Pintura
Pedro Salaberri: "Todo lo que me importa ya está pintado, hay una fuerte carga emocional"
El artista pamplonés recibe en Sangüesa el Premio Principe de Viana de la Cultura, un galardón con el que se reconoce su trayectoria artística, que suma más de cincuenta años, además de su contribución a la sociedad con una pintura tan personal como reconocible en la que juega con el color y las formas para expresar sus vivencias

Publicado el 18/06/2022 a las 06:00
Asomarse al balcón del estudio de pintura de Pedro Salaberri Zunzarren en la calle Pozoblanco es una manera de acercarse a la personalidad de un artista que no habla de pintar, sino de vivir. Contemplar las vistas de la Plaza del Castillo y la Avenida Carlos III y escuchar que desde ese mismo balcón ha pintado trece panorámicas diferentes del corazón de la ciudad y que cada uno de esos cuadros ha sido una experiencia nueva para él, muestra a un artista que necesita de su ciudad para plasmar emociones y dignificar la vida cotidiana. Una necesidad que se extiende también a la naturaleza donde encuentra el refugio vital para reinterpretar unos paisajes y dotarlos de armonía y serenidad. Su manera de pintar, siempre vinculada a los sentimientos, le ha permitido atesorar más de cincuenta años de trayectoria artística y convertirse en el nuevo Premio Príncipe de Viana de la Cultura, galardón que recibe este sábado en Sangüesa.
Si se emociona cuando pinta Pamplona, los Pirineos o el valle de Aranguren, ¿le va a ocurrir lo mismo cuando le entreguen el premio?
Es un gran reconocimiento y así hay que valorarlo. Claro que vivir estos momentos emocionan, pero soy el mismo que antes de la concesión. Tengo mi vida y vivo feliz con mis cuadros. Siempre he querido formar parte de mi comunidad, sentirme parte activa de su cultura. Si la sociedad en la que vivo me lo reconoce con este premio, es muy satisfactorio.
El galardón reconoce su trayectoria profesional y su implicación con la cultura navarra. ¿Qué faceta es más importante para usted?
Bueno... a mí me gustaría, quisiera, que el premio fuera porque soy un pintor estupendo (risas). Supongo que también cuenta que soy una persona muy movida, que me meto en muchas cosas y participo en diferentes actividades. Pero quiero pensar que el hecho de ser pintor y la significación de lo que pinto es el aspecto más importante.
¿Qué es lo que pinta?
Mi propia vida. En mis obras cuento aquello en lo que encuentro acomodo, como la naturaleza, las personas que me rodean, el cariño, mi ciudad a la que quiero festejar. No me hace falta irme muy lejos para pintar, un color o una forma no significa nada si no hay un contenido vivido y emocional. Para pintar algo tengo que sentirlo, tengo que empatizar porque es un sitio que lo veo mucho, porque como allí, porque paseo, porque tengo amigos. Si no hay nada de eso, no hay sustrato. Reinvindico pintar la naturaleza y también Pamplona porque soy de aquí. Si no nos sentimos bien donde vivimos, tenemos un problema. Una ciudad puede ser más bonita que otra, pero vives en un lugar y es el que tienes que apreciar. La única manera de mejorar nuestro entorno y nuestra vida es cuidar y querer lo que tienes cerca.
Comenzó a trabajar como aprendiz de delineante y le gustaba dibujar. ¿Fue un niño que quería ser artista?
Iba a la escuela y con 8 ó 9 años estaba todo el día dibujando. Me gustaba mucho leer y devoraba todo lo que caía en mis manos, incluidos los tebeos. Pronto empecé a dibujarlos y también me compraba láminas de bodegones. Con 13 años me apunté a una academia de dibujo lineal y ahí me surgió el trabajo. Hice un curso de álgebra, me estudié un libro enorme, era capaz de hacer todas las operaciones y responder a todas las preguntas, pero no me sentía pleno. Me di cuenta que no me bastaba con ganar dinero, aquello no me interesaba en absoluto, no me gustaba nada.
¿Su determinación le llevó a la Escuela de Artes y Oficios de Pamplona?
En aquellos años parecía que iba a hacer más carrera si me convertía en delineante, estaba mejor considerado. Pero esa luz se apagó y cuando tenía 18 años me matriculé en la escuela. Compaginé la formación artística con el trabajo durante mucho tiempo. Trabajé doce años como delineante, ocho con Miguel Gortari Beiner y, el resto, en otros estudios de arquitectura. En cuanto pude, me dediqué solo a pintar.
