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Comercio

Los estancos navarros se convierten en 'transformers'

Los estancos del siglo XXI no tienen nada que ver con los de hace décadas. Hoy también venden bolsos, bisutería, refrescos y hasta recogen paquetes

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Interior de un estancoGoñi
Publicado el 06/03/2023 a las 06:00
El precio de algunas cajetillas de tabaco acaba de sufrir la enésima subida. Sin embargo, del dinero que paga un fumador apenas un 8,5% termina en el bolsillo del estanquero, un porcentaje que lleva años sin modificarse. 
“¿Qué empresario puede mantenerse siempre con el mismo margen aunque el coste de la vida no deje de subir? Y es un 8,5% bruto porque de ahí hay que descontar lo que pagamos a la Seguridad Social, la luz, el alquiler, etc”, cuenta Inmaculada Casajús, estanquera en el barrio de Mendebaldea de la capital navarra. A sus 58 años, explica que la venta de tabaco ha dejado de ser “un buen negocio”. 
“Mi abuela abrió el estanco y, entonces, sí que era un trabajo del que podías hasta presumir y permitía ahorrar. ¿Ahora? Es un negocio demonizado socialmente, aunque de forma hipócrita porque el Gobierno nos machaca con dejar de fumar pero luego recauda un dineral. Hoy, casi es mejor que tus hijos no digan a nadie que su madre tiene un estanco. Además, la rentabilidad ha bajado tanto que a duras penas da para un sueldo y no queda más remedio que diversificar”, agrega.
No le falta razón. Los estancos del siglo XXI nada tienen que ver con los de mediados y finales del siglo pasado, donde el olor a tabaco impregnaba todo y solo se vendía cigarrillos y puros. 
Hoy, un estanco es un lugar hasta perfumado, donde el cliente puede encontrar bisutería, bolsos, pañuelos, refrescos, golosinas, artículos de papelería e incluso alimentos gourmet como botellas de vinos especiales de reconocidas marcas. Toda una transformación que se refleja en los escaparates y que, lógicamente, repercute, en el valor del negocio.
Los estanqueros, con las manos atadas por unos precios y márgenes fijados por el Estado, buscan complementar las ventas aprovechando el trasiego de gente. “Cada uno diversifica por donde puede, cómo entiende o quiere. Y todo me parece estupendo. Lo que jamás pensé que en los estancos llegaríamos a vender hasta vinos especiales, que tuviéramos que entender de vinos, pero da medida de la complicada situación de este sector”. 
Inmaculada ha completado su oferta con ala venta de caramelos, chicles y artículos ligados al fumador, como mecheros, incluso con los vapes desechables, “tan en auge en estos momentos”. 
Cuenta que le tentaron con ser punto de entrega y de recogida de paquetes para la venta online, pero señala que a su edad huye de la tecnología y que cada vez piensa más en la jubilación. Confiesa que el negocio de su abuelo y que pasó a su madre y que ahora regenta ella no tiene relevo generacional: “Mis hijos han estudiado y no creo que lo continúen”.
José Ángel Solchaga Ábrego, tiene 66 años y lleva toda la vida en el estanco de Arróniz, un pueblo de apenas mil habitantes. Aunque aún no piensa en despedirse del mundo laboral, reconoce que, al igual que Inmaculada, no tiene relevo generacional. 
“Soy soltero y tendré que vender la licencia de un estanco que empezó una tía, siguió mi madre y me quedé yo”, comenta. De momento, sigue levantando la persiana desde las 8.30 horas de la mañana hasta las 13.00 y, por la tarde, de las 17 a las 20 horas. 
“Vivo arriba del estanco y me veo bien para seguir, pero el negocio no deja un sueldo para una familia. Ha bajado mucho y he tenido que vender chucherías y refrescos, aunque han venido inmigrantes y muchos fuman, pero nos estamos quedando de pueblo dormitorio”, apunta. A José Ángel muchos vecinos le ruegan que no se jubile. “Me dicen: ¡José, por favor, no cierres que cada vez hay menos tiendas!”
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