Historia y Patrimonio
Catedral de Pamplona: Museo Catedral-Occidens
Un paseo entre lo conocido, lo esperado, lo intuido y impredecible
- Conocer Navarra
(Reportaje publicado en Conocer Navarra nº 31 con fecha junio de 2013. Textos de Gonzalo García, gestor general del Museo Catedral- Occidens. Fotografías de Jesús Caso).
CUANDO LA BIENVENIDA ES UNA SONRISA
Empiezo estas líneas sentado en las escaleras del atrio de la catedral. Un grupo de turistas observan, desde la esquina de la calle de la Curia, a la campana María, altiva en su atalaya, alegre en su sonido, majestuosa en su volumen. Es posible que no sepan que es la mayor de nuestro país en funcionamiento y que su sonido supera los quince kilómetros alrededor de Pamplona. Un tímido sol de primavera recién estrenada, acompaña a unos colegiales que se fotografían al lado de Carmen, la nieta del pintor Antonio López, cuyas dos figuras noche-dormida y día-despierta, adornan el patio catedralicio hasta finales de julio. El “momentico” sanferminero de este año va a tener dos “invitadas” especiales, esculpidas mitad bronce mitad cariño de abuelo, que están viajando por todo el mundo gracias a las miles de instantáneas que se hacen los visitantes… y los de aquí “de toda la vida”. Pocos templos han tenido en su tarjeta de presentación una muestra tan sutil, inocente y universal como esa niña cuyo mensaje de paz y silencio no ha conseguido cambiar ni el húmedo invierno que hemos sufrido por estos lares.
Ya en la puerta de acceso, hago esfuerzos para resistir la tentación de aconsejar a quienes entran en la catedral que guarden el reloj en el bolsillo porque a partir de aquí se mide el tiempo de otra forma. Las notas de la Capilla de Música que suenan por toda la monumental estancia, invitan a bajar la voz, casi a susurrar. La catedral de Pamplona tiene, desde el primer instante, el encanto de las piedras milenarias, el misterio de la historia, el perfume del recuerdo y la inquietud de quien ya vislumbra el futuro. Y nuestra Virgen del Sagrario, la sonrisa de bienvenida, quien sabe si explicando a su Niño cómo le cuesta recordar cuantas plegarias le han rezado a lo largo de los siglos, cuantos peregrinos ha visto pasar, cuantas generaciones han depositado a sus pies un ruego y un gracias, cuantas lágrimas ha enjuagado y de cuantas esperanzas ha sido madrina.
Y los retablos, vidas policromadas, y la verja del altar mayor, la mejor de España, y la sacristía rococó, ni respirar… y la girola donde San Fermín hace un guiño al caminante para que dé en su nombre un abrazo al Apóstol al llegar a Santiago, y la capilla del Santísimo donde la devoción se contagia. Mientras tanto, las guías hablan de los ninfeos romanos que estaban situados en este mismo lugar y de la catedral románica de la que solo queda un pequeño vestigio y apuntan, levanten las miradas, por favor, hacia las bóvedas góticas que hoy disfrutamos y la fachada neoclásica del siglo XVIII, seriedad controvertida, para contemplar, por último, como las vidrieras coquetean con los rayos de la puesta de sol hasta conformar indescifrables dibujos. Nuestra retina conservará durante mucho tiempo, la imagen regia de don Carlos y doña Leonor y la de los afligidos plorantes, testigos silentes de una época inolvidable.
DANDO UN PASO AL FRENTE SE DESCUBRE OCCIDENS
Es una puerta pequeña, humilde, las apariencias engañan, con un pequeño escalón de piedra que nos obliga a detenernos y mirando al frente, descubrir una escalera helicoidal góticomudéjar del siglo XVI. Esta original construcción que conduce al sobreclaustro catedralicio, acapara tal cantidad de comentarios elogiosos, que uno no puede por menos que pensar en quienes la diseñaron y construyeron, maestros de lo casi imposible y licenciados en arte casi eterno, qué orgullosos estarían de su actuación. Y al estilo de un barco que enfila su proa a la bocana del puerto, presten atención, señoras y señores, porque Occidens nos está esperando.
Pongamos una imagen a Occidente: es la Mesa más importante de la Humanidad sustentada sobre cuatro Pilares fundamentales, Roma, Atenas, Jerusalén y el Espíritu Germánico. Una vez dimensionadas en su justa aportación cada una de esas bases, la Reforma Gregoriana del siglo XI nos servirá de tabla de unión, de separación de poderes civiles y eclesiásticos, de visión futurista de cómo debía moverse la civilización, la dirección racional de un mundo cambiante. Occidens es un territorio mental, la reflexión frente al espejo de uno mismo, el imponernos una tarea para recuperar aquellos conceptos que el transcurrir del tiempo ha desgastado e, incluso, aniquilado.
En la cillería podríamos perfectamente escuchar la voz del obispo Pedro de Roda, el iniciador de la Reforma Gregoriana en Navarra allá por el siglo XI. Estamos en la misma estancia que pisaron aquellos canónigos que aquí vivieron, compartiendo rezo, comida y meditación, regidos por la regla de San Agustín que les hacía, entre otras muchas cosas, comer en silencio en el refectorio que también podemos ver. Y la cocina, gemela a la de Sintra y Avignon pero mejor conservada, donde se servía la sopa de los pobres a los vecinos de aquella Pamplona medieval que apenas tenían recursos. Pero el refectorio era también sala regia, los escudos de las casas reales europeas así lo demuestran. Y sala capitular bajo la presidencia del Obispo. A un paso el mejor claustro gótico del continente, donde se podía saludar a Dante según Víctor Hugo. Pero sin tan altas pretensiones, le recomiendo que busque uno de los viejos bancos de ese claustro y deje que trabaje su sentido de la vista. Lo que logre almacenar en su memoria visual no lo olvidará jamás.
