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"Que levante la mano quien no haya simulado atender una llamada al cruzarse en la calle con un conocido al que no le apetece saludar"

No hace falta insistir en las ventajas del móvil, esa especie de navaja suiza que de tantos apuros nos saca en el día a día. Que al mismo tiempo nos haya vuelto servidores de las tecnológicas a las que entregamos nuestros datos (o, lo que viene a ser lo mismo, nuestra identidad y nuestra libertad, si es que tales figuraciones siguen existiendo) es tan solo un pequeño inconveniente que no empaña su prestigio. Pero, aparte de las prestaciones materiales para hacernos la vida más fácil, el móvil brinda a sus leales usuarios otros servicios de índole, digamos, espiritual que amplían su radio de acción. Vean un caso. Un hombre atraviesa en diagonal la plaza mayor de una ciudad. De pronto tropieza, dibuja en el aire una extraña pirueta y acaba dándose el gran leñazo contra el empedrado. En vez de permanecer tendido en espera de auxilio, se incorpora velozmente y, consciente del espectáculo ofrecido a su pesar al público de ociosos que sestea en las terrazas, reemprende el camino con una visible cojera sin levantar la vista del móvil que sostiene en la mano. Es evidente que no lo hace por satisfacer ninguna demanda comunicativa, sino solo para cubrir la retirada tratando de recuperar con ese gesto la dignidad perdida en el traspié. Dolorido pero con estilo, vendría a traducirse. De la imagen ridícula a la sublime en un abrir y cerrar de ojos. De estas necesidades del alma también se ocupa el móvil. Que levante la mano quien no haya simulado atender una llamada al cruzarse en la calle con un conocido al que no le apetece saludar. O quien no haya echado mano del aparato para escurrir el bulto en una reunión o vencer el incómodo silencio de una sala de espera. Ahí está el móvil, un asistente para todo siempre dispuesto a ofrecernos seguridad, tanto si se trata de huir de la soledad como de vencer al aburrimiento, de esquivar la tristeza como de reforzar la autoestima. Nunca se ponderará lo suficiente el poder terapéutico de las redes sociales en casos de vacío existencial. Entras, sacudes sin clemencia a alguien, añades fuego al incendio del día, y te salen seguidores como setas. O te haces un selfi y lo cuelgas en TikTok. Gracias al móvil tu vida vuelve a tener sentido. No lo olvides: encendido o apagado, el móvil nunca te abandona.
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