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Obituario

Juan María Lecea Yábar, un humanista

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Juan María Lecea Yábar
  • Juan Cruz Alli Aranguren
Publicado el 03/04/2023 a las 07:56
El pasado sábado 25 de marzo falleció en Pamplona Juan María Lecea Yábar, nacido en la capital navarra en mayo de 1931, hijo de Jenaro y de Valen, hermano de Gerardo y Lourdes, casado con Celina Compains y padre de Alodia y Fermín. A su viuda, hijos y hermanos transmito la condolencia de vecino y amigo que tantas veces nos hemos encontrado en el camino de la vida que iniciamos en nuestra calle Mayor y el entorno del burgo y la parroquia de San Cernin.
La relación entre nuestras familias era próxima, del 37 al 49 nos separaban pocos portales pero las identificaciones eran muchas en lo socio religioso e ideológico. Durante la Guerra Civil, Jenaro, tras reponerse de sus heridas en el frente, fue uno de los encargados de la defensa antiaérea de Pamplona. He visto una fotografía suya uniformado de requeté acompañado de sus hijos “pelayos”. Era una familia reconocida en el microcosmos de la calle Mayor. Por la diferencia de edad, los hermanos Lecea eran mayores, pero recuerdo acontecimientos familiares en los que estuvimos los Alli como la primera misa de Juan Mari, los comentarios sobre sus éxitos académicos en Salamanca y las conversaciones entre nuestros progenitores. Mientras, Gerardo era dantzari del primer grupo del Ayuntamiento de Pamplona, empleado del Crédito Navarro, estudiaba por libre intendente mercantil en la Escuela de Altos Estudios Mercantiles de Bilbao y, como vicepresidente de los jóvenes de la Acción Católica, nos daba charlas de formación a los aspirantes; todo lo hizo a la vez y muy bien. Lourdes, tan inteligente y delicada, tras su paso por las dominicas de la calle Jarauta (“las beatas”) y sacar plaza de administrativa en los sindicatos, se fue hija de la caridad.
Tras sus estudios primarios en los escolapios ingresó en el seminario de Pamplona realizando los eclesiásticos becado por Diario de Navarra. Se doctoró en Teología por la Pontificia Universidad de Salamanca, licenciándose en Historia y Periodismo por la de Navarra. Su amplia formación intelectual y vocación investigadora se manifestaron en obras sobre los tres ámbitos de conocimiento en que se formó. En el religioso sobre la misa (1965) y los sacramentos (1967), en el histórico-artístico sobre los ciclos de Navidad y Pascua en el arte navarro (1980) y en el histórico-periodístico sobre La vieja Navarra y la nueva Navarra (1973) y la prensa en Navarra en los siglos XVIII y XIX (1976). Sus trabajos más numerosos los dedicó a la vida y obra del filólogo Amado Alonso (Lerín, 1856-Arlington, 1952) publicados en la Revista Internacional de Filología y Príncipe de Viana o en capítulos de libros en 1988, 1995-1996, 1998, 1999-2000 y 2014. Dedicó un artículo a los problemas sociales y económicos de Navarra en los siglos XVIII-XIX (1978) y otro al escritor pamplonés Ángel María Pascual (1998).
Como periodista dirigió el semanario diocesano La Verdad y fue redactor de la sección El Diario en el recuerdo de este periódico. No fue para el humanista Lecea un ejercicio mecánico de leer y resumir noticias, sino que, con el sentido trascendente que dio a toda su vida, cada día fue un recuerdo de la geórgica de Virgilio (III, 284): “Tempus fugit, sicut nubes, quasi naves, velut umbra” (“El tiempo se va como las nubes, como las naves, como una sombra”).
Su faceta docente se desarrolló a lo largo de toda su vida profesional. Durante décadas, Juan Mari compartió con su alumnado su pasión por la literatura y los libros. Un amor a la lectura que ha llegado incluso a las siguientes generaciones. Impartió clases de materias diversas en el seminario diocesano, en el colegio San Miguel, en la Universidad de Navarra, en las primeras promociones del colegio Nuestra Señora del Huerto, en los institutos de Tafalla, Irubide e INABAD (enseñanza a distancia). Entusiasta de la difusión cultural fue uno de los promotores-fundadores del Ateneo Navarro, del que Celina fue presidenta. Participó en la Asociación de Belenistas.
Juan Mari fue discípulo y gran amigo de un sacerdote cultísimo, Martín Larráyoz. Cuando falleció, me transmitió una edición francesa de 1918 del Nuevo Testamento en latín y griego, que había dedicado en 1938 mi padre a su amigo Martín, trabajando ambos en el Hospital Alfonso Carlos, con esta dedicatoria propia del espíritu de los voluntarios tradicionalistas del momento: “Que este libro te recuerde / los días que en santa unión, / juntos pasamos “bregando” / por Dios y la Tradición”.
Donde ejerció sus diversas vocaciones, su sentido de la trascendencia, del deber y de la responsabilidad le llevaron a ser concienzudo en el estudio, el trabajo y la obra bien hecha, porque todas ellas brotaban “de manantial sereno; / y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina, / era (soy), en el buen sentido de la palabra, bueno” (Machado).
En este momento de despedida recuerdo las palabras de San Agustín que nos está transmitiendo Juan Mari a todos sus allegados, particularmente a ti Celina, que has sido su apoyo de matriarca salacenca permitiéndole tener una vida fecunda y crear una familia: “La muerte no es nada. Yo solo me he ido a la habitación de al lado. Yo soy yo, tú eres tú. Lo que éramos el uno para el otro, lo seguimos siendo”. Habéis disfrutado de un hombre bueno y un gran humanista, que siguió el camino de su inteligencia, integridad y recta conciencia llenas de fe divina y humana.
La muerte del esposo, el padre y el hermano es un golpe duro, a pesar de la edad y los achaques, pero habéis tenido una gran suerte con su vida. Pensad que sigue con vosotros diciéndoos: “Llamadme por el nombre que me habéis llamado siempre, hábladme como siempre lo habéis hecho. No lo hagáis con un tono diferente, de manera solemne o triste. Seguid riéndoos de los que nos hacía reír juntos. Que se pronuncie mi nombre en casa como siempre lo ha sido, sin énfasis ninguno, sin rastro de sombra” (S. Agustín).
Juan Mari, descansa en paz en el cielo en que creías y esperabas, brilla con las estrellas y arde en el recuerdo y el corazón de los tuyos. Aunque ya lo sabías, has podido comprobar que la pamplonesa Virgen del Camino de San Cernin y la salacenca de Arburúa de tu Iciz y Salazar de adopción, son la misma.
El autor era amigo y vecino del fallecido
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