Al pobre solo le faltaba un traje rojo y unos zapatones
No habíamos caído en la cuenta de que el mayor globo de distracción no eran los artefactos chinos, la ley del “sí es sí” y su hemorragia de excarcelaciones, Tito Berni, o la confusa opinión de Asirón sobre los toros, un día sí y un día no. Pues no: el auténtico globo (de oxígeno) hasta la fecha lo soltó Vox, que inflamó a Ramón Tamames para que nos contara su vida en el Congreso de los Diputados. Al pobre solo le faltaba un traje rojo y unos zapatones para formar parte de los payasos de la tele. Uno no termina de creerse que el ego nonagenario de un político sobreviva tan intacto. Uno, que es escritor, y por lo tanto no carece de ego, trata de mantenerlo en sus límites, más que nada para no hacer mucho el ridículo. En realidad, no debería extrañar que el ego ciegue a un anciano hasta el extremo de servir como ventrílocuo de sí mismo, inconsciente del aire a cadaverina que ha exudado, proporcionando al gobierno las dosis de foco necesarias. En cuestiones de ego no hay nada nuevo. No hay más que darse una vuelta por Facebook para detectar ancianitas escritoras con cara de hacer muy buenas magdalenas, pero cuyo ego porteño mueve a la risa y después a una compasión preventiva: manténgase fuera del alcance de los niños. En el teatrillo político de esta semana el espectador debía tomar distancia sin dejarse llevar por la trama de la bufonada. Desde esta perspectiva brechtiana resultaba muy revelador el tono condescendiente y calculadamente airado de Yolanda Díaz, que aprovechó para desplegar su didactismo. Habla como si sus posibles votantes fueran televidentes de Barrio Sésamo. Pero esta estrategia escolar, y simuladamente ególatra, no es exclusiva de la política. Ahí está el Negreira F.C. Barcelona, “más que un club”, cuyo presidente, el esférico Laporta, aduce que las pruebas abrumadoras de corrupción son un invento de “Madrit” para desestabilizar al equipo. Ya saben, aquel que sudaba perfume francés. El ego le impide ver tantos balones desinflados.