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"Otra lección de tolerancia que nos brindan los libros: permitir que el enemigo se introduzca en casa"

A la entrada de la biblioteca, una pantalla de notables dimensiones recibe al visitante. Otra lección de tolerancia que nos brindan los libros: permitir que el enemigo se introduzca en casa. Pero estos caballos de Troya ya cabalgan por todas partes y forman parte del paisaje en todos sus tamaños y modalidades, que son innumerables. Los más viejos del lugar recordarán cuando las dividíamos en dos únicas categorías: la pantalla grande era la de las salas de cine, y la pequeña pantalla era la del aparato de televisión en el cuarto de estar. Ahora se miden por pulgadas, en una escala infinita que va desde el reducido tamaño de los móviles hasta las dimensiones asombrosas de algunos plasmas de bar, pasando por tablets, ordenadores, portátiles, consolas de juego, relojes electrónicos, paneles publicitarios, cuadros de mandos, cámaras de fotos, monitores de vigilancia y navegadores GPS. Encadenando los pasos con los que estos artefactos se han ido instalando sigilosamente entre nosotros hasta envolvernos en una maraña de incesantes e ineludibles reclamos visuales se podría escribir la epopeya de nuestro tiempo, que no es otra que el tránsito de lo real a lo virtual. No hace falta imaginar distopías porque la distopía ya está aquí, representada por ese firmamento de pantallas en ebullición que tan pronto se nos antojan ventanas abiertas al mundo como se erigen en muros que nos separan de la realidad. Conforme crece el número de operaciones cotidianas que efectuamos con la mediación de las pantallas más va aumentando nuestro aislamiento. Cada acto realizado a través de la pantalla es una barrera que se alza entre nosotros y el amigo, el médico, el empleado público, el profesor o el familiar que está al otro lado. Cuanto mayor beneficio práctico obtenemos del uso de las pantallas, más férreo es el control que estas ejercen sobre nuestras vidas. Pronto no quedará nada de la antigua costumbre de mantener contacto directo con los demás y con la realidad, porque todas las comunicaciones habrán de pasar por el filtro de una o varias pantallas como estas que han ido apropiándose de nuestras miradas, adhiriéndose a nuestros cuerpos e invadiendo nuestros espacios. No tardarán mucho en expulsar a los libros de nuestras bibliotecas.
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