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OPINIÓN

'El verano sin hombres', Siri Hustvedt

Avatar del undefined Ignacio Lloret02/06/2019
Igual que con los autores recién fallecidos, a veces no puedo evitar interesarme de pronto por un escritor recién premiado. No me refiero a esos premios estúpidos que conceden con frecuencia las editoriales o las cajas de ahorros y que sólo son una estrategia para promocionar lo mediocre, sino a distinciones de otra categoría.
En tales ocasiones, cuando se falla el galardón institucional, me fijo en el nombre y trato de recordar qué libros he leído de esa persona. Si todavía no conozco ninguno, repaso los títulos publicados en busca de aquel que mejor la represente. Puede ser una novela, un ensayo, un poemario o un relato autobiográfico. Lo importante es que, a través de esa obra, sea posible acceder al estilo y al imaginario del autor. Hacerse una idea de las pulsiones que le mueven. De sus obsesiones vitales. De su exploración técnica y estética. En definitiva, de todo eso que conforma el universo literario de quienes escribimos.
Es el caso de 'El verano sin hombres'. En su personaje Mia Fredricksen, en esos meses diferentes que la protagonista vive con su madre en Minnesota, Siri Hustvedt recoge muchos de los asuntos a los que quiere acercarse por medio de la ficción. Pienso en las relaciones familiares entre varias generaciones, en el aprendizaje de la escritura como forma de entender la vida, en el impacto de lo masculino sobre lo femenino, en la prosperidad sentimental de las mujeres, en las distintas maneras de afrontar el paso de los años. Desde el principio, el lector que incursiona por primera vez en la prosa de Hustvedt tiene la impresión de que ésas son las cosas que le importan. Supone que en otros libros suyos serán abordadas a través de otras criaturas y en otros escenarios, pero comprende que volverán a aparecer como un paquete esencial sobre el que merece la pena reflexionar.
Advierto la influencia de Alice Munro. En ese mecanismo narrativo que nos lleva una y otra vez del presente al pasado, de éste al futuro inmediato, como un modo de explicar las acciones de los personajes. De justificar literariamente sus decisiones. La veo también en la participación colectiva, en la intervención de las hijas, las hermanas, las madres y las abuelas en la historia. La autora da la palabra a todas ellas, a mujeres de edades diferentes, emparentadas o no, con el propósito de ofrecer un panorama completo del conflicto. De una forma parecida a la escritora canadiense, la estadounidense vuelca sus destinos como piezas sobre un tapete y deja que el lector componga el cuadro final a su manera.
Ah, y es un acierto la variedad de registros. Porque eso equivale a atacar el argumento desde muchas perspectivas. En claves diversas. Sin ceñirse a un único lenguaje. Gracias al recurso de las cartas, de los correos electrónicos, de los apuntes de cuaderno, de las citas de libro, de las conversaciones telefónicas y de la narración convencional, Hustvedt es capaz de abarcar un espacio mucho más amplio. Más rico en matices. Con mayor fidelidad a la verdad literaria. Aunque el relato lo cuenta Mia en primera persona, ese despliegue de formatos permite que las voces se multipliquen.
Qué oportuno lo del título. Lo que empieza más allá de él. El hecho de que los personajes masculinos apenas tengan un papel en la historia. Oh, se les menciona a menudo. A Boris, a Harry, a Stefan, a Pete, a Leonard. Han existido en algún momento para estas mujeres. Están detrás de sus dolores y de alguno de sus placeres. Son la causa de una forma peculiar de sufrimiento. Algunos de ellos volverán incluso a irrumpir en su vejez, una vez perdonados o salvados de sus propias miserias y, sin embargo, son los últimos ejemplares de una especie a punto de extinguirse. Y así como ninguna de las viudas de Rolling Meadows añora en realidad a sus maridos, ninguna de las protagonistas de la novela llorará la desaparición de los hombres.
Los premios con sentido son aquellos que nos descubren algo valioso. Sí, quizá su rasgo principal sea que, cuando por fin conocemos a esos autores, somos más bien nosotros quienes tenemos la sensación de haber sido distinguidos. Galardonados con la fortuna de leer.
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