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Su vida, en el monte

Antonio Maritorena Iturralde, un guarda enamorado del bosque

Era de Gartzain, estuvo 24 años guarda en Quinto Real, trabajaba solo en una masa forestal de más de 4.000 hectáreas, entre Erro y Baztan. Confesaba temer a la jubilación. “Esto es lo más bonito que hay”. Así hablaba a Diario de Navarra Maritorena en una entrevista de febrero de 2017

Ampliar Antonio Maritorena Iturralde, en un puente sobre los primeros metros del río Arga, en el paraje de Olaberri, a 775 metros de altitud. Camino del alto de Urkiaga (941 m.), explica
que él mismo construyó el puente con madera de un alerce caído, “un material que aguanta muy bien a la intemperie”. Quinto Real es Erro, en un 70% y Baztan en un 30%.
Antonio Maritorena Iturralde, en un puente sobre los primeros metros del río Arga, en el paraje de Olaberri, a 775 metros de altitud. Camino del alto de Urkiaga (941 m.), explica que él mismo construyó el puente con madera de un alerce caído, “un material que aguanta muy bien a la intemperie”. Quinto Real es Erro, en un 70% y Baztan en un 30%.EDUARDO BUXENS
Publicado el 09/06/2023 a las 18:32
Antonio trabaja casi siempre a más de mil metros de altitud; sin cobertura la mayoría de las veces; y sin hablar con nadie muchos días. Y es feliz. "Esto para mí no es esfuerzo, el monte es vida. Creo que tendría que vivir 150 años”, sonríe en una ladera empinada, 60 años que parecen 20. Difícil seguirle cuando se abre camino entre las hayas y los abetos más altos de Quinto Real.
Desde hace 24 años es guarda en este bosque de Erro y Baztan, en la misma muga con Francia. Naturaleza, historia, guerras, caza, ganado.
Antonio Maritorena Iturralde nació en la casa Gamioa de Berroeta. Eran seis hermanos. “Los padres nos querían mucho, muchísimo, pero no tenían qué darnos”, apura. Aún así, y a pesar de que no se llevaba demasiado bien con los libros, pudo estudiar dos años Agrícola. Y con 16, a trabajar, en la construcción primero y transportando ganado, después, hasta que entró a conservar una masa forestal de más de 4.000 hectáreas, bosques con todos los matices. Reinan las hayas y asoma erguido el Adi (1.459 m.) en una vertiente donde el viento grita al oído más despistado. “He pillado las hojas volando”, dice el fotógrafo. “Hoy ya volarán ya, mientras no volemos nosotros...”, confirma Antonio un aire enfurecido que ha derribado varias hayas; muchas habían quedado “tocadas” en la nevada de noviembre, que les pilló aún con hoja. El peso pudo más. “Es una de las tareas que me toca, recoger todos los árboles caídos, muchos cierran los caminos”, describe minucioso los cientos de kilómetros de pistas que dibujan un curioso circuito. “No sé cuántos kilómetros son, muchos, esto es como una autopista para mí”, apunta Antonio junto al camino que rodea el mojón internacional 135.
“A pie tardaríamos días en recorrerlo todo”. “Pero a mí me gusta ir andando, el guarda tiene que caminar, desde el coche no observas bien. Yo me pongo el gorro, cojo una vara y adelante”, saca los utensilios del todo terreno en el alto de Urkiaga (941 m.), 300 metros de desnivel desde Eugi y 730, de Irurita. La frontera está bien cerca y el primer pueblo es Urepel (420 metros), donde hacen vida los escasos vecinos de la media docena de caseríos habitados en Quinto Real o Kintoa, cinco son de Baztan; el sexto, Zubiondoa, de Erro. “Esto se acaba, no es tan fácil vivir aquí, hay que ayudarles, el ganado mantiene los bosques, de lo contrario la maleza se adueña de todo”, explica Maritorena. Tributan en Navarra y reciben servicios de Francia.
“Si muere alguien, lo entierran en Urepel, han ido allí a la escuela, de Francia les viene la luz”. Antonio Maritorena sube cada día desde Baztan por el puerto de Artesiaga, algo más de media hora invierte en cubrir los 25 kilómetros hasta su casa, en Gartzain, justo en el punto más septentrional de los montes de Quinto Real, que llega en el otro extremo hasta Lindux. Algún día le ha atrapado la nieve y ha tenido que regresar a pie. “Pero no pasa nada”, alivia este hombre dicharachero, que dice manejarse mejor en euskera, aunque es igual de conversador en castellano. Teme el día en que llegue la jubilación. “Ni la palabra me gusta, es bonito estar activo y volver a casa cansado”, reflexiona. Pero Antonio no para demasiado a cubierto. Por la tarde muchos días vuelve al monte.
Antes a pie, ahora, en bicicleta. Monta desde hace dos años, cuando los médicos le recomendaron pedalear tras una operación de rodilla. “Compré una bici estática, pero aquello era muy aburrido, mucho”, enfatiza y gesticula Antonio. Así que su hijo, aficionado a las dos ruedas, le cedió la suya. Ya no se ha bajado del sillín. “El primer año ya fui de Gartzain hasta el cabo de Finisterre.
Cualquier tarde voy al puerto de Izpegi, o a Belate”, ríe de nuevo. Los vecinos franceses tienen derechos de aprovechamiento de pastos, pero Baztan y Erro obtienen madera, leña para los caseríos y para las bordas de pastores y cazadores. Hay más de 80 puestos de caza. Algunos los ha levantado Antonio. Y también la venden “a un precio razonable” en la
Baja Navarra. “Pero solo que caen, nunca se tiran ejemplares para
vender. Estas hayas, Dios sabe cuántos años tendrán”, descubre, amigo íntimo de los árboles; de los cedros y los abetos inmensos, “plantados por el hombre” o de las especies autóctonas como el haya, “que nacen solas”, cuenta bien cerca de los comederos para ciervos y de los bunkers de la Guerra Civil. “Estas, mientras nosotros dormimos, también están creciendo”, mira a las hayas más jóvenes.
“Beti mendian ibilita gaude”, siempre hemos estado en el monte”, se despide Antonio.
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