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¡Del alimento al pienso y al cautiverio!

Actualizado el 14/03/2021 a las 14:14
¿Te aburres de la comida, de la bebida, de los juegos online, de los programas de la tele, de la familia, de tu rutina, de la vida en general? ¡Pues vaya! Quizá no te has detenido a reflexionar sobre la suerte que tienes.
Me canso de las verduras, de los pescados, de las carnes, de los huevos, de las frutas. Las legumbres son un asco, los frutos secos crudos una porquería, el agua es insípida y no me entra… ¡Lo que hay que oír! ¿De dónde obtengo los ácidos grasos omega 3 si no consumo pescados? ¿Y la vitamina C si no me gustan las verduras ni las frutas? ¿Y la vitamina B12 si decido prescindir de todo aquello de procedencia animal? ¿Y la vitamina D si siempre estoy encerrado frente a una pantalla? ¿Y el ácido fólico si me repugna lo verde? ¿Y el hierro si tengo el intestino fastidiado y vivo a base de pan y lácteos? ¿Y el magnesio si odio las hortalizas, rechazo los frutos secos y abuso de lo refinado? ¿Y el yodo si aborrezco todo lo que proviene del mar? ¿Y cómo mantengo una correcta hidratación celular si detesto el agua?
¿Y no sabemos por qué tenemos tan poca energía al levantarnos de la cama? ¿Será la edad? ¿La crisis social? ¿El trabajo? ¿La pareja? Quizá sea la razón por la que deba comenzar el día con un gran chute de cafeína (solución a corto plazo, pero nuestra fisiología no la necesita y a la larga dejará de funcionar). La causa de esta pérdida de vitalidad es la desnutrición crónica que vamos generando en el día a día y el estrés emocional a consecuencia de no saber apreciar lo que tenemos. Los efectos están claros: ralentización metabólica, pérdida de capacidad enzimática, depresión y peor funcionamiento hormonal.
La evolución ha permitido incorporar cientos de alimentos que antes eran inaccesibles tanto desde el punto de vista geográfico como económico y digestivo. Pero la base de la Alimentación Humana debe ser la misma que la de antaño. Verduras, hortalizas, frutos secos, raíces, tubérculos, carnes, vísceras, pescados, mariscos, huevos, frutas, semillas... deben estar muy presentes en nuestras raciones diarias. El tratamiento térmico ha permitido tolerar digestivamente lo que antes era imposible y obtener, de este modo, decenas de nutrientes esenciales de las legumbres, de los cereales salvajes y de las féculas. La fermentación ha favorecido la digestibilidad, mejorando la calidad nutricional de determinados alimentos que cobran un interés especial en nuestra cultura gastronómica (yogurt, kéfir, miso, chucrut…). Y todos los alimentos que he mencionado deben representar el 99% de la alimentación diaria. El 1% restante lo dejamos para lo último que hemos ido incorporando y que desgraciadamente hemos hecho cotidiano en nuestro modo de vivir. Y ello por COMODIDAD y por ADICCIÓN. Y es que a una parte importante de la industria alimentaria le preocupa más la economía y la adicción hacia sus productos que la salud del consumidor. Y entre campañas de marketing y productos elaborados altamente “sabrosos” ya nos tienen enganchados a un porcentaje elevadísimo de este planeta. Y hemos pasado de ingerir alimentos nutritivos a consumir productos de muy baja calidad nutricional, que desafortunadamente gustan mucho más. https://elcultural.com/javier-angulo-fernandez-llenamos-mas-el-carro-de-piensos-que-de-alimentos
Las harinas refinadas, los azúcares simples y las grasas industriales han pasado a ser elementos tan habituales en nuestra alimentación que difícilmente sabríamos comer sin su presencia. Estos apenas deberían representar el 1% de nuestra ingesta alimentaria diaria. Y los potenciadores de sabor, colorantes, edulcorantes, disruptores endocrinos y demás química añadida innecesariamente a muchos productos alimenticios son demasiado habituales en nuestros carros de la compra y las consecuencias a medio plazo ya las deberíamos de saber TODOS, pero es preferible mirar hacia otro lado para no reflexionar, “es mejor dejarse llevar”. ¿Pero estamos genéticamente preparados y adaptados para soportar tanta carga de aditivos y productos? Desde mi punto de vista, gran parte de la población no.
