PERSONAJES DE LA FIESTA
Una cita en casa de Noel Chandler junto a Joe Distler y Jim Hollander
Sus corazones, sus arrugas y hasta sus cojeras tienen mucho de pamplonica, de los de pura cepa, y al mirales y escucharles laten otros Sanfermines...

- joana pernaut. pamplona
No les gusta la palabra 'guiri'. Puede que porque sus corazones, sus arrugas, y hasta sus cojeras tienen mucho de pamplonica. De los de pura cepa. Tampoco les convence el término 'divino' porque lo suyo se acerca más "al aprender de los maestros que a los dioses".
Mirarles y escucharles hace latir otros Sanfermines, más cercanos a los de otra época. Un tiempo recogido en los libros y que traspasa fronteras. Son los corredores y excorredores Noel Chandler, Joe Distler y Jim Hollander. Un galés y dos estadounidenses que han marcado la historia de las fiestas y que, un año más, vuelven para vivirlas. Una cita en la que el nombre de Hemingway hay que forzarlo.
El encuentro se produce hacia las diez de la mañana, tres días antes del Chupinazo, en la casa de Noel, en la calle Estafeta. Fuera llueve mientras la historia de los Sanfermines susurra en este piso con paredes empapeladas de fotos del encierro, casi todas regaladas, porque quien fuera directivo de Fujitsu carece de cámara fotográfica.
Otro año más, las copas ya aguardan sobre la mesa del salón ready (preparadas) para el inicio de las fiestas. Una cabeza del Verrugas colgada en una esquina del techo las vigila, a la espera de que sean llenadas con unas 50 botellas de Möet Chandon que se enfrían en un frigorífico en el que no cabe nada más. "Nos juntamos unas 200 personas, Joe, Jim, Julen Madina, Eguíluz, los divinos...", cuenta Noel, sin perder el acento, mientras sin pudor y con mucho orgullo muestra su hogar pamplonica y se detiene en las fotografías, a la espera de Jim y Joe.
"Oh, aquí está mi querido Antonio Ordóñez", señala, quien dejó de correr los encierros hace cerca de una década, cuando vio que su cuerpo no daba más. Con casi 80 años, dice que al torero le debe el haber conocido el mundo del toro y los Sanfermines. A Pamplona llegó de la mano de Matt Carney, uno de los primeros estadounidenses en vivir los encierros y con quien corrió más de 20 años, con lecciones de corredores locales como Tito Murillo o Atanasio.
En casa de Noel, hay una suite en su honor. Actualmente, la ocupa la hija de Matt, a quien Noel adoptó tras el fallecimiento de éste. Hoy, ella tiene 30 años, y pese a que Noel frunce el ceño, corre los encierros. "Llega hoy de San Sebastián y ya es mayor para decidir", se resigna. Y gira su mirada a un escrito colgado encima de la cabecera de la cama. Recoge las últimas palabras que Matt escribió a los pamplonicas en su lecho de muerte: "(...) Porque ahora estoy muriendo, sin tristeza, quiero decir adiós Pamplona, Pamplona de mi querer. Me gustaría tocar a cada pamplonica para decir gracias".
Noel va de una habitación a otra, en parte preocupado por el "desorden" de su casa. "Perdón, perdón, tengo mucho que hacer antes de San Fermín", resopla, mientras sigue compartiendo sus tesoros de la fiesta. Desde una figura de San Fermín tallada en madera que aguarda en una despensa al día 6, hasta su faja original, que de roja ha pasado a color carne. "No vivo del pasado, aún vivo los Sanfermines del presente", resalta quien se quedará en Pamplona hasta el día 17 para "limpiarse la cabeza". "Oh", reflexiona mirando a través de la ventana, "esta lluvia no es buena para los encierros".
Suena el timbre. Son Joe y Jim, a quien Noel ha localizado con la ayuda de su vecina Marta, una cubana que reside en Miami y que no se pierde unas fiestas. Para el reencuentro, entre abrazos, sirven cerveza.
DISTLER: "ESTAR CERCA DE LA MUERTE HACE LA VIDA MÁS BELLA"
Joe viene a Pamplona desde 1968, un año en el que usó el autostop para llegar, y corre los encierros desde entonces. De hecho, continúa haciéndolo si puede en la actualidad. Se ha puesto delante de los toros hasta con el brazo roto, tal y como prueba con una foto de Noel. Sólo un año faltó, el pasado.
Aquel 6 de julio, cuando el reloj estaba a punto de marcar las 12, viajaba en un avión con su mujer y sus dos hijas de 12 y 14 años a China, el país natal de unas jóvenes que "aman San Fermín" y que ya con 4 años asistieron a su primera corrida. "Ellas iban dormidas y mi corazón estaba pum pum", recuerda enérgico, expresivo. "Les debía el conocer su país", se justifica. Paradojas de la vida, visitaron un pequeño pueblo en el que había un letrero que casi saca los ojos a Joe. "¡Ponía Pamplona y los kilómetros que nos separaban!", exclama sonriendo y cerrando los ojos.