LA ALFOMBRA NEGRA QUE VUELA A TRAVÉS DEL TIEMPO
Estas líneas no quieren ser una guía de Occidens. Solo es un pequeño cuaderno de bitácora de alguien que ha navegado muchas veces los caminos que Occidens abre ante nuestros sentidos. La sala de arqueología nos permite ser vascones, romanos, árabes, visigodos, templarios, canteros en el claustro gótico. Observar una calzada del siglo II A.C., mosaicos romanos, monedas, vasijas, aljibes, peines…tómese su tiempo para asimilar. Un recién nacido prematuro enterrado a las puertas de una casa vascona. Y en la sala de mártires, recordar la historia de las dos gemelas Nunilo y Alodia, de santa Úrsula de quien cuentan que se enamoró Atila allá por siglo V cuando la doncella regresaba a Germania desde Roma, y su negativa a las pretensiones del caudillo le costó la vida; santa Bárbara, Pedro y Pablo, Cecilia, Sebastián, Saturnino y Esteban Protomártir lapidado en Palestina solo por anunciar la llegada del Mesías. Impresionan las vivencias de esos mártires, emocionan sus testimonios, sorprende la puesta en escena. No le dejará indiferente.
La capilla de Jesucristo del siglo XII, uno de los rincones más “intenso” del conjunto catedralicio. La unión del Camino de Santiago con el románico, y las Navas de Tolosa, y los códices y el relicario del Santo Sepulcro. Apuntes, meros cabos sueltos de una gran puesta en escena, sucinto resumen de un guión cinematográfico con olores reales a incienso, fresa; sonidos de batallas, música gregoriana que nunca suena mejor que en las gargantas de los monjes del Leyre. ¿Sería usted capaz de explicar qué siente cuando entra en una catedral y está sonando el órgano? Pues también podrá experimentarlo. Y como la alfombra negra nos transporta por el tiempo pasaremos de la Universidad de Salamanca con Martín de Azpilcueta hasta el Concilio de Trento, las dos revoluciones inglesas y la que vivieron nuestros vecinos franceses sin olvidar a nuestra Constitución gaditana, cariñosamente, la Pepa.
Paganismo, islamismo, cristianismo. Tres mundos, tres encrucijadas. Relativismo, hedonismo y superficialidad definen la cuarta encrucijada, color rosa que impacta, incluso hiere, molesta; tal vez alguien esbozará una sonrisa al observar el contraste con un patio de piedras que recuerda los grabados de Pinaressi. Pero la cuarta encrucijada se la llevará puesta como se transporta un chiclé en la suela del zapato. Y cuando le dicen que se acerca el final, la inmensa mayoría siente, sentimos, que hay que volver a empezar de nuevo. Occidens, como los buenos conciertos, siempre tiene un bis.
EL ATRIO DE LOS GENTILES
En los siglos 20-19 A.C. Herodes mandó reconstruir el templo de Jerusalén y entre las instrucciones que dio, figuraba la de construir el atrio de los gentiles donde los sacerdotes contestaban aquellas cuestiones que, planteadas por personas no necesariamente relacionadas con la religión, tenían una importancia social en aquellas tiempos. Lugar de encuentro, de diálogo, de versiones distantes pero con ánimo de descubrir puntos cercanos. Una experiencia similar se llevó a cabo el año pasado en Barcelona, y más concretamente en el templo de la Sagrada Familia. Auspiciado por el Pontificio Consejo de la Cultura que dirige el Cardenal Gianfranco Ravasi, la experiencia constituyó un rotundo éxito. En un futuro próximo, Occidens podría ser escenario de una experiencia similar a la vivida en Cataluña.
El filósofo francés Philippe Nemó, parte de cuya obra literaria ha servido de base a la exposición, defiende la tesis de que Occidente debe reinventarse. La Unión Occidental, tal y como él la define, tiene que recuperar los valores humanos, la libertad en el sentido más amplio de la palabra, el respeto a la vida y a las creencias de los demás.
La idea de Occidens ha nacido viajera. Y si bien es cierto que su planteamiento nos permite “viajar” a través de los siglos, pronto nos va a invitar a salir de Navarra e incluso de España. El set emocional que descubrimos en la cillería del siglo XI lo encontraremos en breve cerca del Mediterráneo o en tierras de otro continente. Y aunque pudieran parecer sueños imposibles, no podemos olvidar que los principios de Occidens merecieron con justicia, el calificativo de quimera.
Vuelvo al claustro. Alguien explica de fondo la leyenda de María, mariaza, mientras docenas de miradas convergen en la puerta del Amparo y en la sonrisa eterna de la Virgen. De nuevo, la sonrisa: antes como bienvenida y ahora como un hasta luego.
LA FOTOGRAFÍA FINAL
Termino mis apuntes en el mismo lugar donde empecé: las escaleras del atrio. Otros turistas vuelven a mirar a la campana María. Un guía comenta a un grupo de pensionistas llegados de Levante que en los pedestales altos de la fachada faltan cuatro figuras: San Fermín, San Saturnino, San Francisco Javier y San Honesto para añadir a continuación que algún día una cuestación popular recaudará el dinero suficiente para cubrir esos huecos. Suscribo la idea. Quien sabe, algún día…
Ensimismado en mis pensamiento, la voz de una joven me provoca un respingo, exagerando un poco es como si hubiese explotado de nuevo el Molino de la Pólvora y las vidrieras de la catedral se hubieron vuelto de romper. Nada de eso. “Señor, nos hace una foto a todo el grupo de amigas con la figura de la niña”. ¡Cómo no, hija, ahora mismo! Carmencita, vamos allá.