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"Disculpas"

De nuevo alguien, no importa quién, ha pedido disculpas. Que menudeen las disculpas en la esfera pública, tan alborotada a veces, tan encerrada en su obstinación, es una señal de buena salud democrática que hay que acoger con agrado. Pero por desgracia acostumbran a ser excusas matizadas e incompletas, dichas con la boca pequeña, especialmente cuando vienen acompañadas del socorrido condicional. “Si a alguien le ha molestado, pido disculpas”, dijo nuestro hombre de la semana para salir del apuro en que le había metido un desdichado símil en el que equiparaba faldas cortas con luengos salarios. No es el primero en hacerlo. Le retórica de la falsa contrición ya ha automatizado esta fórmula, que bajo el gesto humilde esconde la altanería del que no da su brazo a torcer. Pido disculpas porque lo exige el guion, porque la gente es muy quisquillosa y se ofende por todo, por hacer un favor, como quien dice, pero no porque tenga el deber de hacerlo. En vez de asumir la propia responsabilidad, apunta directamente a la del perjudicado. De manera que pedir disculpas anteponiendo este condicional de condescendencia no supone tanto admitir el error como acusar al damnificado de tener la piel demasiado fina, con lo que el gesto se transforma en una magnánima concesión a las debilidades del que se ha dado por aludido. La jugada sale redonda: lo que empieza simulando una confesión acaba convertido en una exoneración. A esto se reduce la petición de disculpas, envuelta el disfraz de esa virtud tan bien vista últimamente que es la empatía: yo no he hecho nada, pero si te pones así, si eres tan susceptible que no aguantas un símil imaginativo, tan esclavo de tus prejuicios que no te avienes a razones y tan frágil que pierdes los papeles por un quítame allá esas pajas, quedas perdonado, no te preocupes, que aquí estoy yo para seguirte la corriente y redimirte de tus flaquezas con mi gesto de generosidad. Vendrán más disculpas de esta clase, porque los pleitos no cesan y a la mayoría le encanta mantenerse en sus trece. Ya lo advirtió aquel gran cínico que fue Ambrose Bierce: excusarse es sentar las bases de una futura ofensa.
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