Hay centros de salud donde los diagnósticos corren a cargo del telefonista
Una propuesta desinteresada que ofrecemos a los partidos ante la campaña electoral: abordar en sus programas el asunto sobre el que el otro día alertaba el Defensor del Pueblo, al referirse a los problemas padecidos por las personas mayores en sus intentos cada vez más frustrantes de acceder a los servicios de la administración. La metáfora de la brecha se queda corta. Es más bien un foso, un abismo, un cañón profundo sobrevolado por los buitres de un procedimiento administrativo que parece ideado no tanto para facilitarles los trámites como para disuadirles de llevarlos a cabo. No es fácil adivinar la razón por la que en los organismos públicos se ha pasado del servicial “pase sin llamar” de antaño a este imperio de la cita previa, los teléfonos mudos y las operaciones electrónicas enrevesadas, laberínticas, infructuosas. Ya sé, no me lo recuerden: hubo una pandemia. De entonces procede aquel dicho de “ha venido para quedarse”, aplicado con éxito a todos los malos hábitos adquiridos en tiempos de excepción. Y de entonces viene también la comprobación de que el contribuyente, en especial el longevo, es de una pasta más sufrida de lo que imaginábamos. Para qué vas a abrir las puertas a los incómodos ciudadanos si los puedes mantener a raya lejos de tus dominios, y con mejores resultados. Hoy en las oficinas públicas reina una calma inspiradora, un silencio conventual favorecido por la ausencia del elemento humano a ambos lados de la ventanilla. Siempre es admirable ver cómo los empleados públicos se emplean a fondo en preservar la integridad de su mobiliario. Y en fomentar la promoción de las escalas subalternas; hay centros de salud donde los diagnósticos corren a cargo del telefonista. Por no hablar del traspaso de competencias a los vigilantes jurados, alguno de los cuales acumula ya tantas funciones que circulan rumores de que suena para ministro. En cuanto a las penalidades causadas por la nueva burocracia digital, quizá convenga precisar que no solo son cosa de los viejos. A ver si resulta que los problemas de incomunicación no derivan de su falta de habilidades, sino del funcionamiento deficiente de unas plataformas manifiestamente mejorables; por no hablar, ay, de la incompetencia de los encargados de administrarlas.