De aquel joven Joe que llegó de la mano de Matt permanece intacto el corazón. Este profesor de literatura que hoy reside en París leyó un libro sobre las espadas de España con fotos de los encierros. "¿Toros en la calle? ¡Imposible!", se dijo y, tras verificar que sí, que aquello era real, correr los encierros y vivir las fiestas se convirtió en su "medicina anual". "Tengo una vida agradable, pero Pamplona es la energía del año", detalla. Para llenarse de ella, se compró una casa en la calle Zapatería, adonde también viene en fechas como Nochevieja. "Pamplona es fantástica", sentencia.
Si tuviera que escribir su propio libro sobre los Sanfermines o reescribir la novela Fiesta de Hemingway duda escasos segundos de cuál sería la esencia, ésa que le hace regresar todos los años y varias veces: "He hecho muchos amigos, aquí me encuentro con hermanos, juntos hemos envejecido y nos hemos jugado el pellejo, no importa la fama o el dinero, es volver a verte y preguntar: '¿cómo estás?'. Siempre hablamos de salud. Vamos a Casa Paco y conversamos, sin televisión, sin Ipad".
Dicho esto, el tiempo también pasa para las fiestas, según su visión. La principal diferencia con las fiestas de los años 60-80 estriba, de acuerdo con Joe, en la gente, que hace imposible correr un encierro. "Antes se podía correr con elegancia. Hace dos años, en cambio, ni siquiera pude ver los toros", ejemplifica. La emoción en las calles, eso sí, no cambia. "Me da pena que los jóvenes no puedan aprender. Hay corredores fantásticos, pero lo tienen muy difícil", valora.
En esta línea, también remarca la importancia de conocer la tradición, la historia. "Durante años había txistus y jotas por las calles. Ahora, hay música rock. A mí me encantan las jotas. Además, hay muchos que vienen sólo para beber. Es dramático", se apena. Respecto a Hemingway despeja cualquier duda: "Él hizo las fiestas famosas en el mundo, pero hay quien lo adora y quien lo odia".
Estas fiestas, Joe volverá a figurar entre los corredores del encierro. "En la calle estoy todos los días. Luego habrá que ver si puedo correr", comenta quien en su cadera tiene las consecuencias de correr y a quien su mujer le advierte: "Si te pasa algo, no te quejes". "Estar cerca de la muerte te hace ver la vida más bella. A las 7.50 estás nervioso y a las 8.10 la vida es preciosa", comparte.
HOLLANDER: "LAS FOTOS DE GUERRA Y ENCIERROS SE PARECEN"
Jim Hollander experimentó esa sensación por primera vez en 1964 junto a su padre, un pintor que se mudó a Andalucía tras divorciarse de su madre, que se quedó en Estados Unidos y con quien él vivía. "Mi padre vino por Hemingway y yo vi mi primera corrida a los 13 años. Me encantó", recuerda quien siguió viniendo a correr por la ?conexión? que experimentaba con el animal.
"Verle los ojos es una sensación especial. En parte, se quita el miedo a la muerte", reflexiona quien dejó de correr los encierros en 1977 y se dedicó desde entonces a sacar fotografías. "He corrido 90 veces. Abandoné el día 8 de 1977 por un susto con un manso".
En su currículo, además de los encierros, cuyas fotografías acaba de recopilar en un libro que ya está en Amazon, destacan sus instantáneas de la guerra. En estos momentos, reside con su mujer, también fotógrafa, y sus dos hijas en Jerusalén, donde ejerce como jefe de fotografía en Oriente Medio de la agencia EPA. "Por la mañana estoy sacando fotografías del conflicto y, por la noche, ceno tranquilamente en familia. No es una vida fácil", confiesa. Y recuerda que también, en la posguerra, trabajó en Madrid, donde inmortalizó las protestas estudiantiles.
Su objetivo, pues, ha estado y está muy cerca del dolor humano y de la muerte. "No sé si se aprende de ello... Me llama la atención las decisiones que tomamos. Trabajo con instantes, hay mucha presión y la gente reacciona como puede", sopesa. De hecho, expresa que las fotografías del encierro tienen semejanzas con las de la guerra. "La diferencia es que al encierro uno va de manera voluntaria", precisa, y detalla que las carreras, para los fotógrafos, tienen mucho que ver con la suerte. "Si pasa algo, tienes que estar ahí. No resulta sencillo".
Jim cumple ya dos décadas en su profesión. Un oficio para el que no se protege el corazón, aunque lo pone en cada uno de los 'disparos' que realiza. "No hago otra cosa que sacar fotos", sonríe quien se aloja en casa de Joe Distler en las fiestas. Consciente de que las obras de un fotoperiodista duran 24 horas, resume su deseo así: "Veo una cosa y quiero mostrársela a la gente. Cada día veo cosas diferentes, cada día es distinto, como la vida, y me gustaría que mis fotos no se acabasen al envolver un pescado con el periódico".