El cuadernico
Cuando todo ha terminado

Actualizado el 17/07/2022 a las 11:42
Después del golpe, Mariano desapareció en una luz azulada tras las puertas de la ambulancia que tiró por la Cuesta de Santo Domingo y al rato andaba resucitado en el almuerzo. Llevaba un brazo vendado y cosido, y con la otra mano fumaba un pitillo, vivo como una leyenda davínica de Cascante. El catorce de julio es un día como del Antiguo Testamento, un pretérito legendario y remoto, un día inscrito en un tiempo que desaparece, que se desmonta a martillazos con el vallado -clin-clan-clon-clin- y que se esfuma desde que la grupa del último toro de Miura desaparece por corrales tras el encierro y todo salta por los aires. Qué bien había comenzado el día con Tom en la barrera de los municipales de la Cuesta, corriendo juntos los amigos. Hacía tanto que ya ni nos acordábamos. El tiempo que pasó desde el último cántico hasta el cohete parecía hecho de varias eternidades curiosamente gozosas allí con la Cuesta delante de nosotros, los colegas el miedo y los primeros soles de la mañana de Pamplona. Pero hay un momento en el que sabes que todo ha terminado y a mí me llegó treinta segundos después de las ocho cuando fui a dar con la pared izquierda el muro de la Cuesta y con el pecho de Roberto que me agarró bien fuerte y del golpe que dimos es como si por dentro se me hubiera soltado el manguito de la alegría. A Javier Arroyo el fotógrafo se le vino encima el invierno después de hacer la tradicional foto del almuerzo y cuando se apartó la cámara de la cara le asomó una lagrimica como un contenedor de vidrio. No dijo nada más. Desapareció con la cámara y el chaleco por la esquina de Pozoblanco que es por donde los de mi cuadrilla nos vamos el catorce no sabemos muy bien a dónde ni si volveremos algún día. Decía el otro día que San Fermín se trata de vivir la vida como si cada día fuera el primero pues nada hay más aterrador que vivirlo como si fuera el último. ¡El último día de la vida, qué triste sería! Qué triste está siendo, también este artículo que mientras se escribe se me van desprendiendo trozos de otoño desde las manos. Hasta el año que viene, con suerte. Ya falta menos. Viva San Fermín.
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