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"El transhumanismo está a las puertas, y poco a poco se cuela por la rendija"

Avatar del undefined Beatriz Sánchez Tajadura15/06/2022
Raymond Kurzweil, director de ingeniería de Google, toma 250 pastillas diarias y asegura que no morirá nunca. Empresas como Alcor perfeccionan la congelación de cuerpos en el momento de la muerte con el fin de descongelarlos cuando exista la tecnología para curar sus enfermedades. Calico, una empresa emergente hija de Google, centra sus esfuerzos, talento joven y mucho dinero en reprogramar células humanas para volverlas inmortales. El objetivo a medio plazo es que los humanos aumenten su esperanza de vida 100 años, siendo conservadores. El auténtico objetivo es abolir la muerte, esa enfermedad tan molesta.
Neil Harbisson sufría una enfermedad congénita que le impedía ver los colores. Hoy no los ve, los escucha. Neil lleva un implante cerebral que brota de su cráneo como una antena de hormiga. En la punta tiene un sensor que convierte los colores en corrientes eléctricas que impactan en su corteza auditiva. Si Neil acerca su antena a una bandera arcoíris, escucha algo similar al Motomami de Rosalía. Además, ha conectado su antena a internet y puede recibir melodías de colores de cualquier parte del mundo. Neil vive en Barcelona y es el primer ciudadano cíborg -organismo cibernético- reconocido de Europa.
Antes de 2050, los profetas de Google vaticinan una explosión de inteligencia artificial que dejará atrás la inteligencia humana. Las máquinas inteligentes serán capaces de perfeccionarse a sí mismas y ya no necesitarán a sus creadores. Nadie sabe exactamente qué ocurrirá después, pero comienzan a irrumpir las voces de alarma.
En la Universidad de Oxford, el filósofo Nick Bostrom ha creado el Instituto para el Futuro de la Humanidad. Una constelación de eruditos le rodean: Julian Savulescu, catedrático de Ética Aplicada de la Universidad de Oxford, Hans Moravec, ingeniero de robótica de la prestigiosa Universidad Carnegie Mellon, y Marvin Minsky, co-fundador del Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT). Tratan de proteger a la humanidad del “riesgo existencial” de las supermentes.
Todos dan por hecho que, ante las máquinas superinteligentes, el Homo Sapiens tiene los días contados. Solo queda una opción: adaptarse o morir. Si no puedes vencerlos, únete a ellos. En otras palabras, abogan por que los humanos se conviertan en cíborgs: una fusión del ser humano y la máquina.
Bajo este paraguas común, tienen propuestas para todos los gustos. Por un lado, los más radicales propugnan un trasvase de nuestras consciencias a un bio-ordenador cuántico. Abanderan una inmortalidad digital, en la que la consciencia humana pervive como un programa informático. Algo así como una mente libre en el metaverso.
Por otro lado, los más moderados se conforman con implantes cerebrales que potencien la cognición humana. Tendremos la inteligencia de Newton, la sensibilidad de Van Gogh y sentidos adicionales, como el sónar de un murciélago y la visión nocturna de un guepardo. Todo esto empieza a ser posible mediante diademas de estimulación cerebral, gorros craneales y nanotecnología. Elon Musk ya ha presentado un prototipo de Neuralink, un implante cerebral con el que teledirige cerdos. Otros, como Julian Savulescu, sueñan con humanos convertidos en Madres Teresa de Calcuta gracias a sprays de oxitocina y modificaciones genéticas en embriones que intensifican la capacidad moral y la espiritualidad.
Todas estas propuestas brotan de una idea común: si queremos sobrevivir como especie, es perentorio aumentar las capacidades humanas. Además, podemos hacerlo. La tecnología ya existe, o es cuestión de tiempo que se perfeccione. Debemos hacerlo. Porque no queda otra opción. Y queremos hacerlo. ¿Quién no querría? Esta es, de manera resumida, la postura de la escuela de pensamiento llamada transhumanismo.
Los mejores laboratorios y empresas de ingeniería informática siguen sus preceptos. Hordas de filósofos y pensadores sociales lo respaldan. Y su agenda marca hoy gran parte de la investigación científica en Estados Unidos, Reino Unido, Canadá y Australia.
Lamentablemente, Europa llega retrasada. El transhumanismo está a las puertas. Poco a poco, se cuela por la rendija. El español Rafael Yuste, neurobiólogo y líder del proyecto BRAIN que está mapeando el cerebro humano en Estados Unidos, ha agitado la mano en señal de alarma. En su opinión, Europa tiene que ponerse a trabajar en un proyecto de neuro-derechos. Hay que proteger la privacidad mental, la identidad personal y el libre albedrío.
Por todo ello, es necesario abrir sin dilación un debate filosófico sobre el uso de estas tecnologías. ¿Qué significa ser humano? ¿Qué es “lo bueno” para un humano? ¿Hasta qué punto una persona puede ponerse implantes sin perder la identidad? ¿Puede la consciencia dejar atrás al cuerpo?
Y, sobre todo, es necesario promover un debate público sobre los valores éticos fundamentales. ¿A qué tipo de sociedad aspiramos? ¿Qué consideramos el bien común? ¿Han caducado los derechos humanos? Pido a nuestros representantes políticos acicaten el debate público en torno a estas cuestiones. Hagamos una propuesta europea propia. No permitamos que sean otros los que tracen el marco del debate. Todavía estamos a tiempo. Empecemos a hablar de humanos y máquinas.
Beatriz Sánchez Tajadura Doctoranda en Filosofía, Fulbright Scholar Universidad del País Vasco (UPV/EHU) – Universidad Pública de Navarra (UPNA)
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