“He oído comentarios acerca del caos de la calle Amaya, pero como soy peatón no lo he sufrido”

Una lectora de Diario de Navarra, y también mía; -por cierto, la lectora que cualquier escritor me envidiaría-, se sorprende de mi querencia por el Segundo Ensanche, ya que a su entender este deja mucho que desear. Le doy toda la razón en cuanto al tráfico y la escasez de plazas de aparcamiento. Nosotros, como el resto de vecinos, damos muchas desesperantes vueltas para dejar el coche, pero lo cierto es que siempre aparcamos, que todavía no hemos tenido que hacerlo en Lezkairu o Burlada. Pero me temo que esto es lo que ocurre en cualquier ciudad, especialmente en los barrios que como el nuestro, se crearon en una época en la que por nada se esperaba la invasión automovilística que se nos vendría encima, y por eso se construían las casas sin garajes. He oído comentarios acerca del caos de la calle Amaya, pero como soy peatón no lo he sufrido, aunque a pie la cruzo casi a diario, sobre todo para ir al mercado, lugar por cierto de mi gusto. Naturalmente sería estupendo uno con tres plantas hacia abajo y cinco hacia arriba, pero lo veo irrealizable, porque derribar el actual llevaría al desalojo durante las obras, no solo de los puestos y tiendas exteriores, sino de todas la familias que en el edificio habitan. La remodelación del de Santo Domingo llevó a la ruina a algunos, al tener que hacer frente al gasto de la instalación provisional en la plaza de toros y al de la reforma, que además no aumentó la clientela del mercado. Si, Teresa, tiene razón. Nuestro Ensanche podía ser mejor, pero los que nos conformamos con poco hemos disfrutado de él y su excelente comercio, ya que sin alejarnos de casa podemos comprar lo mismo unas zapatillas que un abrigo, una baguette, un brillante, unos alicates, Alicia en el país de las maravillas y La divina comedia. Vivimos en un lugar bien atendido sanitariamente, con un parque como La Media Luna y tantos colegios que podemos elegir el que queramos para nuestros hijos. Y es por todo esto por lo que, pese a los inconvenientes citados, sigo viviendo aquí y no me iría por nada del mundo.