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Obituario

El viaje a la luz de Enrique Pimoulier

Ampliar Enrique Pimoulier
Enrique Pimoulier, en una rueda de prensa en 2013 en EstellaMONTXO A.G.
Actualizado el 28/05/2022 a las 13:51
Habrás leído que Enrique Pimoulier era un buen fotógrafo, reconocido, galardonado y comprometido socialmente. Lo era. Que sus imágenes recorrieron y fueron expuestas en numerosas ciudades. Que viajó por su profesión y colaboró con algunas ONG. Que compartió sociedad y amistad con José Luis Larrión, hasta el punto de fusionar sus apellidos. Crearon la empresa Larrión y Pimoulier, con un vínculo tan especial y duradero que muchos llegaron a creer que no eran dos. Que eran uno. Que había un solo Larrión y Pimoulier. Lo pensaban con la misma naturalidad con la que antes hubo un José Ortega y Gasset o un Pi y Margall. Larrión me contaba hace un rato que su hijo Asier estaba convencido de pequeño de que su apellido era Larrión y Pimoulier.
‘Pimu’, que era como le llamábamos, era ocurrente, divertido y ejercía de referente de muchas cosas. Tenía un ojo especial detrás de la mirilla de la cámara con la que retrataba el mundo, especialmente certero con los más vulnerables. Su Viaje a la Luz, la foto en la que recoge la transformación del rostro de una mujer mauritana con lesiones oculares que al colocarse unas gafas por fin logra enfocar es un viaje a la alegría, un manifiesto de su propia manera de entender la vida con esperanza. Pimoulier amaba la fotografía, la disfrutaba. Cuidaba cada instantánea con el mimo con el que se acercan las personas a las cosas que quieren. Es como si necesitara primero implicarse en lo que veía y disparar después. Recuerdo el día en que se ofreció a hacerme las fotos de mi boda. Él era un fotógrafo reconocido y yo empezaba en estos derroteros del periodismo. Veníamos de hacer un reportaje para una revista de gastronomía en uno de esos restaurantes que sirven raciones pequeñas a precios grandes. “Espero que pongas mejor menú en tu boda”, me dijo. “Yo también” le respondí sin saber que aquella conversación la provocaba él. “Somos más de plato clásico y poco experimento”, añadí para dejáselo claro. “Pues habrá que verlo”, dijo. “Si quieres te hago las fotos y lo compruebo”. Y se echó a reír. Yo no me hubiera atrevido a pedir tanto a alguien a quien admiraba pero debí decirte entonces, amigo ‘Pimu’, que sentí la misma alegría, idéntica satisfacción que la mujer mauritana que no veía al colocarse las gafas. Lo supe años después cuando disfruté de tu fotografía. Aquel fue mi viaje a la luz. Ojalá llegues a un buen destino en el que acabas de iniciar. Y si haces fotos, mándamelas. Buscaré la manera de invitarte a comer.
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