Hasier Larretxea, poeta: "El odio de algunos no va a lograr que otros dejemos de disfrutar de la vida"

En la portada de color rosa del poemario 'Hijos del peligro' está dibujado su autor, Hasier Larretxea. Lo ha trazado la mano del ilustrador catalán Guillermo Peñalver, que lo ha plasmado de perfil, con un tórax impregnado de lo que parecen tallos que en verdad son cicatrices, “llagas y huellas” que le ha dejado el pasado pero que brotan como flores que emergen de las heridas, y mirando con descrédito, distancia o recelo hacia atrás, hacia tres ojos que le observan desde fuera, desde cicatrices que han abandonado su cuerpo. “Es una metáfora muy bonita de cómo poder hacer con la literatura y el arte algo bello desde el dolor; que el sufrimiento sirva para llegar a lugares personales y artísticos”, reflexiona el poeta de Arraioz. Y es que 'Hijos del peligro' contiene poemas que nacen del dolor y del desgarro de una etapa adolescente, pero también de las relaciones de pareja en la madurez. Con la mística muy presente, una reflexión sobre la escritura y recuerdos muy íntimos de cómo vivió su homosexualidad en un entorno entonces adverso, es un libro que reivindica y homenajea la lucha social del colectivo LGTBI+ y habla de activismo. Este libro le lleva este viernes a los Diálogos de Medianoche de Civican (19 horas). El cantante chileno (Me llamo) Sebastián compuso 'Hijos del peligro' en 2016, el año de la masacre en una discoteca gay de Orlando. ¿Qué sintió al escucharla? Temblor. Escogí esta canción porque simboliza muy bien lo que quería expresar en el libro. Tiene otra sobre el recorrido desde ser niños a adultos, sobre que los chicos no podían bailar, sobre esa afectividad censurada o cercenada por las elecciones de las muñecas, del color rosa... Su música me hizo reconectar con mi historia de vida. Es importante dar voz a los derechos del colectivo LGTBI que hoy padece, o padecemos, humillación, desprecio, asesinato y no ser ciudadanos de primera en muchos países, en algunos aún vigente la pena de muerte. En un verso se pregunta “¿qué grado de honestidad rezuma en todo aquello que escribimos?”. ¿Cuánta honestidad hay aquí? Diría que es uno de mis libros más honestos. Antes escribía desde una estética, pero con claroscuros y sin evidenciar tanto esa parte afectiva homosexual. Ese verso pertenece a la tercera parte del poemario, con poemas que reflexionan sobre la escritura, que para mí ha sido el canal de salvación emocional: la escritura fue mi tabla de salvación cuando no era capaz de expresar de voz qué me pasaba, porque no sabía ni qué me pasaba pero sí que era algo extraño que debía censurar por no poder permitirme que me gustaran los hombres. Hay desgarro, disfrute de la vida y del amor, reivindicación..., y habla abiertamente de la homosexualidad. Eso me ha traído hasta aquí, esa necesidad de buscar referentes, de la felicidad, del disfrute cuando en la adolescencia parecía que no estaba permitida la sonrisa, el baile... Muchos y muchas no vivíamos nuestras vidas, parecía que estábamos a expensas de las de los demás por ese control social en los pueblos, como que nadie daba el primer paso, y me da igual qué tipo de paso, porque, dependiendo de dónde hayas nacido, por darlo se te etiqueta. ¿Era impensable un poemario solo de dolor, sin todo el proceso que le ha llevado al hoy? Vivir en Madrid me ha dado ese prisma de permitirme ser lo que puedo ser desde mí, no desde la proyección de los otros. Me interesan mucho los poemas con esa mirada sosegada donde hago el recorrido a través del amor, temas que antes me costaba abordar. Ahora me ha interesado hablar de mi vida con mi marido desde hace muchos años, de ese sosiego tras la efusividad y reivindicación de recorrer calles y diferentes lugares donde me estaba encontrando. Entrar al colectivo LGTBI, a los bares de ambiente, lo era entrar a un lugar no familiar para mí, por la estética y la música. Porque yo venía del mundo del rock, de las calles de Elizondo, de pueblo... Recuerdo que era la época del Hung up de Madona y que yo tenía una camiseta de Korn, un grupo de nu-metal. Mi estética era hardcoreta y era como “sí, soy gay, pero...”