Colocamos un pulsómetro a un niño para comprobar a cuántas pulsaciones funciona el corazón durante el encierro txiki
10 de julio. 11.30 horas. Cuesta de Santo Domingo. Alzan sus pequeñas manos aferrándose a un periódico al mismo tiempo que estrujan los nervios. Un coro de voces infantiles entona el primer cántico a San Fermín frente a la hornacina antes de enfrentarse a los 'astados' en la versión mini de los encierros.
Entre los corredores, los gemelos pamploneses Iker y Ander Muiño, de 8 años, dan saltitos para calentar y despojarse de la sensación de adrenalina que empieza a embriagarles. “No estamos nerviosos”, aseguran, justo antes de cantar por segunda vez al santo. Su pulso lo corrobora: 82 pulsaciones por minuto. Último cántico. Suena el cohete. Ya están aquí “los toros de mentira”, como los niños dicen, y los nervios que habían conseguido mantener a raya. Bum, bum. Bum, bum. El pulso se lanza a la carrera al mismo tiempo que las piernas de estos candidatos a promesas del encierro, hasta los 135 latidos por minuto.
Iker acude enfadado al encuentro de su padre. La masificación del evento no le ha dejado hacer la bonita carrera que él había soñado. En sus sueños también está “el encierro de verdad”: “Quiero correr en la Estafeta, como mi padre”. Rafa Muiño escucha a su hijo y niega con la cabeza. “Les traemos al encierro txiki para que se les quiten las ganas, porque aquí respiran realmente la esencia del encierro. Los toros de cartón hacen daño si te golpean, además de las caídas, los empujones... Pero con Iker no hay manera. Ander, como se cayó el año pasado, le ha cogido miedo”, comenta este corredor de encierros con 20 años de experiencia.
Mal que le pese, la semilla de la pasión por el encierro ya ha germinado en uno de los gemelos. Pero puede ser que, a base de insistir, una sobredosis de mini adrenalina le quite las ganas.
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