"Yo soy más importante que mi trabajo"
Aunque es cierto que uno es más importante que el trabajo, nadie duda que trabajar nos da una estructura social y personal más allá de la familia. Las crisis que hemos sobrevivido nos han puesto en pantalla que cuando uno no tiene trabajo, enferma con mayor facilidad y gesta un perfil de vulnerabilidad. El trabajo es salud y felicidad.
Durante muchos años, el trabajo ha sido el gozne en el que giraba toda nuestra vida. Cada día se oyen más voces profesionales insistiendo en que la persona es más importante que su trabajo, pero esto se dice cuando estamos en activo y con un cierto nivel de estrés que nos quema. Jamás se dice cuando uno está en una zozobra continua buscando trabajo. Está más que comprobado que el trabajo es más que un sueldo, una forma de vivir, una profesión e incluso una vocación. Un trabajo nos ocupa parte de nuestro ciclo circadiano -ocho horas-, y define nuestras relaciones. En mi vida profesional he constatado muchas veces que cuando el trabajo desaparece, la persona desaparece con él… ¡Es muy duro! Mejor que no tengamos esa experiencia.
El trabajo nos proporciona una vida social, una relación de equipo, una creatividad y una actividad, nos crea vínculos mucho más fuertes que lo individual, proporcionándonos una identidad. La última crisis laboral, la pandemia, nos han demostrado que casi la mitad de quienes habían perdido el trabajo tenían problemas personales, familiares y una falta muy significativa de su autoestima. En algunos artículos he llegado a leer que se han visto auténticas crisis existenciales. Cuando no somos capaces de enfrentarnos a las mismas cosas que antes no tenían para nosotros mayor importancia, y en alguna medida echábamos mano de los recursos que siempre nos habían sacado de este atolladero, nos encontramos sin herramientas, abatidos, sin fuerza, sin saber qué hacer y nos sentimos diferentes, como si fuéramos otra persona. Hemos puesto toda nuestra energía y vivencias solamente en el trabajo, hasta nuestra propia identidad. Y por eso y por muchas cosas más te creas una enorme incertidumbre, que produce mucha ansiedad, tanta que a veces -si no encuentras trabajo pronto-, entras en una ansiedad que te oprime y te minusvalora de tal manera que no te conoces ni a ti mismo. Así ocurre muchas veces con la herida que supone un despido, una ruptura vital, una falta de identidad, una crisis y un duelo… Ya no vas al trabajo, al grupo social, a lo profesional, nos quedamos sin amarres, abandonados a nuestra incertidumbre, escepticismo, inseguridad… Para muchos autores el despido es uno de los cuatros duelos más duros que debe uno asumir: la pérdida de un ser querido, el divorcio, una mudanza y el despido laboral.
Es cierto que, en algunas ocasiones, ese despido es un trampolín para entrar dentro de nosotros mismos, valorar qué ha pasado, dónde puedo reinventarme de nuevo para ser otra vez útil a mi familia y a mí mismo. Puede que un fracaso tan duro como el que hemos planteado en un despido sea una verdadera ocasión para tener un tiempo y rehacerme, reinventarme, reponerme, formarme en otras áreas y volver con nuevos bríos a ser útil a la sociedad en la que me siento más firme y seguro, cuando sé que puedo todavía aportar mi granito de arena a la comunidad laboral. Muchas veces un fracaso es una puerta abierta a otras experiencias que me harán crecer como persona, porque sigo siendo yo, más importante que mi trabajo.
ETIQUETAS