Impulsar una cultura del olfato
Cada 22 de julio se celebra el Día Mundial del Cerebro gracias a la Federación Mundial de Neurología, que impulsó esta iniciativa para concienciar a la sociedad acerca de las enfermedades neurológicas. Una fecha señalada teniendo en cuenta que la Sociedad Española de Neurología (SEN) estima que un 16% de la población puede padecer algún trastorno neurológico y que las enfermedades neurológicas son las causantes del 19% de los fallecimientos que se producen cada año en España. Debido a estas cifras, la SEN recomienda mantener hábitos saludables no solo para cuidar nuestro cerebro, sino también para tener una mayor posibilidad de envejecer sin secuelas neurológicas.
Entre los síntomas que nos alertan de forma temprana de la aparición de una enfermedad neurodegenerativa, numerosos estudios científicos señalan la pérdida total del olfato o anosmia. Muchos pacientes con Alzhéimer o Parkinson comienzan a perder su capacidad de oler incluso décadas antes de que comiencen las primeras señales. Además, el olfato es la puerta de entrada más directa al cerebro y desempeña un papel clave en nuestra vida diaria. Perder la capacidad de oler nos hace enfrentarnos cada día a riesgos evitables como saber si los alimentos están estropeados, detectar el humo durante un incendio u oler una fuga de gas en la cocina.
A pesar de que la evidencia científica apunta a la pérdida del olfato como signo temprano de enfermedad, lo cierto es que este sentido, el primero que usamos al nacer, siempre ha estado relegado a un segundo plano en nuestra sociedad, como si fuese prescindible o secundario, o algo más propio de los animales y no tan práctico en los humanos.
Es hora de instaurar una cultura del olfato y apostar por ello en el ámbito sanitario, laboral, educativo… e incluso en familia. A día de hoy no sabemos con certeza hasta dónde puede llegar la ciencia en lo que a este tema se refiere, pero el conocimiento actual abre la puerta a la utilidad de métodos como los ‘entrenamientos olfativos’, un sencillo test a base de muestras de olores, que permita detectar y atajar problemas de salud al identificar en qué medida se pierde la capacidad de oler. De hecho, sería muy interesante que el olfato se incluya en las revisiones laborales junto al estudio de la vista o el oído o que se estimule su presencia dentro de los colegios y residencias para la tercera edad. Además, la cultura del olfato sin duda aporta otros beneficios añadidos. Entre ellos, despertar la memoria, favorecer la estimulación infantil mediante juegos — habitualmente enfocados en el desarrollo de otros sentidos como la vista, el oído o el tacto— o, simplemente, hacer más entretenida la estancia en una residencia u hospital.
El año 2020 supuso un punto de inflexión en el estudio científico de las bases neurológicas de la olfacción, que tomó fuerza debido al impacto del COVID-19. Impulsar una cultura del olfato a todos los niveles sin duda permitirá a la comunidad científica seguir potenciando la investigación en este ámbito, por ejemplo, incluyendo en los ensayos clínicos no solo a pacientes con enfermedad avanzada, sino también a aquellos en estadios más tempranos en los que se hayan identificado déficits olfativos. Quienes investigamos en este campo ya hemos iniciado el camino, pero todavía queda un largo trecho por recorrer en el que todos podemos avanzar de una u otra manera.
Sin duda, merece la pena darle la importancia que tiene al olfato.