Con la mochila
Una escapada hasta el sanatorio abandonado que acogió a niños navarros en el siglo XX
Ubicado en la isla de Pedrosa, en Santander, cuentan que este lugar está embrujado

- Andrea Incera
Bueno. Ha llegado el momento de confesarse en este nuevo año que nos ha entrado estrepitosamente. Dentro de esta carismática carcasa de rizos pelirrojos, cazadora de cuero y sonrisa ladeada (excepto cuando veo Moulin Rouge o Titanic, que ahí ya soy un mar de lágrimas), se esconde una amante del turismo urbex y lo abandonado. Dicho esto, en estas Navidades y buscando sitios desolados (como mi corazón) para ver, me topé con algo bastante curioso: había una isla en Santander con un hospital ligado a Navarra.
Mochila al hombro y para Santander que nos fuimos. Concretamente, hasta la isla de Pedrosa, anteriormente conocida como isla de la Astilla y actualmente península tras el levantamiento del puente que uniría ambos territorios en el año 1966. Allí se encuentra –casi enteramente abandonado– el sanatorio que acogió a niños navarros en el siglo XX.
Este complejo hospitalario, envuelto hoy por un halo de misterio y cierta tenebrosidad, cuenta con un extenso parque y arbolado, un sendero en el que se señalizan todas las especies vegetales existentes en la zona, varios pabellones, una capilla y un bellísimo teatro modernista.

Sus orígenes se remontan a 1834, cuando se construyó un pequeño hospital marítimo (también conocido como lazareto). Allí, los tripulantes y viajeros de los barcos que desembarcaban desde América hacían cuarentena (o fallecían) para evitar la expansión de enfermedades tropicales como la tuberculosis, la lepra, el cólera, la viruela o la fiebre amarilla.
Ya entrados en la primera década del siglo XX, el lazareto se convirtió en un sanatorio infantil y tal como se señaló en el Boletín Oficial de la Provincia de Santander en el año 1910, "200 niños de ambos sexos" procedentes de Navarra, Palencia, Valladolid y otros lugares de España, pasarían a poblar este lugar.

Ya en la segunda década, se edificaría el teatro Infanta Beatriz, de una belleza indescriptible siguiendo el estilo arquitectónico modernista de la época. Ubicado al lado del embarcadero, ofrece unas vistas espectaculares.

Años más tarde, el hospital seguiría expandiéndose hasta contar con más de 600 camas, acogiendo niños con enfermedades óseas y malformaciones, además de tuberculosos. De ahí nace la leyenda (basada en hechos reales y relacionada con un caso de progeria) de Aurora y Pilar, las llamadas "niñas pájaro".
El 12 de diciembre de 1988, el hospital cerraría sus puertas y comenzaría su vertiginosa decadencia hasta nuestros días. Hoy, el lugar, de un atractivo ciertamente tétrico, se encuentra a merced de la naturaleza, la vegetación y los fantasmas de los que un día moraron estos pasillos y hoy guardan sus secretos; solo uno de los pabellones -perteneciente al Gobierno de Cantabria- está abierto para la rehabilitación de personas con problemas de drogodependencia.
