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Políticos y retoques estéticos

Publicado el 19/05/2023 a las 06:00
Miro la fotografía y no puedo evitar un gesto de sorpresa. ¿Es la misma persona?, me pregunto. La vuelvo a mirar. Hoy he consultado la hemeroteca del periódico donde un click proporciona un fantástico viaje de regreso al pasado, aunque sin mi admirado Michael J. Fox y su patinete. Buscaba un asunto relacionado con elecciones anteriores cuando me he topado con una noticia que incluye la fotografía de una persona candidata a los próximos comicios. Y aquí estoy, presa de la curiosidad. Detenida, escudriñando. Hasta me he puesto las gafas. Por impulso, busco una foto actual de esa persona. Tengo las dos imágenes ante mí. Me siento igual que con el popular pasatiempo de ‘Encuentra las 7 diferencias’. Bueno, bien pensado, eso es fácil. Lo complicado es buscar las similitudes del antes y el después. Veo a dos personas distintas y no acierto a saber cuál es su verdadera identidad. Me parece un misterio. Entonces, un miniyo ángel surge de pronto encima de mi hombro derecho y me dice: “A ver, todos cambiamos con la edad…”, pero mi miniyo diablillo, que también ha brotado en mi hombro izquierdo, me sugiere al oído con una sonrisa maliciosa: “¿Retoques?”. No hace tanto tiempo mudar de apariencia para ofrecer a los demás una imagen que, aunque no sea la original, sea más impactante y agrade al resto de individuos, se consideraba una extravagancia, algo incluso poco ético si no era exclusivamente por razones imperiosas. Hoy, las técnicas para quitar de aquí lo que molesta, poner allá la última moda, disimular esta imperfección y hacer que te olvides de aquello se han pulido tanto que la realidad de una persona se desdibuja. ¿Se reconocerá al ver su reflejo en el espejo? ¿Y quienes la rodean habrán olvidado el ayer? Vuelvo a mirar. ¡Cuánto cambio! Lo malo de las operaciones de estética, como de las de estrategia ideológica, es que se han trivializado y convertido en un negocio. Da igual que las consecuencias sean irreversibles y con efectos secundarios en los gobernados. Vuelvo a mirar. Levanto la vista del ordenador. ¡Vaya! Veo que la flor del fondo que compré roja ahora verdea.