Un caballo salvaje sólo necesita de hierba y hojas que encuentra en los prados por donde campa y de agua para llevar una vida plena, un lobo de carnes diversas (quizá sólo coma roedores durante una gran parte de su vida, si es que los hay por la zona donde habita), un león de carne y vísceras crudas, un delfín de peces, plancton y microalgas y todos estos animales serían tremendamente felices con asegurarse ese sustento, aparearse y no sentirse constantemente amenazados por nosotros. La Naturaleza es salvaje y la lucha por sobrevivir es muy dura y el ser humano se la complica potencialmente a cualquier especie existente en este planeta. ¿Y nosotros qué necesitamos para vivir con plenitud?
¿Qué hemos comido y bebido mayoritariamente a lo largo de nuestra historia evolutiva? ¿Se asemeja a lo actual? El ser humano lo tiene todo y nunca está a gusto. Nos aburrimos de los programas de la tele y cambiamos constantemente de canal con la intención de que algo nos despierte la motivación hacia lo que no se sabe qué. Nos aburrimos de desayunar “siempre lo mismo”; cenar unas verduras salteadas y un revuelto de hongos nos parece “soso”; nos cansamos hasta de un buen vino y por más que nos guste en un momento determinado, nos parece soporífero a la semana siguiente; nos compramos un coche y le sacamos pegas en menos de dos semanas; cambiamos de móvil cada poco tiempo y aun conociendo las consecuencias para el planeta lo hacemos; lo del calentamiento global nos la suda; fumamos, consumimos fármacos para el estómago, la cabeza e incluso para evadirnos de una realidad “que no nos llena”.
¿Y todavía no sabemos por qué padecemos molestias intestinales? ¿No será por el modo en que comemos? ¿Por la poca masticación y nula insalivación y la domesticación alimentaria con un abuso en el consumo de harinas y un no parar de picar cualquier cosa?
Cada vez somos más domésticos e ingerimos más comida de piscifactoría. Los supermercados están repletos de piensos para humanos. El problema es que no somos conscientes. Lo tenemos todo a nuestro alcance pero no elegimos bien. Ya tenemos dudas hasta de lo que beber. Y ello a medio plazo causa fatiga crónica derivada de una enmascarada desnutrición y se comienzan a gestar patologías cardiovasculares en edades tempranas. ¡Científicamente probado!
Los mejores momentos que hemos vivido no tenían que ver con el dinero, ni con lo material, sino con los juegos colectivos, con las amistades, con las actividades en la naturaleza, con un programa concreto de la tele, con las escapadas no programadas con la pareja, con la emocionalidad. Y ahora estamos tan saturados con tanto estímulo, comida, bebida, noticia y tenemos tan poca tolerancia a la frustración que ya no sabemos ni lo que queremos.
¡Estamos tan sobrecargados de estímulos que seguimos buscando otros que nos cansarán en breve! E iremos a por los siguientes que se desvanecerán en un instante. No mantenemos la atención plena en nada y eso nos coloca en una situación desfavorable a nivel psicológico.
¿Por qué experimentamos tanta paz cuando estamos en plena Naturaleza? Pues simplemente porque conectamos con lo que somos, con lo que durante toda nuestra existencia convivimos en armonía y que desde hace bien poco nos hemos ido distanciando. Vivimos con un ruido infernal, una locura emocional, un estrés laboral constante, una artificialidad sin precedentes y ello tarde o temprano pasa factura, pues nos aparta de nuestra esencia y rompe nuestra paz interior.
Pasado hoy un año desde el inicio del primer confinamiento hemos adquirido más vicios y nos hemos alejado de nuestra querida madre Naturaleza, que vamos convirtiendo en un gran vertedero. La adicción a la mensajería móvil, el abuso de los juegos online, el picoteo constante fruto del aburrimiento, una menor práctica deportiva por escasez de competiciones en edades jóvenes y restricciones en instalaciones deportivas, la caída en recursos económicos que ha inducido a una peor alimentación, el uso crónico de mascarillas,… han pasado factura, provocando, entre otras cosas, una merma en el estado de forma, peor salud mental, un aumento de los trastornos de la conducta alimentaria, más patologías digestivas, un pánico generalizado y un incremento de peso localizado principalmente a nivel central.
Todo pasado lejano fue peor en recursos pero nos hizo más fuertes y menos caprichosos. Ahora que tenemos más conocimientos que antaño ya debemos saber el camino a seguir, teniendo en cuenta que no hace falta tanto para estar mejor.
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