A cabalgar, a cabalgar las praderas de contradicciones en el mar
Sin duda, estaba mal acostumbrado a la pulcritud de jardín botánico del campus de la Universidad de Navarra. Cuando, con la idea de cursar el doctorado, me planté frente a la facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense, no pude reprimir un pujo de desasosiego. El edificio de cemento armado, donde tres años después defendería mi tesis doctoral, parecía un búnker de la línea Sigfrido. Las leyendas aseguraban que la facultad se había construido sobre los planos de una cárcel canadiense. El interior no desmentía la afrenta arquitectónica. Tampoco las prácticas poco edificantes, por decirlo fino, de los departamentos universitarios. Con el paso de los años, los estudiantes pasaron a ser objeto de todas las ventajas; y el profesor, sospechoso habitual. No me acostumbré a que los profesores fuéramos objeto de vigilancia por parte de un alumno anónimo al que se le otorgaban créditos por levantar acta de la calidad de la docencia recibida. Fueron los años del excelentísimo rector Carlos Berzosa, a quien Dios no confunda más allá de Izquierda Unida, partido al que apoyaba. Mantuve discusiones con compañeros de claustro que tenían por costumbre pedagógica transformar sus lecciones en sermones políticos. Así pues, no me sorprendió el “discurso” que el martes pasado cometió la alumna leísta más brillante de su promoción de futuros periodistas y cineastas. Tampoco la asistencia de profesores en el acto académico que nombró “alumna ilustre” a Díaz Ayuso. Esos valientes docentes legitimaron desde sus cátedras funcionariales los insultos, amenazas y empujones de sus compis, estudiantes pacifistas, alegres y combativos. Un día después, sus representantes políticos se oponían al envío de carros de combate de Ucrania. En su lugar, Podemos, EH Bildu y Esquerra, cuyo pacifismo queda fuera de toda duda, como bien es sabido, apostaban por el diálogo para solucionar la guerra. A cabalgar, a cabalgar las praderas de contradicciones en el mar.