Aimar llena de vida Vidángoz

Aimar Laspidea Mutuberria es el vecino más joven de Vidángoz. Cumple este domingo 45 días, mes y medio que en este pueblo de Roncal, 40 vecinos en invierno, son muchas líneas de historia. De una demografía que resiste como el mejor funambulista en la cuerda más lánguida. “Cuando yo regresé al pueblo había dos niños y creíamos que con ellos se acababa, que ya no habría autobús escolar”, rescata M.ª José Hualde, de 62 años, abuela de Aimar. “Pero nunca ha dejado de pasar”, endulza a bote pronto el relato. Pocos, pero siempre ha habido niños camino de la concentración escolar de Roncal. Ahora son dos, Joseba, de 7 años, y su hermano Unax, de 6. En tres años les acompañará Aimar. Duerme plácido en brazos de su madre, Ainhoa Mutuberria Estanga, 32 años. Natural de Santesteban, es maestra y llegó al valle hace ocho años. “Soy interina en Educación Infantil y en aquel momento era la única plaza libre con jornada completa. No me lo pensé”, cuenta de cuando se instaló en Isaba, en un paraje que solo conocía de la Semana Blanca y un Día de la Almadía. Poco imaginaba que formaría una familia allí. Los tres primeros años vivió en Isaba. Compartía piso con otra compañera de Legasa. Ya entonces conoció a Javi Laspidea Hualde, 32 años, de Vidángoz. Fue en una fiesta en primavera, en el día del Euskera. Él nació en Vidángoz. Su padre llevaba la quesería de los tíos maternos de Javi y su madre, que estudió magisterio, es taxista. Javi siempre estuvo muy arrimado a la tierra, a la naturaleza. Demasiado como para dejarla. Estudió hasta Secundaria en Roncal y luego un grado de Forestal. Y volvió. Al monte, a la caza, a la pesca, a los amigos. Se empleó en la quesería. Compra leche a ganaderos del entorno, fabrica el producto y lo comercializan con la marca Onkizu. No tuvo duda en quedarse. Y Ainhoa tampoco, aunque ella llegaba de un pueblo mayor, de unos 1.500 habitantes y con una prolija actividad comercial. Recorren la carretera a Pamplona todas las semanas, pero en sentido inverso. “Cuando la gente llega al pueblo, nosotros nos vamos para visitar a mi familia a Santesteban, casi dos horas de viaje”. La tranquilidad es la ventaja que apunta Ainhoa. Pero Javi opina que hay muchas más y no es capaz de encontrar un solo recoveco negativo. “Bueno, voy con él a repartir por los pueblos, al monte.... estamos poco en casa la verdad. Y luego está el Club de los Lunes, donde nos reunimos a coser o a hacer punto, siempre con un chocolate; los miércoles cenamos las tres parejas jóvenes y los jueves es el día en que salen las maestras”, describe Ainhoa. Se ha sentido muy bien acogida. No hay vecino que no pare un rato a hablar con ella. Es como que la prisa no está en el diccionario roncalés, como si se viviera más despacio y, por tanto, más. Tampoco las atisba Arantxa Galetx, madre de Joseba y Unax. Ella nació en Urzainqui y desde los 14 años, por estudios, y luego por su trabajo como peluquera, vivió en Pamplona entre semana. “Pero siempre con la mirada puesta en el pueblo”. No dejaba de ir un fin de semana. Cuando se casó con Txemari Jimeno, de Vidángoz, dejó el trabajo y se instaló en el pueblo. “Quería que los niños crecieran aquí”, dice a pesar de los 20 kilómetros, tres cuartos de hora en autobús hasta la escuela de Roncal; a pesar de los kilómetros vespertinos para las clases de música y pelota; a pesar del frío; de que son los únicos niños de Primaria en el pueblo. A pesar de todo está contenta con la decisión. Y han celebrado la llegada de Aimar como el mejor regalo de Navidad. Joseba y Unax tendrán otro compañero de autobús. Y de juegos. Porque en Vidángoz, como en otros tantos pueblos donde los niños se cuentan con los dedos de las manos, no hay edades ni sexos. Todos juegan juntos. “Y esa es otra de las cosas bonitas de los pueblos”, saborea Arantxa. Hablan en casa Juanko, donde viven los padres de Javier. Son abuelos de otra nieta de un añico que vive en Pamplona. La capital parece el final de un viaje pasada la adolescencia. Como la última parada. Pero M.ª José ya intuía que Javier se quedaría: “La vida nunca es lo que imaginas. Yo estudié magisterio, me iba a quedar soltera y viviría en Pamplona; resulta que soy taxista, estoy casada y vivo en Vidángoz”. Aimar nació el 22 de noviembre, pero no es el habitante más joven del valle. Desde entonces han nacido tres más, el último el 28 de diciembre. “En la quinta son siete”, anticipa Ainhoa. Ella de clase en Infantil. Este es su octavo curso, aunque ahora está de baja. Son doce niños de entre 3 y 5 años en el centro Julián Gayarre.

Aimar llena de vida Vidángoz

Aimar nació hace mes y medio y escribe la historia de amor de sus padres, Ainhoa Mutuberria, de Santesteban, y maestra en la escuela de Roncal, y Javier Laspidea, quesero de Vidángoz. Con él, son tres los niños en el pueblo

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