Opinión
La voz de los que nada tenían

- Álvaro Miranda Simavilla
Hemos conocido, con la contundencia y el dolor de lo imprevisto, la muerte de Ángel Iriarte director de Cáritas Diocesana de Navarra. No le conocía personalmente, nunca estuve con él pero, sin embargo, guardo un vivo recuerdo de su papel social en beneficio de los más desprotegidos de nuestra acomodada sociedad. Tuve el honor de ser vicepresidente y Consejero de Economía del Gobierno Navarra entre 2007 y 2012. Las fechas son importantes porque a partir de 2008 se desencadenó una terrible crisis económica que, durante todos aquellos años, hizo que se tambaleasen los cimientos de nuestro modo de vida. Trimestre tras trimestre veíamos con espanto como se destruían miles de puestos de trabajo en Navarra; el empleo se deshacía en Navarra como un bloque de hielo al sol. Como casi todos los gobernantes creo que intentamos de buena fe que estas circunstancias se pudiesen reconducir y, como casi todos los gobernantes, intentábamos transmitir a la población nuestras políticas y nuestros “éxitos” en mitad de ese incendio….hasta que Ángel Iriarte aparecía en los medios de comunicación y contaba, con una veracidad incuestionable, el verdadero sufrimiento que estaba calando y ampliándose día a día en nuestra comunidad, con paro, pobreza, nuevo desarraigo e incluso hambre.
Ángel Iriarte fue la voz de los que nada tenían, y casi peor, la voz de los que tenían algo y lo estaban perdiendo todo. El mensaje de Ángel Iriarte no hacía concesiones, no aplicaba paños calientes, simplemente decía la verdad. En mi caso, esa voz me hacía poner inmediatamente los pies en el suelo y tragarme, al menos para mí, muchas de las cosas dichas o hechas. Ángel Iriarte ha dirigido sólida y eficazmente Cáritas Diocesana, una entidad caritativa de matriz cristiana dónde nunca se ha preguntado a nadie ni en qué cree, ni a quién vota, ni de dónde viene o a dónde va. Cáritas es la mayor y mejor válvula de escape que tenemos la comunidad cristiana para cumplir, de vedad, el mensaje del Evangelio, su misericordia, su compasión y el espíritu universal de las bienaventuranzas. A todos los que cotidianamente no ejercitamos el mandato evangélico, nos permite canalizar a través de esta admirable institución nuestra conciencia. Menos mal. Ángel Iriarte nos ha puesto siempre ante la verdad diaria, terrible, triste de los más desfavorecidos y precisamente su gesto serio y su mensaje crudo, como cruda era la realidad que palpaba y ayudaba a solucionar todos los días, removía nuestras conciencias y nos despertaba de esta comodidad a veces edulcorada y siempre insatisfecha. Gracias Ángel por decirlo y por hacerlo. Descansa en paz, en ese lugar donde, seguro, te recompensarán por la dedicación incansable a los que nada tenían.
El autor es exvicepresidente y exconsejero de Economía y Hacienda del Gobierno foral