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Educación

La vida con altas capacidades: dos niños muy precoces en la escuela y en su vida diaria

Lucas y Marc Felipe Molina tienen 9 y 6 años y altas capacidades desde pequeños. Alumnos del colegio Miravalles-El Redín, sus padres coinciden en que son niños sociables y empáticos

Ampliar La valenciana Tere Molina Estruch, de 45 años, ayer por la tarde con sus dos hijos (Lucas y Marc, de 9 y 6 años) en su casa de Ripagaina. Los dos han sido identificados con altas capacidades.
La valenciana Tere Molina Estruch, de 45 años, ayer por la tarde con sus dos hijos (Lucas y Marc, de 9 y 6 años) en su casa de Ripagaina. Los dos han sido identificados con altas capacidades.JESÚS CASO
  • Sonsoles Echavarren
Publicado el 15/03/2023 a las 06:00
Lucas Felipe Molina tenía 4 años cuando se despertó gritando de madrugada porque ya había encontrado respuesta a la pregunta que lo torturaba. “Mami, ¡ya sé que existe Dios! Porque si los perros se mueren y van al cielo, alguien tendrá que lanzarles la pelota”. Así de simple. Y así de complejo. De aquel modo, el pequeños Lucas zanjó la crisis existencial que les traía de cabeza a él y a sus padres desde hacía algún tiempo. Una realidad que les hizo sospechar de que la inteligencia y los intereses de su hijo superaban la media. Aunque no fue hasta dos años después cuando le identificaron como un menor con altas capacidades. Así lo cuenta hoy su madre, la valenciana Tere Molina Estruch, de 45 años y que trabaja en el transporte público. Casada con el pamplonés Raúl Felipe Moreno, operario de Volkswagen y de 48 años, son padres de este niño que ahora suma 9 y cursa 4º de Primaria y de otro pequeño, Marc (de 6 y de 1º de Primaria), con la misma identificación. Los menores están escolarizados en el colegio Miravalles-El Redín.
Lucas, recuerda su madre, al principio tuvo dificultades para hablar por un problema fonético, que no se resolvió hasta que le operaron de amígdalas. “Pero aprendió a leer antes que a hablar”, se ríe al recordarlo. Aunque lo más problemático a esa edad, rememora Tere Molina, fue la crisis existencial que tuvo el pequeño. “Sufría mucho. Se obsesionó pensando en la muerte y en la existencia de Dios. Era algo que no se le iba de la cabeza”. Cuando ella y su marido comenzaron a sospechar que algo no iba bien, pidieron ayuda en el centro escolar pero allí les dijeron, recalca, que todo era normal. “Así que fuimos a una pedagoga privada (Ana Terés Hernández) que enseguida lo identificó como un niño de altas capacidades”. Desde entonces, el pequeño ha tenido un enriquecimiento curricular. “Pero ya el próximo año va a adelantar un curso (pasará directamente de 4º de 6º). Nosotros y sus profesores estamos de acuerdo en que va a ser lo mejor y esa ‘aceleración’ le va devolver a Lucas la ilusión por ir al colegio”. El niño, insiste su madre, está ahora “derrotado psicológicamente”. “Él necesita saber y aprender constantemente. Si no, no quiere ir al colegio”, relata su situación.
MÁS FORMACIÓN
Tere Molina, al igual que otras familias de la Asociación Navarra de Altas Capacidades (ANAC) solicita una mayor formación e información de los orientadores del centro y de los profesores. “No es culpa suya pero lo cierto es que existe desconocimiento”, recalca Tere. “¿Cómo es posible que en los grados de Psicología y Pedagogía no haya ninguna asignatura sobre altas capacidades”, se pregunta María Sola, presidenta de esta organización.
Tere aplaude, sin embargo, la atención que han recibido en su colegio en el caso de su hijo menor, Marc. “Como teníamos la experiencia de Lucas, que costó más, con Marc ha ido todo rodado y la gestión de su caso ha sido intachable. En menos de dos semanas tras la identificación, ya se había activado el protocolo”. En el caso de sus hijos, Tere reconoce que, sobre todo, Lucas en 1º de Primaria “se aburría muchísimo”. Por eso, activaron “todas las alarmas”. “Fuimos a la pedagoga y enseguida le identificó. Presentamos ese informe en el colegio pero te da la sensación de que vas pidiendo limosna. Además, enseguida etiquetan al niño y a los padres. Incluso te llegas a plantear: ¿Si no es así? ¿Y si es cosa mía?” Tere Molina se pregunta, además, por qué existe eesta reticencia con las altas capacidades. “Si vas al colegio con un informe del cardiólogo, en el que se acredita que el niño no puede hacer deporte, nadie lo pone en duda. Entonces, ¿por qué con esta situación, todavía sí?”
Desde los 5 años (3º de Infantil), su hijo Lucas asiste a clases de ajedrez en Oberena. “Es lo que más le gusta. Porque sus intereses, en general, difieren de los de la media”. Aunque, recalca, también juega al fútbol en el colegio. “Pero reconoce que es muy malo -se ríe su madre- . Lo bueno es que sabe reírse de sí mismo. A veces le decimos, ¡no metas gol en propia!”, bromea.
La empatía, continúa su relato, es otro de sus puntos fuertes hasta extremos “fuera de lo habitual”. “Por ejemplo, el otro día nada más bajar del autobús, me pidió que llamara a la madre de un amigo suyo para enviarle la tarea de matemáticas. ‘¿Te ha dicho que se ha olvidado el libro?, le pregunte. ‘No, pero al abrir la mochila para sacar un Superzing, he visto que no lo llevaba y me he preocupado’. Llamé a la madre y ya se quedó tranquilo”.
El caso de su hijo Marc, subraya Tere, es algo diferente del de Lucas. “También empezó a leer muy pronto pero en él destaca, sobre todo, la parte creativa. Con un palo enseguida construye unos ojos, una cabeza...” Los dos niños, concluye, tienen buenas habilidades sociales y su autoestima es fenomenal.
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