"Acordemos que un poco de certidumbre no nos vendría tan mal. Al menos para los nietos que van llegando"
El siglo XXI es una maravilla. Hace cien años los bisabuelos bailaban el charlestón, cambiaban la mula por el Ford, las palomas mensajeras por el teléfono y daban por asentada la paz perpetua tras la descomunal matanza de la Gran Guerra. Los felices años veinte eran un cabaret con una bomba de tiempo colocada bajo la orquesta. Causa desasosiego ver las imágenes de esas damas con pamela y a esos señores con bigotito y pantalón a rayas, ignorantes de lo que se les venía encima. No padezco fiebres milenaristas, aborrezco las películas de zombis, las distopías y otros apocalipsis de andar por casa, pero este bonito siglo lleva dos décadas realmente prodigiosas. Nada es lo que parece en el tiempo de la posverdad, esa mentira sin fisuras, y a uno, que se va sintiendo extranjero de su tiempo, le abruma el pensamiento wok, la censura autoimpuesta y el lenguaje inclusivo. Observo a la gente joven vestida de nosequé, y los miro tal y como nos miraban a nosotros los que eran mayores en los años ochenta. Como si vieran a un extraterrestre. Cierto es que no todo tiempo pasado no fue mejor, de hecho, el siglo XX fue atroz, incluidas las hombreras y la pesadilla del tecnopop, pero tras la caída del Muro de Berlín nos prometíamos un tiempo bastante apacible, al menos a este lado del planeta. Luego, supimos que éramos posmodernos y empezamos a cruzar el campo minado del pensamiento. Se levantó acta de defunción de las utopías, del arte, y hasta de la filosofía misma, que se volvió un galimatías retórico. Llegó el siglo XXI con su imaginario futurista y en poco más de veinte años hemos vivido tres crisis económicas, una guerra en las fronteras de Europa y unos líderes políticos que parecen la parodia de un cómic: Bush, Trump, Boris Johnson, Putin, Kim Jong-un… “Que te toquen vivir tiempos de incertidumbre”, dice un proverbio chino. De acuerdo queridos chinos, los hemos vivido, pero acordemos que un poco de certidumbre no nos vendría tan mal. Al menos para los nietos que van llegando.
ETIQUETAS