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"El buen resultado para la imagen de España de la cumbre de Madrid no sana todas las incoherencias de nuestra política exterior"

Avatar del undefined Manuel Pulido05/07/2022
La política exterior es una cuestión de Estado o debería serlo. Pero la pregunta que cualquier observador atento podría hacerse es si nuestro país tiene política exterior, es decir, si sabe dónde conducir sus pasos cuando los hechos tozudos que rigen la política internacional se incendian o deterioran.
La tradicional política exterior de España desde la entrada en la OTAN en 1982 de la mano de Leopoldo Calvo Sotelo como presidente del Gobierno, del que se han cumplido cuarenta años, renovada en la Declaración de la OTAN en Madrid de hace unos días, despejó la entrada en la entonces Comunidad Económica Europa (1985). Y permitió consolidar el vínculo atlántico con EE UU, pese la renegociación del contrato de las Bases que llevó bien el Gobierno de Felipe González así como el reforzamiento de la posición española en Sudamérica de la mano de la inversión española en banca, energías y telecomunicaciones (BBVA, Santander, Endesa, Repsol, Telefónica etc), que permitió recuperar el pulso de país en una zona en algunos momentos abandonada, pese a la retórica de la tradicional relaciones de hermandad con la “madre patria”. El éxito de la Transición española fue la mejor tarjeta de presentación de la política exterior española.
Junto a ello, el pilar de las relaciones privilegiadas con la monarquía alauita, muy bien trabajada por el Rey D. Juan Carlos, en especial con Mohamed VI, pues es bien sabido que su padre Hassan II, nunca tuvo a España como un verdadero amigo, como se demostró con su política de anexión del Sáhara occidental (1974), en plena agonía de Franco y de los problemas con las empresas españolas, en materia de pesca, emigración etc.
El mismo Rey emérito fue el mejor embajador de España con el mundo y en especial con las monarquías petroleras, así como la real politik de Felipe González permitió tender influencias en el Magreb, pese a Morán y su política en favor del Frente Polisario, que tuvo que ser reconducida con habilidad por Paco Fernández Ordóñez, uno de los mejores Ministros de Asuntos Exteriores, con el éxito de la Conferencia de Oriente Próximo en Madrid (1991), que puso a España en el mapamundi de la Política internacional. Ese ciclo se cerró con el reconocimiento del Estado de Israel, una asignatura pendiente de la Política exterior española y con el apoyo del Congreso a la intervención en el Golfo pérsico en 1991, secundado a la Comunidad internacional dirigida por EE.UU, de la mano del presidente Bush padre.
Aznar, hasta la foto de las Azores, mantuvo parte de la política de estado en politica exterior, reforzando el llamado vínculo atlántico o relación preferente con EE UU, que no siempre compartió la opinión pública española, en algunos casos antiamericana, y reforzó su relación con la Rusia de Putin, con quien mantuvo buenas relaciones personales. Eran, claro, otros tiempos.
La relación con EE UU se deterioró o enfrió tras la errática política exterior de Zapatero con su alianza de civilizaciones, el rechazo a la bandera americana en la castellana de Madrid y la retirada sin avisar de tropas de avituallamiento en la guerra de Iraq y de las tropas españolas en Kosovo (2009), de la mano de la tristemente desaparecida Ministra de Defensa, Carmen Chacón, ante la incomprensible mirada de la Comunidad internacional y de la OTAN. Rajoy y Garcia Margallo hicieron cosas positivas, pero el fiasco del proces catalán influyó negativamente en la imagen europea e internacional de España.
Hoy nos podríamos preguntar qué política defiende el Gobierno social-comunista de Sánchez, y cómo sorteará el presidente el compromiso de aumento del gasto en Defensa, comprometido con la OTAN, si las dificultades del Gobierno con socios anti OTAN, lo impide en el Parlamento. El buen resultado para la imagen de España de la cumbre de Madrid no sana todas las incoherencias de nuestra política exterior, no siempre bien dirigida desde Moncloa y ejecutada por un Ministro como Albares.
El cambio de política en el Magreb, en especial en la relación con Argelia, plantea la duda de cómo nos afectará tal giro en un futuro en materia de abastecimiento y precio del gas, y en materia de emigración o control de fronteras, como ha ocurrido en el asalto de la valla de Melilla.
El desafío de Sánchez es si sabrá enhebrar una política exterior de estado en la que necesitará al PP, que permita mantener los intereses de nuestro país en el mundo, pues como recordaba Lord Parlmeston, en política exterior solo hay intereses permanentes, los de España con la UE y a su través con Iberoamérica, la OTAN, y las buenas relaciones con el Magreb, que Sánchez está obligado a recomponer, pues desgraciadamente no hay política exterior para la zona asiática del Pacífico.
Manuel Pulido Quecedo. Abogado
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