"En memoria de Tomás Caballero"
"Una vida para la democracia y la paz, en 50 años de entrega a la comunidad"
Eran las 09.30 horas del 6 de mayo de 1998. Tomás Caballero salía de su casa, un tercer piso en el barrio de Santa María la Real. Un pistolero de ETA apostado en la calle esperó a que el concejal de UPN entrara en el coche para mayor indefensión. Caballero murió acribillado a tiros. Tenía 63 años de edad y formaba con Pilar Martínez, su esposa, una familia de cinco hijos y ocho nietos, y una vida en común desde el noviazgo juvenil de los grupos tudelanos de Acción Católica. Hoy se cumple un cuarto de siglo de aquel día. El crimen conmocionó a la ciudad tanto como unió a los ciudadanos con la familia de la víctima y frente a ETA. HB no condenó entonces el atentado. Ni entonces, ni ahora. Esta es la crónica del crimen en ciento y pico palabras. Los párrafos siguientes no van a ser el relato de la muerte de Tomás, sino el de su vida. Los etarras acabaron con el futuro del concejal, pero su pasado, toda su densa, generosa y edificante vida, permanece en la memoria de la comunidad a la que se entregó. La magistral biografía escrita por Víctor Manuel Arbeloa y Jesús María Fuente cuenta lo que fue una vida para la libertad, la justicia y la paz, las tres palabras del epitafio grabado en el nicho mortuorio.
La vida del joven sindicalista de 18 años en Fuerzas Eléctricas de Navarra, que es elegido en 1967 presidente del Consejo de Trabajadores, todos en busca de la libertad. Luego, Tomás Caballero se embarca también en la candidatura sindical para el Ayuntamiento de Pamplona. Sale elegido. Es una voz y un voto más para el grupo de los “concejales sociales”, encabezados por Miguel Ángel Muez, que proceden de la Hermandad Obrera de Acción Católica. Los sociales piden democracia hasta cuando piden un vaso de agua. Y agrietan la dictadura. Todavía no tiene nombre la Transición, pero esos concejales, y alcaldes como Sagüés y Viñes, le abren el salón de plenos hasta donde pueden hacerlo. Es probable que el sindicalista metido a concejal hubiera cerrado esa etapa de la década de los 70 con su clásico “santo y bueno”. Y a otra cosa. Es posible que, casi 20 años después, cuando se planteó su vuelta al ayuntamiento, repitiera aquel polivalente “santo y bueno” para cerrar el debate. Apartado ya de los cargos públicos, y tras el revés electoral del Frente Navarro Independiente, Caballero se había hecho a un lado. Pero por poco tiempo. En Oberena le animaron a presentarse a las elecciones del club. Y adelante. Le caen en suerte diez años de presidencia.
La nueva llamada a la participación política le llega en 1995. Va como independiente en la lista de UPN. Desde la entrada en el ayuntamiento, emprende con los otros grupos constitucionalistas (PSN, CDN e IU), la tarea que consideraba más necesaria y urgente en la ciudad: la defensa de la democracia frente a ETA. Y también frente a HB, brazo político de la organización terrorista. Caballero levantó la bandera de la Constitución del 78, que había sido su horizonte en la primera etapa municipal de los años 70. Reclamaba de forma clara y directa siempre, y ardiente en ocasiones, que los batasunos condenaran los atentados.
Era un altavoz contra ETA en mociones plenarias, artículos de prensa, conferencias, entrevistas. Lo fue siempre, antes y después de la querella criminal que HB interpuso contra él y disparó las alarmas. Caballero confiaba en la derrota del terrorismo porque confiaba en la firmeza democrática de la sociedad. ¿Miedo? La esperanza podía ser un antídoto contra el miedo. Y él era un esclavo de la esperanza. El presidente Miguel Sanz, que fue personalmente quien le convenció para entrar en la lista de UPN, señalaría después que “Tomás era un ejemplo de sensatez, de compromiso social, de responsabilidad en los cargos públicos”.
El subtítulo de la biografía escrita por Arbeloa y Fuente lo dice todo: “50 años de lucha democrática en Navarra”. A través de ese tiempo cambiante, la vida de Caballero sigue un mismo hilo conductor: el de una profunda y activa religiosidad, cultivada en comunidades cristianas de base. Hacía lo que pensaba que tenía que hacer, por poco que fuera, para dejar un mundo mejor. Eso justificaba, para él, la acción política. En consecuencia, nada podía justificar la apatía. Recordar hoy a Tomás Caballero, en el 25 aniversario de su muerte, es conmemorar la vida de tantos y tantos ciudadanos que, como él, defendieron la paz y la libertad ante ETA, y salvaron la democracia de todos. Pues “santo y bueno”, que diría Tomás. Y en el buen sentido de la palabra bueno, que dijo el poeta.
José Miguel Iriberri. Periodista