Barras
Vuelven los Sanfermines. Ya están aquí, asoman el morro como los toros en la curva de Mercaderes vistos desde el balcón de la Estafeta. Van dejando caer señales inequívocas: la escalera, que ya ha pasado el último peldaño; la tómbola, dando premios a diestro y siniestro desde hace días; el vallado del encierro, ese prodigio de la ingeniería que asombra al turista; los pañuelos rojos en los monumentos, gran idea, una idea de impacto, ¿no es cierto? Todo se encamina gozosa e inexorablemente al estallido del seis de julio. Pero la señal definitiva de que los Sanfermines retornan a su ser ha aparecido en la plaza del Castillo, dónde si no. Ya saben, lo de las barras. O, para ser más precisos, la polémica montada en torno a las barras. Porque la identidad de los Sanfermines no reside en las peñas, ni en el encierro, ni en los gigantes, ni siquiera en la procesión del santo. Esos son solo pequeños detalles de ambientación. Lo que de verdad mueve este disparatado rincón del mundo a partir del seis de julio, admitámoslo, es el alcohol. Si un año de estos un futuro alcalde saludable y sostenible instaurara la ley seca, los Sanfermines serían un funeral. Se iban directamente a la porra. Así que conviene corregir el punto de vista de los análisis y enfocarlos desde una perspectiva etílica, a la luz de la cual la instalación de barras de bar al aire libre en pleno centro de la ciudad constituye un acierto de primer orden. Pasar de cuarto de estar a abrevadero, de punto de encuentro a megachozna, de zona de paso a área de suministro de vinos y licores a gran escala es consolidar potencialidades para proyectarse al futuro. O algo de ese estilo. No hemos entendido bien la operación barras, la más audaz de las planeadas en el cuartel general de las fiestas para este año del retorno. Podrán ponérsele pegas sanitarias, se le podrá achacar la ocupación del espacio público, podrá intuirse en ella cierto trato de favor a la hostelería y algo de culto a la mugre, pero nadie negará que está inspirada por la fuerza motriz de los Sanfermines, la que atraviesa el programa festivo del chupinazo al Pobre de mí y desde los churros hasta las dianas. Como dijo el autor de Política para adultos: viva el vino.