Serapia Ugalde Úriz y la felicidad a los 105 años

Ciento cinco años dan para muchas anécdotas, muchos avatares, algunos momentos duros y para acumular experiencias y viajes. Así lo puede atestiguar Serapia Ugalde Úriz, nacida en Erro y criada en Viscarret, que tras buscarse “el pan” en París, cumplidos los 50, regresó a Pamplona para cuidar de su hermano, con el que, ya nonagenaria, se trasladó a una residencia a Mutilva. Nacida el 3 de septiembre de 1913, el lunes celebró ese cumpleaños, rodeada de casi todos los familiares que viven cerca. También participaron en la celebración y preparación personal y compañeros de la residencia Amavir Mutilva (ninguno había llegado todavía a los 105 años) y parte de la corporación municipal, que la obsequió por ser la vecina más longeva del valle de Aranguren. Dos días después, este miércoles seguía recibiendo felicitaciones y repasando una trayectoria vital de trabajo y dedicación a la familia. “Pero yo no soy longeva”, bromeaba al reconocer que nadie en su familia ha llegado a esa edad. AL CUIDADO DE HERMANOS La animadora de la residencia, Resu Iriarte, suele bromear con ella. Le “pincha” para saber si de verdad ha llegado a los 105 años en buen estado físico y mental “por no haber tenido marido ni hijos”. Con una sonrisa traviesa, pero con realismo, reconoce que “no se casó, pero sí le tocó una vida de problemas, como a todos”. “Igual es eso”. Pero no hay lágrimas en su rostro al relatarlo. Sólo se aprecia la emoción cuando recuerda la muerte de su madre en sus brazos. Tenía ella 26 años y se quedó al cargo de una familia en la que estaban su padre y cuatro hermanos, el más pequeño con doce años. “Era muy joven para morir, en 1939. Mi padre le sobrevivió once años”, recuerda de aquel tiempo de penurias en el que fue aprendiendo a hacer cosas. “Fui unos meses a Pamplona para aprender a coser. Pero luego, al estar en el pueblo, me pedían que hiciera cosas. Inyecciones, coser, cortar el pelo. Cuando me fui lo sintieron muchos. Decían que se iba el alma del pueblo”. Su salida fue definitiva. Vendió la casa en la que había vivido la familia en Viscarret (su padre, natural de Huarte, trabajó para Fuerzas Eléctricas de Navarra) y recaló en París. Sin conocer el idioma francés y con la referencia de una “chica de Mezquíriz”. Trabajó en la casa de unos condes, en Trocadero. Dormía con otras mujeres que trabajaban en otros domicilios, en el piso de arriba. “Teníamos buen ambiente”. Durante ese tiempo, aún recuerda contenta, vivió frente a la torre Eiffel. “Tuve unos señores que valía la pena llamarles así. Me tenían como de la familia. Eran condes y su hija, con la que tuve contacto después, no era nada remilgada. En vacaciones íbamos a la Costa Azul y allí no tenía horarios, me levantaba a la hora que quería, iba y venía”. Pero la experiencia duró poco. Tuvo que regresar a Pamplona y empezó una nueva etapa, al cuidado de su hermano. Y buscarse de nuevo la vida. En el piso que compró, primero en La Milagrosa y después en Iturrama, habilitó una pensión para estudiantes. “A veces eran tantos los que querían venir que compartían cuarto y yo sin sitio”, dice de aquellos años de trabajo. “Hasta los ochenta para poder cobrar”. Mide las palabras. Piensa las frases, los dichos o canciones con los que adorna el relato de su vida. “He leído mucho. Me daban las cuatro de la mañana leyendo”, dice. Le acompañan en la charla su sobrino Jesús Ugalde Choperena, hijo de su hermano Martín, el pequeño. También la esposa de este, María José Sánchez Goñi. Él le hace la manicura cada semana, con pintado de uñas incluido. “Me dan mucho cariño y así estoy tranquila”. Entre los dos apuntan detalles que ella, por las emociones de estos días y por la incomodidad del audífono que lleva en el oído izquierdo, olvida momentáneamente. Bromea con que fue la primera en la escuela de Viscarret. “Éramos 80. Entonces no había tele y, claro, venían muchos hijos”. Le recuerdan sus viajes a América. “En dos ocasiones. Uno sola y otro, a una boda, con una sobrina. Hay que ir, pues vamos. A París, a Estados Unidos, donde haga falta”, suelta. A América fue a visitar a la familia de una hermana, hija de su padre de uno de los matrimonios que tuvo anteriores a su madre. Y con ellos recorrió California, desde Los Ángeles, a Fresno o San Francisco. Todavía recuerda sus cuestas. No se casó, pero no por falta de oportunidades. “Una vez la madre de uno me dijo que me podría casar con su hijo, pero que en la casa estaría de paso. No sería la dueña . Y le hice caso”. De su vida actual está agradecida. “Sigo las actividades : gimnasia, pintura, lo que sea. Leo el periódico todos los días. Vivo rodeada de mucho cariño y de gente estupenda que me hace la vida muy breve y muy amable. No puedo pedir más”.

Serapia Ugalde Úriz y la felicidad a los 105 años

El personal de la residencia Amavir Mutilva bromea con Serapia Ugalde Úriz por haber cumplido años en su condición. Ella recuerda, casi sin dar importancia, su vida de trabajo con la familia

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