Cartas de los lectores
Síndrome del cuidador quemado
Mi carta abre muchos melones donde algunos están muy podridos. Ser hija única y tener a tu madre con una demencia no es tarea fácil

- Victoria M. García
Mi carta abre muchos melones donde algunos están muy podridos. Ser hija única y tener a tu madre con una demencia no es tarea fácil. Llevar una casa, currar cara al público y no poder seguir el ritmo de una tienda con muchas exigencias y atender a mi madre que cada día iba a peor me llevaron a un agotamiento máximo, tanto mental como físico, así que acudí a la que por entonces era mi médica de cabecera que inmediatamente me dio la baja porque entendió perfectamente mi problema - ya que ella misma como me contó también pasó por lo mismo-. El diagnóstico era fácil y con esto abro un melón: síndrome del cuidador y si buscan los síntomas verán cosas como cansancio persistente, problemas de sueño, abandono de aficiones, elevada irritabilidad, aislamiento social, niveles de estrés y ansiedad, etc. Todo esto más la no aceptación de la enfermedad de mi madre me llevaron al abismo más absoluto y eso que va a un centro de día desde hace casi un año. Imaginen una mochila donde metemos todo esto y te dicen más adelante, incluyendo Inspección Laboral (el melón más podrido), que a pesar de ello no tienes nada porque el síndrome del cuidador quemado no se considera enfermedad y que son muchos días de baja. Y, ¿todo eso que te pasa? Estar con ansiedad, no querer salir de casa, llorar sin parar (en la tienda lo hacía), ¿físicamente no poder moverte no lo consideran un problema grave para poder llevar una vida en condiciones? Entonces, ¿quién ampara a la gente como yo? Lo único que te dicen es que tengas paciencia y que metas a tu madre en una residencia y, ¡chas! De repente se me irá toda esa ansiedad, depresión y demás y seré feliz como una perdiz. El caso es que la de cabecera me mandó a una psicóloga donde la primera sesión parecía que mi problema principal era que tenía que perder peso y ya en una tercera había que meter a mi madre en una residencia, como si Sanidad me la fuera a pagar porque no soy millonaria. Y como el cupo de visitas se acabó y mi estado emocional empeoró, pero daba igual porque ya estaba Inspección Laboral echándome el guante para que volviera a trabajar, me mandaron a una psiquiatra donde seguía opinando que lo mío no era más que una angustia histriónica y que la mejor solución era dejarme grogui con pastillas y fin del problema, a sonreír a los clientes. Mientras, la médico que no era la mía original e Inspección Laboral pasándose la pelota a ver quién me hacía el alta más bonita, cosa que esta última lo ha conseguido. Ahí hay que estar muerto para que te hagan caso. Así que, dentro de unas semanas, porque me quedan vacaciones, gracias a Salud Mental, Salud Laboral y sobre todo a dos médicos de Primaria que no me han hecho ni caso, con un cero en la casilla empatía, volveré aún peor de lo que me fui a mi puesto de trabajo. Y digo peor porque he tenido que meter en esa mochila otra carga más y la gente que me conoce está indignada por esta equivocada decisión. Porque me ven cada día y saben que no estoy bien.
Lo único dar muchas gracias a quienes me dan abrazos, tanto físicos como virtuales, y a los miembros de mi familia que me están ayudando con mi madre, para encontrarle una residencia donde la cuiden porque yo ya no puedo más y soy incapaz de ver la luz. Y a las instituciones y más concretamente a Salud o a quien corresponda, más apoyo a los cuidadores. Porque si caemos, todo se derrumba y más si nadie te pregunta “oye, ¿tú cómo estás?” Siempre preguntan por tu familiar pero no por ti. Con decirte que tengas paciencia les vale porque no saben lo que es estar con personas así.
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