presente, acudió en socorro del carruaje de la dama, pero recibió una fuerte pedrada en la cabeza que le hizo perder el sentido.
Se pensó en una fractura en la base del cráneo y los médicos temieron su muerte. No recobró el conocimiento hasta el día siguiente. La proximidad de la muerte le hizo repensar el sentido de su vida y reabrió dudas que albergaba desde hacía siete años. Pidió consejo a los capuchinos de San Antonio del Prado en Madrid y se retiró a Pamplona. La reflexión siguió su curso en su entorno familiar y se encaminó al convento capuchino de San Pedro Extramuros, donde pidió ingresar como hermano lego. Debatió su caso con el superior, quien le exigió pedir perdón al obispo de Pamplona y al virrey de Navarra por las disputas que anteriormente había tenido con ellos. Venció toda resistencia y el 26 de julio de 1637 fue admitido en el noviciado capuchino de Tarazona.
FRAY FRANCISCO DE PAMPLONA EN ESPAÑA (1637-1644)
Fue duro transformar a un soldado en fray Francisco de Pamplona. Hubo que transformar la testarudez en fortaleza, y la violencia en celo por las almas. Había que doblegar los vicios que habían presidido cuarenta años de vida: la lujuria y la soberbia. Lentamente se fue haciendo amable con el prójimo y duro consigo mismo.
En agosto de 1638 hizo su profesión en Zaragoza. El paso requería renunciar previamente a todos sus títulos y bienes. Hizo testamento el día 1, en el que transmitió sus títulos y bienes a su hermana Rosa, casada con don Fausto de Lodosa, señor de Sarría. Entregó legados a las parroquias de Pamplona, al colegio de los jesuitas en Tarazona y 15.000 sueldos a la Orden Capuchina para fundar un convento en Tafalla. Legó al hospital de Pamplona sus muebles, candelabros de plata y, como se ha dicho, sus tapices.
Fue destinado al convento de Peralta, luego al de Tudela y finalmente volvió al de Zaragoza. Sólo retornó transitoriamente a Pamplona para despedirse de su madre, que murió en septiembre de 1642.
La vocación misionera que sentía en su interior fray Francisco de Pamplona, que deseaba imitar al paisano recién canonizado, San Francisco Javier, se vio alentada al conocer en Zaragoza a un grupo de capuchinos italianos que volvía de Lisboa, donde se les había impedido embarcar para el Congo (febrero de 1642). Fray Francisco de Pamplona les propuso cambiar el sentido de la expedición misionera, convirtiéndola en española, y se ofreció a gestionar el apoyo de Felipe IV, a quien conocía. A su vez el proyecto exigía la aprobación directa de la Congregación de Propaganda Fide, pues actuar en el Congo desde España era quebrar el monopolio misionero en África, asignado al Patronato de la corona portuguesa en el siglo XV.
Tras conseguir el permiso romano fue preciso organizar y financiar la expedición de capuchinos italianos y españoles. Fray Francisco de Pamplona y varios capuchinos fueron recibidos en audiencia por Felipe IV, que quería comprobar en qué se había convertido el famoso soldado y marino. Le preguntó cómo había podido abandonar el ejército que en tantas glorias había conseguido: “¿Es que España y el rey no tenían derecho a esperar de vos mayores servicios?”. Fray Francisco respondió que siempre sería su servidor: “Si he abandonado vuestro servicio es para entrar al servicio del Rey de Reyes”, a quien esperaba servir tan bien como había servido al monarca. Después de abrazarle, Felipe IV le aseguró la concesión de autorizaciones para el viaje y le entregó un Lignum Crucis para la nueva misión y una limosna de 1.000 escudos.
En el viaje hacia Sevilla y en la propia ciudad muchos querían comprobar si era cierta la transformación del soldado pendenciero en un humilde lego. Y varias anécdotas acreditan ese interés, así como alguna tentación que tuvo de volver a utilizar su fuerza ante alguna provocación.
ORGANIZADOR DE MISIONES EN EL CONGO (1645-1647)
El barco zarpó de Sanlucar de Barrameda el 20 de enero de 1645. El capuchino italiano que dirigía la expedición misional escribió a la Congregación de Propaganda Fide que el éxito del viaje se debía al hermano lego, que era “el mayor caballero que ha tenido España, amado del rey y de la corte”. El viaje duró cuatro meses, porque era preciso aproximarse a Brasil para utilizar los vientos alisios. Cuando estaban próximos a la costa congoleña fueron atacados por un pirata holandés. Fray Francisco se armó, asumió la dirección y distribuyó a la gente en orden de batalla. Cuando se acercó la chalupa de abordaje, provocó grandes ruidos en la bodega, para simular la presencia de un gran contingente de tropa, y logró que los piratas desistieran del abordaje.
Como había habido alguna presencia de misioneros portugueses, los congoleños recibieron bien a los doce misioneros capuchinos. El éxito logrado hizo que el superior enviara a España en dos ocasiones a recabar nuevos misioneros. En la segunda un barco inglés los depositó en Londres, donde fue detenidos y liberados por la intervención del embajador español. Recorrieron Francia a pie. Desde Zaragoza el Hermano Francisco fue a Roma y rechazó los cargos que le ofreció el papa Inocencio X. La enemistad hispano-portuguesa hizo que la Santa Sede buscara un acuerdo directo con Portugal y los capuchinos españoles acabaron abandonando la misión del Congo.
ORGANIZADOR DE MISIONES EN VENEZUELA (1647-1651)
Su ímpetu misionero se orientó hacia Venezuela, tierra asignada a los capuchinos. Zarpó de España a finales de 1647 y llegó a su destino a principios de 1648. La actividad misional fue incesante, coordinada por el Hermano Francisco de Pamplona, que no era sacerdote, pero tenía dotes de organizador y energía para construir iglesias y fundar ciudades, como Angostura, actual Ciudad Bolívar.
En 1649 hizo un viaje a España y consiguió permiso para implantar una misión en las islas de Barlovento, pero la ocupación francesa de isla Granada obligo a los misioneros a dirigirse hacia Venezuela, para reforzar a los allí desplegados.
La eficacia del capuchino navarro provocó las calumnias de comerciantes logreros y de gobernadores corruptos, a quienes estorbaban los misioneros. Fray Francisco creyó necesario volver a España para dar explicaciones ante el Consejo de Indias. Inició el viaje en Cumaná, pero una tormenta y su voluntad de no desprenderse del hábito mojado le provocaron una fuerte pulmonía. Tuvo que desembarcar en La Guaira, donde falleció el 31 de agosto de 1651.

Luis Javier Fortún Pérez de Ciriza es doctor en Historia. Académico correspondiente por Navarra en la Real Academia de la Historia

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