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"Leí unas páginas y me detuve. Cuando algo es realmente bueno no se puede tolerar mucho rato. Es como abusar de un licor potente"

Avatar del Pedro Charro Pedro Charro18/09/2023
Bajé al parque con Orlando, el libro de Virginia Wolf que descubrí oculto en mi biblioteca después de la última limpia, sin leer desde el siglo pasado, mea culpa, pese a que es una traducción de Borges que se hizo muy famosa y ha vuelto a ponerse de actualidad, pues V. Wolf representa a la mujer escritora por antonomasia, a la feminista y transgresora con un final además lúgubre. La traducción de Borges es espléndida, dentro de su idea de que traducir no tiene que ver con ser literal sino con recrear el texto, así que es el Orlando de Virginia y de Borges, por este orden, aunque ahora se le acusa al primero de haberla traicionado, de tener visión patriarcal, de no dar importancia, por ejemplo, a que Orlando es un aristócrata que circula por cinco siglos, pero que en algún momento se convierte en mujer, lo que lo ha vuelto clave para los estudios 'queer' y de género, que ven en ella una especie de precursora. El hombre y la mujer, dicen, es algo que fluye. Cada siglo, es claro, lee los libros de distinta manera. Lo cierto es que se estaba bien en el banquito del parque, el sol salía a ratos entre la nubes que en este fin de verano acostumbran a terminar en aguacero y escapar por un rato de las erizadas noticias políticas no estaba mal. Leí unas páginas y me detuve. Cuando algo es realmente bueno no se puede tolerar mucho rato. Es como abusar de un licor potente. La prosa de Virginia y el celo de Borges crean una sensación de estar atrapado en una gran enredadera. Así que paré y miré al cielo donde pasaban lentamente las nubes, como en el libro se dice pasaban las olas, cada una repitiendo la anterior. La luz en torno, noté, traía ya la decadencia del otoño y hacía pensar en el dulzor del moscatel, y en el de las setas del monte que nacen de la nada. Fue Silvina Ocampo, otra mujer, la que pidió a Borges que tradujera el libro, a pesar de que sospechaba que el maestro no iba a ser capaz de reproducir la sensibilidad y la voz femenina de Virginia, como si fuera un tesoro que solo pertenece al otro sexo.
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