Aunque algunos de sus signos de identidad han ido desapareciendo, la capital navarra todavía mantiene algunos que la hacen diferente. Varios de ellos tienen al león como la figura identificativa, el mismo que aparece en el escudo de la ciudad.
HAN sido y algunas lo son todavía señas de identidad para muchos pamploneses. No de las que sirven para presumir cuando se sale fuera de los límites municipales, pero sí para convertirse en referentes de muchas generaciones de ciudadanos. No alcanzan la misma categoría que la bandera o el escudo de Pamplona, ni siquiera tienen el empaque de la fachada de la Casa Consistorial, pero han conseguido ser puntos de referencia en etapas más o menos recientes.
A pesar de esa importancia, algunas ya no las volveremos a ver y otras están a punto de desaparecer. En algunos casos su desaparición es lenta y sólo quienes llegaron a contemplarlas en su etapa más profusa perciben ahora su escasa presencia en la ciudad. Es el caso de las fuentes verdes del león, de las que apenas hay 180 ejemplares repartidos por las calles y parques.
Hay otros emblemas que desaparecieron de la noche al día y aunque su marcha dejó un hueco en el paisaje urbano, el paso de los años lo ha ido cubriendo hasta conseguir que casi se olvide. En esa situación estarían pequeños edificios como Casa Emeterio, lugar de encuentro del vecindario de Iturrama en los años 60 y 70, y donde el juego de la rana alcanzó la categoría de campeonato en varias ocasiones. También fue punto de encuentro el antiguo kiosco de los jardines del Bosquecillo, cuyo velador era uno de los más concurridos en las noches de verano. Del mismo éxito disfrutó entre los años 50 y 70 el negocio de alquiler de bicicletas ubicado en el paseo central de la Taconera. Miles de niños pamploneses acudieron a aquella caseta situada donde hoy está el Café Vienés.
De la noche al día también el cuarto de estar de Pamplona se quedó sin alfombra. Aunque la idea inicial era simplemente la de mandarla a la tintorería para volverla a extender tras las obras de construcción del aparcamiento subterráneo, el mosaico de piedras y mármol que durante 55 años adornó la plaza no lo volveremos a ver. Un cambio en el diseño definitivo hizo que el Ayuntamiento lo enterrase en una cripta arqueológica.
Los hay que no son distintivos propios de Pamplona, pero sí que se han llegado a convertir casi en una seña de identidad, sobre todo en aquellos años en que gozaron de una situación de exclusividad. Hace unas semanas Correos decidió clausurar de forma definitiva los buzones de cabeza de león encajados en la fachada de la calle del Vínculo. La mordaza de cobre que lucen las dos cabezas tiene una explicación tan simple como práctica: que los recogedores de los buzones puedan acceder a los envíos a cualquier hora del día y cualquier día de la semana, sin depender de que el edificio central de Correos esté abierto o cerrado. Fabricados en bronce en los años 20 del siglo pasado, su clausura ha restado algo de magia a la simple acción de enviar una carta.
La barandilla del león, tal vez el emblema más personal de Pamplona, parece que pervivirá. Por lo pronto, el Ayuntamiento la ha recuperado para algunas urbanizaciones más recientes. Menos importancia tiene la barandilla tipo "Hemingway", en el paseo del mismo nombre, y de la que sólo existen 300 metros.
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El león, amordazado. J.A. GOÑI
El kiosco del Bosquecillo. DN
El kiosco del Bosquecillo. DN
Una de las 180 fuentes. CALLEJA
Casa Emeterio, rodeada de edificios, fue derribada el 1 de septiembre de 1989 para dar paso a un aparcamiento subterráneo. DN
El mosaico estaba hecho con piedras de río y mármol. DN
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