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Historias encadenadas

Olite tiene un mar de lavanda

Pedro Rodeles, enésima generación de una familia de agricultores, capeó la crisis de la viña con el cultivo de lavanda en 30 hectáreas que enmarcan fotos y aportan aceites esenciales.

Ampliar Pedro Rodeles, en su campo de lavanda, en el paraje de la Fraila, en Olite.
Pedro Rodeles, en su campo de lavanda, en el paraje de la Fraila, en Olite.alberto galdona
Publicado el 26/06/2022 a las 06:00
"Soy un soñador, pero a veces tienes que medir el brazo con la manga”, sintetiza Pedro Rodeles Baranguan. Agricultor de Olite, 62 años, habla con la ilusión de un principiante en su campo de lavanda, como quien reta a un cielo apesadumbrado. Lo sembró hace doce años, cuando la crisis de la viña desbarató tantos sueños, convencido de que “la agricultura es infinita” y de que siempre se abre un camino, por sombrío e incierto que sea. Con la lavanda elaboran aceite esencial que venden a grandes perfumistas en España y en Francia y comercializan en una parte con su propia marca.
Pedro Rodeles es agricultor de varias generaciones, tantas que es complicado enhebrar en las ramas del árbol genealógico. Cultivaban viña, cereal y olivo;dejaron el trujal, siguen con el vino y con algo de maíz, trigo y cebada. Y ahora sus campos pintan de otro color: malva, lila o violeta según los ojos que los miren, la hora del día o las gana del sol, como un viaje a la Provenza francesa o a tierras de Castilla sin salir de Olite. “Vi que crecía lavanda silvestre, pero no en todas las parcelas, solo en las situadas más al norte, le gusta estar aireada y como el viento mistral de la Provenza, aquí tenemos el cierzo”, explica que probó y plantó, también como una manera de aprovechar el nuevo regadío desde Itoiz en el paraje de la Fraila. “Es agradecida y sencilla, se ha aclimatado bien”, se dispone a recoger un ramillete en plena floración. Un paraíso para las abejas que polinizan despreocupadas de miradas extrañas. De pronto cruzan unos cuantos conejos, al rato una perdiz algo despistada. “Los campos de lavanda son refugio para la caza, aquí corzos, conejos... se resguardan de águilas y zorros que no entran a estos cultivos”, sostiene Pedro mientras un coche aparca frente al horizonte lila. No solo la fragancia, el paisaje es reclamo para quienes buscan retratarse en escenarios bucólicos y mostrarlo en las redes sociales, Instagram entre todas. Más de una influencer, famoseo de nuevo cuño, ha posado por allí. “Y en una ocasión vinieron de una agencia de modelos de San Sebastián para una sesión de fotos”, ríe Pedro. Cada uno, a lo suyo. Ellos empezarán a cosechar después de Sanfermines y acabarán “antes de la virgen de agosto”. En la misma parcela tienen el “columpio para destilar” y mediante arrastre de vapor de agua llegan de manera natural al aceite esencial. “No hay proceso químico, el vaso florentino, el decantador que se inventó ya antes del año 1600 y creo que no se ha mejorado, con él seguimos”, valora contar con una marca propia como una manera de aportar estabilidad en los precios, “aunque no siempre se puede” y de incidir en la profesionalidad. El lúpulo, “el alma de la cerveza”, es su otro cultivo “alternativo”. Detesta la imagen “borona” que algunas personas otorgan a los agricultores, un estereotipo alejado de quien ha aprendido en la naturaleza y de ella. 
Pedro tenía solo un hermano, Andrés. Murió joven en un accidente. Hijo único, parecía que su trayectoria laboral venía con las cartas marcadas. “Pero tengo vocación campera y me gusta el trato con la gente más que comer con los dedos”, argumenta su idilio con Queen Country, la marca con la que comercializan el aceite esencial de lavanda. ¿Por qué ese nombre? ¿Tal vez un guiño a alguna reina que pasó por el castillo de Olite? “Qué va, es por mi mujer, se llama Reyes Jiménez y yo quería ponerle así. Ella decía que era muy cañí, no lo veía. No te vas a librar maja, pensé yo y así llegué a la reina del campo, en su honor”, apunta y desvela como de puntillas su curiosa historia de amor. Reyes es de Olite, enfermera, y su vida laboral ha transcurrido en San Sebastián, donde residió. “De jóvenes éramos amigos, en fin. Después cada uno su vida y pasados los 50 nos volvimos a encontrar y empezamos a salir. Me casé con 53”, no esquiva sonrisas estrenada la mañana. Es sábado, qué mas da, como martes para un agricultor. “A las 6 estábamos en marcha, es temporada alta, hay faena”, atiende al teléfono a uno de sus empleados. Su madre, Socorro Baranguan Sada, llegó a ver las tierras de lavanda. Se fue tranquila. “Estos campos dan una paz maravillosa, relajan, hay quien viene con la tumbona y se queda un rato por aquí”, acaba Pedro el ramillete y lo regala a quien anota su historia.
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