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Pide a gritos el boicot a escala planetaria

A la hora en que se disputaba el partido inaugural del Mundial del 78, Borges pronunciaba en Buenos Aires una conferencia sobre la inmortalidad. La coincidencia era deliberada: reflejaba su disidencia ante el entusiasmo desatado por una cita que rebasaba lo deportivo. Alguien había decidido colocar a un costado de la mesa del ponente un televisor donde pudieron verse las imágenes del Hungría-Argentina hasta que, mediada la conferencia, varios de los asistentes exigieron la retirada del aparato. La anécdota ilustra bien la dificultad casi heroica de plantar cara al ímpetu de las celebraciones futboleras. Esta que se nos viene encima ahora pide a gritos el boicot a escala planetaria. Se diría que Catar ha apostado equivocadamente en todos los frentes, desde el laboral hasta el democrático y desde el climático hasta el igualitario. Apenas hay vulneración de los derechos humanos que el emirato catarí no haya cometido en el camino hacia esta gigantesca operación de propaganda cuyo único sustento es el dinero derrochado a manos llenas. Sin embargo no parece que el Mundial esté en peligro. Como una cosa son los principios y otra el derecho al recreo, en el pulso entre aquellos y esta todo indica que ganará la razón lúdica. Decir que la gente necesita una válvula de escape en medio de tanta desgracia se antoja una explicación demasiado simple, entre otras cosas porque si de algo andamos sobrados es de oferta para la evasión. Hay jolgorio abundante fuera del mundo del balón. Como la capacidad humana de desdoblamiento es ilimitada, podemos encontrarnos perfectamente con una situación en la que por las mañanas nos volquemos en criticar con toda crudeza al régimen de Catar por el desprecio criminal de los trabajadores, la marginación de la mujer, la persecución de la homosexualidad y los daños al medioambiente, y por las noches nos apostemos ante la pantalla como un solo hombre, suspendido el juicio y pendientes de las evoluciones de los futbolistas sobre eso que ahora llaman el verde. No sabemos quién se llevará la copa, pero tenemos la seguridad de que el triunfo final está reservado para Catar: un tongo en toda regla a costa de la civilización, de la modernidad y de la decencia.
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