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Obituario

Ángel Iriarte, la voz de los sin voz

Román Felones recuerda al director de Cáritas Diocesana de Pamplona y Tudela, fallecido el pasado domingo

Ampliar CARITAS
El director de Cáritas de Pamplona-Tudela, Ángel Iriarte, en la rueda de prensa de este juevesEUROPA PRESS
  • Román Felones
Publicado el 27/04/2023 a las 06:00
El pasado lunes, 23 de abril, se recogía en primera página de este periódico la muerte de Ángel Iriarte, director de Cáritas Diocesana de Pamplona y Tudela desde hace 23 años. El martes se celebró en la catedral de Pamplona, de la que era canónigo, un masivo funeral presidido por el arzobispo Francisco Pérez en el que, además de las entidades diocesanas, se hicieron visibles representantes de otras muchas entidades civiles y personas que trabajan al servicio de los sectores más vulnerables de la sociedad, entre los que Ángel Iriarte era mucho más que un nombre, era la referencia.
Iriarte era un sacerdote navarro recio, sencillo, trabajador y bien preparado, que siempre tuvo claro que su tarea pastoral no le separaba del mundo, sino que le incardinaba precisamente en él. Su curriculum no era menor: licenciado y doctor en Teología Moral por la Universidad Lateranense de Roma, master en Administración de Empresas, profesor y director del Centro Superior de Estudios Teológicos y del Instituto Superior de Ciencias Religiosas de Pamplona, ecónomo diocesano, vicario de pastoral social y canónigo, su vida parecía estar orientada hacia el ámbito académico y burocrático diocesano. Pero creo que, sin desmerecer todo esto, que vivido con hondura y verdad es otra forma de servicio, su continuidad pastoral, primero en Corella y luego en varias parroquias del entorno de Pamplona, y su vinculación a Cáritas marcaron su vida y su obra.
Lo traté personalmente en mi etapa de parlamentario foral. Las comparecencias de Ángel Iriarte nunca eran de trámite. Siempre iban acompañadas de reflexiones serenas, cifras claras y concluyentes y apelaciones a la resolución de problemas concretos. Sus intervenciones, siempre respetuosas, en pocas ocasiones eran amables para el poder, fuera este del color que fuera. Al buen juicio sumaba su autoridad, ya que a menudo su organización, Caritas, se veía obligada a realizar actuaciones propias de la administración, dado que la burocracia cada vez mayor de ésta retrasaba actuaciones que resultaban imprescindibles. Como espectador atento al devenir de Navarra, he seguido con interés los informes de Caritas, he comprobado que las previsiones de Ángel sobre los problemas de inmigración, vivienda y temas conexos casi siempre se han cumplido, y no dudo de que su voz y reflexiones han sido menos escuchadas de lo que merecían.
La muerte de Ángel Iriarte me suscita dos últimas reflexiones. En una época de secularización creciente y de pérdida acelerada de autoridad moral de la Iglesia como institución, el trabajo de sus organismos entre los sectores más vulnerables me parece relevante y digno de ser apoyado y robustecido. No solo por ser un mandato específico de Jesús de Nazaret, sino también por constituir una forma concreta de manifestarse ante el mundo, ya que trabajar por los más pobres y necesitados suscita una aceptación casi generalizada en la sociedad en la que vivimos.
Pero la figura de Ángel Iriarte no se representa solo a sí misma. Estoy seguro que él aprobaría que la mirada se extendiera a todas las personas e instituciones que colaboran en esta labor social y asistencial: fuera de nuestras fronteras, por parte de misioneras, misioneros y laicos, y en nuestras comunidades, donde la pobreza se enquista pese al enunciado retórico de la política oficial. Y entre nosotros tiene un nombre, Caritas, cada vez más conocido y lamentablemente cada vez más necesario. Solo por eso, si no hubiere otras razones que lo justifiquen, merecería la pena colocar la cruz en la casilla de aportación a la Iglesia en la declaración de la renta. En la seguridad de que esa ayuda, grande o pequeña, será bien utilizada en beneficio de los más necesitados. Es la última lección que nos brinda Ángel Iriarte, ciudadano navarro, sacerdote y benefactor tempranamente fallecido, del que no estaría mal que la diócesis de Pamplona y Tudela y el Gobierno de Navarra se acordaran en la concesión a título póstumo de alguno de los numerosos premios que tienen instituidos para honrar la memoria de los que trabajaron en favor de la Iglesia que peregrina en Navarra y de los ciudadanos, creyentes o no, que conforman nuestra Comunidad.
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