. Y es que hay muchas diversidades y pluralidades dentro del colectivo LGTBI y muchos estereotipos. Ha sido una búsqueda más allá de la aceptación de decir “¿me identifico con el colectivo LGTBI, con estos bares de Chueca?”. “Nuestras caricias son más ligeras que su odio”. ¿Se escribe así porque se ha perdonado, superado, asumido..., para reivindicar? Todo. Estamos en unos tiempos en los que la premisa debe ser la dignidad y el bienestar de las personas. Pero parece que no hemos aprendido nada tras la pandemia. Hay adolescentes que se suicidan por sus procesos de identidad de género y se están dando casos de bullying, y se darán. Como sociedad, nuestra responsabilidad cotidiana es crear espacios seguros y, aunque ese padre y esa madre al principio no lo entiendan, pienso que el amor es el mayor canal de conexión hacia ese hijo, hacia esa hija. Debemos esforzarnos en ampliar nuestras miradas hacia estas nuevas diversidades que llegan con fuerza desde la juventud, cuestionándose la construcción del género, el nuevo reto ahora como sociedad. Poemas de sosiego, alegría y rabia, como aquel plagado de “no podíamos...”. Hay poemas que se dirigen de manera mucho más directa a esos lugares donde no nos permitían ser, donde éramos invisibles, donde el afecto y el tacto eran imposibles, prohibidos. Ahora, desde la madurez y creencia interna de que no estaba haciendo daño a nadie por ser como era, puedo mostrarme sin tapujos, cuando antes lo cercenaba internamente. Intento ser honesto conmigo y con mi entorno y me siento muy afortunado por la familia que tengo y el apoyo y por poder compartir toda mi vida con mis padres. Antes, en las entrevistas, no me autocensuraba, pero sí había cosas que no abordaba, cuando ahora lo hago abiertamente. En otro poema dice “¿Qué fue lo que hicimos mal?, ¿qué hemos hecho tan mal?”. ¿Cuándo ha dejado de preguntárselo? Hace un tiempo ya [sonríe]. Lo que quizá hicimos tan mal fue amplificar esas carencias de algunas personas proyectadas en nosotros; quizá fuimos humillados o señalados porque había una diferencia que cuestionaba su identidad. ¿Qué hicimos mal? Ser diferentes. Y a la vez, qué maravilloso serlo y qué necesaria la diversidad en la sociedad. “¿Sabremos vernos [...], encontrarnos [...], perdonarnos [...], mirar más allá del duelo?”. ¿Ha sabido? Estoy en ello y creo que he hecho un viaje bien profundo. En libros anteriores empezaba a hacer ese recorrido, y me esfuerzo en ello. Tengo que seguir aprendiendo y mejorando, sobre todo porque el rencor, el odio y el enfado no son buenos compañeros de vida. Ha escrito muchas veces sobre la infancia y la adolescencia en su valle. Ahora que sobre el papel ha vuelto a ellas pero desde otro lugar, ¿qué imagen le viene? La de ese Hasier rebelde y guerrero. He tenido facilidades para ir a conciertos y festivales, para moverme de aquí allá, para estar metido en muchas historias culturales, y doy las gracias a mis padres porque me lo han facilitado. Me viene la imagen de ese traqueteo constante de búsquedas, aunque errara; del desenfreno y momentos muy satisfactorios, de disfrutar mucho. Tuve mi época preadolescente en la que estuve más encerrado, y, aunque siempre he sido muy tímido, recuerdo después la rebeldía y un punto de irreverente. (Me llamo) Sebastián dedica su canción 'Hijos del peligro' “a los que hemos sido marcados”. [silencio]. Una canción de El columpio asesino se titula 'La marca en nuestra frente es la de Caín'. Esa imagen me viene mucho a la cabeza. No tengo textos publicados, pero he escrito sobre estar marcado, sentirte marcado, como los animales, como los nazis lo hacían con los judíos, con el colectivo LGTBI, con los gitanos... Pero volviendo a ese poema que antes me has citado, nuestra sonrisa va a ser más ligera que el odio que proyectan algunos: no van a conseguir que dejemos de disfrutar de la vida igual que lo hacen ellos. Sigo intentando aferrarme a la luz a la que tanta necesidad he tenido de aferrarme.

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