"Hoy la censura ya no precisa de regímenes políticos dictatoriales ni de policías que coarten a los autores"
La editorial británica Penguin ha anunciado que en lo sucesivo publicará los famosos relatos infantiles del Roald Dahl con ciertos retoques, para no ofender la sensibilidad de los nuevos lectores. La reescritura afectará sobre todo a las descripciones de personajes que contengan referencias al peso, la apariencia física, la salud mental, el género o la raza. En el frente cultural la beatería sigue abriéndose paso, no cabe duda. Hoy la censura ya no precisa de regímenes políticos dictatoriales ni de policías que coarten a los autores. Para dejar que el mercado actúe por sí solo y sugiera qué charcos esquivar si se quiere asegurar las ventas del libro o la película basta con poner el control en manos de los algoritmos que, tras medir las preferencias mayoritarias, determinen los temas y las formas de expresión adecuadas. Cualquier suscriptor de Netflix sabe de qué estamos hablando. En rigor no deberíamos llamarlo censura, sino algo así como autorregulación de los contenidos en función de la diversidad de escrúpulos del público actual. Pero no nos hagamos de nuevas. En los medios educativos la adaptación puritana de textos es una práctica extendida que goza del favor no solo de autoridades y editoriales, sino de los mismos profesores. A juzgar por lo publicado en los últimos años en el ámbito de la literatura infantil y juvenil, los creadores tienen muy presentes los catecismos morales de la época al elegir historias, desarrollar conflictos, crear personajes y, sobre todo, poner en su boca términos susceptibles de provocar el rechazo de los lectores aleccionados y el respingo de los docentes temerosos de buscarse un lío con la inspección o el consejo escolar. Los catálogos editoriales ofrecen tal cantidad de títulos que no cuesta trabajo encontrar entre ellos piezas debidamente saneadas que se ajusten tanto a los currículums como a los gustos dominantes. Lo que pasa es que a veces el autor que fue de éxito lleva ya unos años muerto. Entonces se propone a los herederos, como en el caso de Dahl, que decidan entre los royalties y la defensa de la obra de su antepasado. El resultado ya se ha visto. Una liquidación de derechos de autor bien vale una tijera.
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