Ha comentado en alguna ocasión que llegar a la escuela fue como “entrar en la cueva del tesoro”. ¿Qué sintió?
¡Descubrí tantas cosas! Empecé a encontrar mi sitio, me di cuenta que el trabajo, el esfuerzo y la voluntad de uno mismo es imprescindible. Hay momentos y situaciones definitorias, personas que, sin saberlo o pretenderlo, están marcando tu vida. Mi primer profesor fue Leocadio Muro Urriza, que se fijó en que tenía mucho pulso y ciertas aptitudes como delineante. Se divertía haciéndome dibujar un círculo, meter otros dos círculos dentro del primero, encadenar 8 círculos... Cuando se jubiló, mi profesor fue Salvador Beunza y con él empecé a hacer copias de las estatuas de yeso, dibujaba caras, apuntes, más tarde bodegones. Y ese hombre me dijo: “tú eres pintor”. Pronto sentí que aquel era mi lugar, me sentía muy bien.
Los paisajes que tanto le identifican, ¿también fueron importantes en sus inicios?
Decidir qué quieres pintar es algo que sale de tu intimidad. Empecé con cuadros abstractos, muy geométricos, pero hay que situarse en el contexto de aquellos años y en mis inquietudes. Los años 70 eran una etapa oscura, estábamos en la dictadura, y empecé a pintar mi vida. Pintaba a mi hermana, a los obreros de una fábrican trabajando, a mi madre en la cocina, la chimenea que veía desde mi casa. ¿De qué iba a hablar? Pues de lo que era nuestra vida, pero me generó dudas.
¿Significa que tuvo una crisis como pintor?
Antes de mi primera exposición individual participé en una colectiva con Mariano Royo y Juan José Aquerreta. Pintaba escenas normales en mi vida, como bañarme en el río con mis amigos. Cuando vendí uno de esos cuadros tuve una crisis que me duró un tiempo. Me preguntaba qué estaba haciendo, por esa idea de que el artista tiene que ser la quintaesencia de la sociedad. Me cuestionaba si era normal que hubiese gente dispuesta a pagar por esas pinturas. Me decía: he venido al río a bañarme y tú me quieres pagar por ese baño cuando yo estoy viviendo y disfrutando? Pero fui incapaz de pintar otra cosa.
Tras esas dudas y planteamientos, ¿llegó a entender el papel de los artistas en la sociedad?
La pintura es la vida, es la traslación de lo que vives y sientes para contarlo a los demás. He sido muy militante del arte contemporáneo, el arte para todo y quieres inculcar algo a los demás. Pero vas cambiando. Si eres carpintero, con hacer bien una silla es suficiente, no tienes que mostrar nada de tí. El artista está más expuesto, te dejas ver, te pones en carne viva, aunque la pintura te permite poder tener los sentimientos que quieras y no decir ninguna. Los escritores lo tienen peor.
¿Ser militante del arte le ha llevado a participar en corrientes artísticas?
No me ha gustado nunca formar parte de movimientos. Yo no tengo que convencer a nadie, tengo mis opiniones y si alguien las quiere escuchar, estupendo, pero no es un deber. Me aburre ese ambiente que presenta a los artistas como imprescindibles, como si supieran y solucionaran todo en la vida. En el mundo del arte hay un montón de gilipollas, como en todos los sitios.
Usted participó en la denominada “Escuela de Pamplona” con Mariano Royo, Juan José Aquerreta, Luis Garrido, Pello Azkona, Joaquín Resano, Xabier Morrás y Pedro Osés. En 1970, ¿no existía cierta inquietud política o social detrás de esa agrupación artística?
Fue un hecho puntual en un tiempo histórico determinado. Nos conectaba que viváimos en la dictadura, que había gente en la cárcel por pertenecer a un sindicato y que no se podía opinar de ciertas cosas. Todos vivíamos aquí, merendábamos juntos, quizá había un punto social de reivindicar la vida cotidiana. Nuestra forma de ser nos llevaba a querer hablar de lo que veíamos y hacer otro tipo de pintura. A lo mejor simboliza el carácter que tenemos en Navarra.
Su vida se mezcla con su obra. ¿Por qué pinta tantos bosques, montes y campos?
