Estudio
Los políticos perseguidos por ETA aseguran que "la defensa de la democracia mereció su sacrificio"
Un estudio de la UPNA y la UN, coordinado por el Colegio de Sociología y Politología, analiza la presión terrorista a cargos públicos a partir de 57 entrevistas

- Paloma Dealbert
El 80% de las personas que han vivido con escolta en Navarra entre 2001 y 2011 eran o son representantes y cargos políticos. Fue una experiencia “en general dolorosa, que no les gustó”, ha detallado Pablo Pérez López, catedrático de Historia de la Universidad de Navarra y responsable del equipo de esta institución que ha participado en el estudio Terrorismo de ETA y violencia de persecución contra miembros y cargos públicos de partidos democráticos en Navarra.
La investigación, elaborada junto a un equipo de la Universidad Pública de Navarra y dirigida por el Colegio de Sociología y Politología de Navarra, analiza 57 entrevistas a políticos -una veintena son mujeres- de la Comunidad foral como Yolanda Barcina, Alberto Catalán, Juan José Lizarbe, Juan Frommknecht o Elma Saiz Delgado. Del total, 26 pertenecen a UPN, 26 a PSN y 5, al PP.
El informe analiza el impacto de la amenaza y el hostigamiento del grupo terrorista y su entorno en las vidas de quienes asumieron un cargo público. “La mayor parte de ellos dice que volvería a hacerlo”, ha revelado Pérez. Tienen la convicción, concluye el estudio, de que "la defensa de la democracia mereció su sacrificio".
De hecho, explicó el historiador, el propio contexto fue determinante para que lo decidieran en su momento: “Se daban cuenta del peligro de que la democracia fuera clausurada como consecuencia de que había cosas que no se podían plantear siquiera. Esto les hizo dar un paso adelante”.
LA VIDA CON ESCOLTA
La persecución de ETA en Navarra a los representantes públicos se recrudeció en la segunda mitad de los años noventa, con el asesinato de Miguel Ángel Blanco en 1997, de Tomás Caballero Pastor, concejal de UPN asesinado en Pamplona en 1998; y José Javier Múgica, concejal de UPN en Leitza, en 2001. Los políticos lo notaban en especial en festejos y premios municipales, cuando esta presión “se hacía más explícita y pública”. Cada atentado, se señala en el estudio, les suponía un gran “impacto emocional”.
Las medidas de autoprotección que habían adquirido hasta entonces se transformaron en la obligación de llevar escolta, que no fue del agrado de los entrevistados por su pérdida de poder de decisión sobre su intimidad, rutinas y movimientos. “No en vano, la presencia producía impacto directo en su vida afectando a su libertad y a la posibilidad de llevar una vida normal”, ha recordado Marta Rodríguez Fouz, doctora en Sociología y responsable del equipo de la UPNA. Sin embargo, en muchos casos esa relación de extraños terminó por convertirse en una amistad.
Los servicios de protección, aparte de su efecto disuasorio, tenían uno de “diana” para el entorno abertzale. Además, la población y los escoltados los percibían “de forma ambigua”, apuntó Pérez. Alrededor del protegido algunos entendían esa compañía como “un acto de presunción” o privilegio, para otras personas causaba temor o rechazo. Su retirada con el cese de la lucha armada de ETA se recibió con alivio, al principio incluso con miedo. La mayoría de los encuestados atribuye ese final de actividad terrorista al cambio de estrategia etarra y no "porque se hubieran compadecido de ellos", ha matizado Pérez.
En sus entrevistas para el informe los políticos manifiestan que hubo una falta de respuesta social ante el hostigamiento. “No lo reprochan, pero sí que notan cierto vacío alrededor, una orfandad, una falta de apoyo, y por eso agradecen mucho los casos en que sí lo tuvieron”, han relatado los investigadores. “Se tendió a ningunear” a los escoltas, ha indicado Rodríguez, y a entenderlos como “una normalidad democrática”. En cambio, los participantes en el estudio reconocen el apoyo institucional.
El terror se vivió con mayor intensidad en el norte navarro y en la Comarca de Pamplona. “Es muy notable especialmente en los pueblos pequeños porque donde el miedo crea un efecto político silenciador más intenso es donde eres fácilmente identificable en tu pensamiento”, ha asegurado el historiador de la Universidad de Navarra.
Otro de los aspectos que destacan todos los políticos es el apoyo familiar. “Perciben que no padecen nunca solos, siempre con los suyos. Y esto repercute también en que enrarece su vida social, ya no salen con los amigos ni pueden tener las relaciones sentimentales como antes”, ha añadido Pablo Pérez. Varios ni siquiera contaban el motivo real de la necesidad de contar con escolta a sus hijos o no han vuelto a hablar del tema en casa.
También agradecen el respaldo de buena parte de sus compañeros de corporación o parlamentarios. Pero recuerdan los episodios de aquellos de partidos de la izquierda abertzale, cuando no condenaban atentados o la persecución de ETA, como una vivencia muy dolorosa. “Tenían que sentarse en un lugar teóricamente dedicado al diálogo con unas personas que querían lo contrario, el silencio”, ha aseverado Pérez.
El informe se puede consultar y descargar en línea (www.colsocpona.org). La coordinadora del proyecto es Marta Lasterra, del Colegio de Sociología y Politología de Navarra. El equipo de trabajo del instituto i-Communitas de la UPNA lo conforman Marta Rodríguez Fouz (responsable), Lohitzune Zuloaga Lojo y Sergio García Magariño. Por parte del Instituto Cultura y Sociedad de la Universidad de Navarra, el grupo lo integran Pablo Pérez López (responsable), María Jiménez Ramos, Miriam Huárriz Gurpide, Roberto Calvo Macías y Leyre Santos Vidal.