"A los pamploneses que coincidimos en condenar el mal no nos queda otra que poner pie en pared el próximo domingo"
Debo comenzar pidiendo disculpas por la metáfora bélica del título. Hace años Lakoff demostró el peligro de recurrir a determinadas figuras del lenguaje, por la forma en que podían condicionar nuestra percepción de la realidad. El futuro se construye también a través de las palabras y, por eso, las que remiten a conflictos, luchas y guerras civiles, solo acentúan nuestra ruptura interna. Si concebimos la política como una guerra, nos encaminaremos hacia una guerra. Si, en cambio, la concebimos como un baile, nos dirigiremos hacia algo mucho más agradable para nosotros y más esperanzador para nuestros hijos.
Soy tan torpe que apenas hay quien me haya visto intentando bailar. Doy gracias por no haber nacido allá donde los bailes de graduación son una tradición obligada. Pero, por mucho que los bailes me aterren, aún lo hacen más las guerras, sobre todo las civiles. Y, con todo, todavía es mayor el malestar que me causa la perspectiva de vivir escondiéndome, sometido a quienes soñaban con borrarnos del mapa y todavía consideran la identidad (sí, identidad) que recogí de mis padres y abuelos y que modelé junto a mis hermanos, un pecado contra no sé qué esencia, que dicen querer recuperar. Tener que disimular, que andar de puntillas, como hacen a diario, desde hace décadas, muchas personas de bien en Etxarri-Aranatz, Goizueta, Leitza y otros rincones de la Navarra que amo, se me haría insufrible.
A lo largo de toda la democracia la izquierda abertzale (HB, EH, Batasuna, Bildu) se ha referido por sistema a la política en términos bélicos. “Borroka da bide bakarra”, la lucha es el único camino, ha sido uno de sus lemas más recurrentes, antes y después de ETA (unas siglas que cuando era niño coreaban con orgullo, haciéndolas omnipresentes, y que ahora, en cambio, quieren convertir en un tabú recordar). La política era borroka, como las fiestas, la enseñanza, el deporte y la lengua vasca. El fundador de HB, Telesforo Monzón, por ejemplo, escribió que cada palabra en euskara era como una bala. No creo que nadie haya hecho tanto daño a la lengua de muchos de nuestros lugares y apellidos como esa metáfora. Hacer la guerra ha sido el eje de la concepción de la existencia de la izquierda abertzale. Para ella, hasta la música es borroka: piénsese en todos los grupos de música que ha fabricado para extender el odio y el espíritu de lucha entre los jóvenes –jóvenes que, a menudo, han terminado destrozando su juventud, sus familias y hasta llevándose por delante la vida de otros.
Esa ha sido, para mí, la verdadera frontera interna de nuestra sociedad. Que en ella hubiera socialistas, socialdemócratas, liberales, conservadores, nacionalistas vascos y españoles, regionalistas, nativos, inmigrantes, euskaldunes, no euskaldunes, etc., no representaba un problema. Que hubiera quien estuviese empeñado en ver la vida como una borroka contra sus conciudadanos y vitorease a quienes los asesinaban, sí. Ponernos de acuerdo entre los primeros, me parece obligatorio. Negarse a pactar con los segundos hasta que no tengan claro que un crimen no es un acto ejemplar, sino un crimen, y que quien lo comete merece una condena, también. No por odio, ni rencor, sino porque esa soledad me parece la única vía para hacerles recuperar la sensatez y poder, de verdad, convivir.
Dentro de esa mentalidad belicista, la capital de los navarros y navarras ocupa un lugar esencial. “Sin Navarra, no queremos nada”, escribió también Monzón. “Navarra es nuestro Jerusalén”, declaró su correligionario Arnaldo Otegi en 2005. En consecuencia, Pamplona, la vieja Iruña, viene a ser su Explanada del Templo, la sede del Sancta Santorum de sus delirios. La Pamplona que “apesta” (de acuerdo con unas pegatinas distribuidas por Ernai, la filial juvenil de Bildu) y que se figuran que ellos van a resucitar y purificar. Sin Pamplona, su avance, su construcción, su conquista (no saben construir más que conquistando), se detiene.
Por todo ello, por mucho que no seamos gente de borroka, y aunque muchos seamos tan tímidos que hasta nos intimiden los bailes, a los pamploneses que coincidimos en condenar el mal (porque objetivamente cualquier asesinato, en 1936 o en 2000, forma parte del mal) no nos queda otra que poner pie en pared el próximo domingo. Hacer frente a quien quiere continuar por otros medios la borroka de antaño y hacernos vivir disimulando, disculpándonos, agachando la cabeza por ser navarros y españoles. Y la única forma de evitarlo pasa por no dispersarnos, dejar para otro día las rencillas y votar a la lista más fuerte. Sólo así se podrá ganar la batalla de Pamplona.
Iñaki Iriarte López Profesor de la EHU/UPV y parlamentario foral de Navarra Suma
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