Empecé a ir al monte con mis hermanos, luego he continuado con mis amigos y con mi mujer. Ir al monte es algo catártico. Subir a una cima, el esfuerzo que realizas, andar entre árboles, respirar, sentir el viento. Te sientes pleno y feliz, te hace fuerte. De pequeño tenía muchos catarros y estaba siempre enfermo. En el monte me mojaba, sudaba, tenía frío, luego calor y así me fuí endureciendo. No he vuelto a tener catarros. Además, la actividad montañera te lleva a la superación y siempre hay que tener presente la cultura del esfuerzo. A mi el esfuerzo siempre me ha premiado.
Con el paso de los años, ¿ha cambiado su mirada artística hacia el paisaje y su forma de sentir la naturaleza?
El contacto con la naturaleza no es una decisión caprichosa, me ha ayudado en mi desarrollo personal. Uno se forja a si mismo, te va quitando sectarismos y radicalismos. En los primeros años que pintaba había manifestaciones, movidas constantes, tenía que dar un rodeo para llegar a casa y evitar las cargas policiales. Esa tensión e intranquilidad desaparece en la naturaleza porque a las nubes les da igual qué partidos políticos existen y qué hace cada uno. Vamos a dejar las broncas entre la izquierda y la derecha, entre unos y otros, porque nos estamos perdiendo la vida. La naturaleza te pone en tu sitio, aunque soy consciente de que también es nuestro primer enemigo.
¿Los enfrentamientos no encajan con la forma de ser de Pedro Salaberri?
No soporto la violencia, no la aguanto. Puedes tener opiniones diferentes, pero siempre hay que escuchar y respetar. No me gustan los radicalismos pues, cuando menos, son inexactos. ¿Qué se pretende siendo radical, cambiar a todo el mundo para que piense como tú? Es imposible, además de una necedad. Vamos a relajarnos y vamos a escuchar porque los demás igual te dicen algo y tienen razón. O no la tienen, tienen su razón, que es igual de válida.
Esa apuesta que hace por el diálogo y el respeto, ¿la mantiene en su día a día?
Cada uno tiene libertad de pensamiento y el mismo derecho que yo a pensar diferente. Cuesta aceptarlo, pero aprendes. Lo he aprendido con mi mujer, que me ha calmado muchas veces y me ha hecho ver que tenía que parar. Y también con mis hijos, sobre todo con el pequeño, que estudia mucho los comportamientos humanos. Antes reñía, pero si no eres tonto, aprendes a gestionar tu comportamiento. Si estoy en un lugar en el que no me encuentro agusto, me voy. Cuando surge una violencia tonta con amigos o familiares, si no puedo desactivarla con el humor, también me marcho.
Toda una vida pintando y ahora se reconoce su trabajo con el Premio Príncipe de Viana. ¿También ha sufrido zancadillas y críticas?
He tenido suerte y no lo he vivido, pero también he trabajado para ello, pues quiero llevarme bien con el entorno. No puedo llevarme bien con todo el mundo, a veces tengo opiniones un poco ácidas de algunos artistas o personas, pero no me empeño en gritarlas en la calle ni meter el dedo en la llaga.
¿Le queda algo por pintar?
Todo lo que me importa y me dice algo, ya está pintado. Me gusta mi vida y la valoro a través de los cuadros. Para pintar tengo que querer las cosas, tengo que amarlas. Si pinto el Pirineo es porque hay un recuerdo, si pinto Carlos III o la Avenida San Ignacio es porque está en mi corazón. Una silueta, una forma o un color no significa nada si no hay un contenido emocional. Antes de pintar algo, tengo que sentirlo.
“Siempre hay que tener ambición y no acomodarse”
¿Qué siente cuando escucha: es un Salaberri?
No sé si me gusta o no que sea tan reconocible, pero no puedo pintar de otra manera. Para hacerlo, tendría que cambiar de mujer, de familia, irme a vivir a otro sitio. No me apetece.
La serenidad que transmite su pintura, ¿es intencionada?
Quiero transmitir belleza y armonía, ser útil para los demás. Quiero ser amable y que mis cuadros acompañen.Vivo mejor sintiéndome querido. Me gusta plasmar los ratos buenos, no las cosas malas. Si estoy enfadado o desanimado, dejo el cuadro para otro momento.Soy un poco “zen” y sé controlarme.
Ha dicho en alguna ocasión que le gusta sorprenderse a si mismo.
Es una manera de forzarme. Es muy fácil hacer lo más cómodo mientras estás pensando que van a venir los hijos a comer. Hay que tener ambición artística y una frase en la mente: no te acomodes. A veces me he aburrido pintando y eso quiere decir que algo estoy haciendo mal. Entpmces me miro y me digo: ¡Salaberri, échate un paso para atrás! Es el momento de recomponerme.
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