Obras inéditas de diversos autores ya fallecidos
Anuncian para esta temporada editorial la publicación de varias obras inéditas de diversos autores ya fallecidos. Es como si a la posteridad le hubiera entrado una súbita fiebre arqueológica, un ansia detectivesca por husmear en los cajones con el fin de iluminar zonas oscuras de la historia literaria. No son frecuentes los hallazgos de esta clase, y menos si se trata de pesos pesados de las letras. Antes se producían de uvas a peras, pero se ve que la cosecha del año viene pródiga, con novelas de Vázquez Montalbán, de Francisco Umbral y de nada menos que Gabriel García Márquez, entre otros. Cuando corre la noticia de descubrimiento de tal calibre se levanta un revuelo de satisfacción académica que se contagia al público lector, sobre todo al público que aunque no haya leído nada del autor rescatado es amante de las novedades. Será que leer la pieza inédita convalida. Luego la euforia se torna decepción al ver que se trata de obras menores, las más de las veces apuntes inacabados y precarios, o escritos de juventud que el autor libró del fuego más por descuido que por el propósito de verlos publicados algún día. Si algún vacío vienen a cubrir, no suele estar en la bibliografía del escritor, sino en el bolsillo de unos herederos codiciosos y en la caja de editoriales oportunistas con escaso aprecio del buen nombre de sus autores y de la dignidad de su catálogo. Pasó hace poco con los decepcionantes diarios de Juan Marsé, lanzados a bombo y platillo cuando aún sonaban los ecos de su funeral. Más recientemente, los suplementos culturales vibraron con lo que se presentó como un poema desconocido de Antonio Machado y que resultó ser una verdad a medias. Desconocido sí lo era, pero llamarlo poema rozaba la temeridad estética. Vista la tendencia, urge un consenso editorial en torno al principio de que no todo lo salido de la mano de un escritor merece la consideración de literatura. De momento, mientras el canon no cambie, quedan fuera listas de la compra, notas adhesivas de nevera, cartas comerciales y bosquejos de relatos, sonetos y dramas. De los tuits mejor ni hablamos, para no dar ideas a editores voraces.