Un comando de ETA ha colocado cuatro bombas en cuatro sucursales bancarias de Pamplona. Un hombre de 38 años que trabaja como portero en un edificio anexo a una de estas entidades ha salido para barrer la acera. Alertado por la presencia de un maletín, se acerca lo suficiente y lee una nota que dice: “bomba”. Se aleja inmediatamente, telefonea a la Jefatura Superior de Policía y regresa al zaguán del edificio donde trabaja para impedir que los vecinos se asomen. Son cerca de las siete de la mañana. La policía acordona la zona y los artificieros dirigen el robot hacia los tres kilos de explosivos. El portero se protege entre el tabique y los ascensores, siempre pendiente de la presencia de algún vecino despistado. De repente, a las 7.17 horas, una fuerte deflagración se lleva por delante el robot, los cristales de las viviendas de los alrededores, incluso de la propia Audiencia, y casi la propia vida de aquel hombre llamado Fernando Andueza Sanz.
Sucedió el 26 de enero de 1994, pero las cicatrices siguen abiertas en la memoria de aquel portero que trabajaba en el número 38 del Paseo Sarasate hasta que se jubiló hace cuatro años. Su testigo lo tomó en la misma portería Asier Urzay, de 48 años. Nada menos que la voz de la Plaza de Toros de Pamplona antes del encierro.
Ambos, junto a otros compañeros de profesión de otros edificios, Juan Carlos Álvarez, Yvonne Carreño, Patricio Andión y Peio Mendia (presidente del Colegio de Administradores de Fincas de Navarra) visibilizan en este reportaje una figura profesional tan desconocida como esencial, tal y como demostraron durante la pandemia. Un oficio que, sin embargo, languidece hasta la extinción. “Porque una vez que nos han ido jubilando muchos vecindarios han decidido prescindir de nuestros servicios para externalizarlos hacia empresas de servicios integrales, tratando así de abaratar costes”, explican.
“Nos hemos convertido en los últimos de filipinas”, lamenta Asier Urzay. “Los grandes olvidados”, agrega Yvonne Carreño. “Los últimos guardianes del castillo”, describe Patricio Andión. “Pero lo barato sale caro”, avisa Juan Carlos Álvarez. Los porteros del siglo XIX disfrutaban de infravivienda en el propio edificio, muchas veces en semisótano y algunas en áticos, en servicio permanente. Ya en el siglo XX, la jornada se fue reduciendo y se generalizó el puesto para hombres. Fue a partir de la década de los sesenta, con el auge de la construcción, cuando la evolución de esta actividad en cuanto a funciones, reconocimiento y remuneración se hizo más notable, consolidándose como una verdadera profesión.
Aunque sus funciones hoy quedan enmarcadas en el sector de empleados de fincas urbanas, se considera “portero” cuando se le dota al trabajador de vivienda en el inmueble. Y se habla de “conserje” de la personas que atiende el bloque sin que se le facilite vivienda. Pese a esta diferencia, los protagonistas de estas tres páginas comparten una máxima: “Oír, ver y callar”.
Yvonne Carreño (56 años), conserje con 18 años de experiencia en un edificio de ocho plantas con oficinas y viviendas: “Nuestro trabajo garantiza que funcione el edificio”
Al ver a Yvonne Carreño tras el cristal de la portería en la que trabaja como conserje en Carlos III, da la sensación de que pilota un trasatlántico en medio de un mar de reflejos y paseantes. Una majestuosa nave de ocho plantas y dos portales donde comparten espacio viviendas, oficinas, baños, garajes, sala de calderas... “El trabajo consiste principalmente en garantizar un buen funcionamiento del edificio en las zonas comunes y ofrecer tranquilidad a los vecinos”, asiente. Uniformada con chaleco y zuecos, confiesa que lo que peor lleva son las obras en el bloque. Una situación que la obliga a permanecer en alerta. Su jornada, en turno partido, arranca a las 7.45 horas y finaliza a las 18.30. “Me gusta limpiar las zonas comunes a primera ahora y a partir de las once reparto el correo, me siento, vigilo e informo”. A la izquierda de este timón imaginario, se encuentra la puerta de acceso a viviendas, siempre cerrada, y a su derecha la de oficinas, abierta en todo momento. Hace 18 años tomó las riendas de su padre, Miguel, un artista del cristal que se vio obligado a jubilar como conserje por una dolencia. Antes del retiro, su padre le dio un consejo. “Me dijo que lo importante es buscar soluciones y ser amable. Que la gente se sienta cómoda con mi presencia y salude por el nombre”. El día finaliza con una última ronda por el edificio, supervisando y refrescando cada rincón con ambientador.
Juan Carlos Álvarez (56 años), conserje desde hace 15 años de dos portales de seis plantas cada una con oficinas y viviendas: “En esta calle hay dos bloques que ya se han quitado los porteros”
El mejor momento para realizar el trabajo de limpieza es a las siete de la mañana, antes de que los vecinos salgan de sus casas”. Juan Carlos Álvarez dedica dos horas al día al saneamiento de los dos portales en la calle Paulino Caballero. Cristales, suelos, basuras, vigilancia, mantenimiento en general del inmueble además de comprobar el buen funcionamiento de luces y calderas. “El secreto del trabajo de un conserje radica en la relación con la vecindad. En abordar con mano izquierda los pormenores que puedan entrar desde la calle”, indica. Entre tabiques de ladrillo, su portería se localiza entre tabiques. Muy diferente a la acristalada de su colega Patri, al otro lado de la acera. En el interior solo guarda material de trabajo: una caja de herramientas, escobas, llaves, un calendario y dos mesas. Al preguntarle si la suya es una profesión en extinción, asiente con resignación. “En esta misma calle hay dos comunidades que ya se han quitado los porteros y han externalizado nuestro trabajo”, lamenta. “Al final, los vecinos se dan cuenta con el paso del tiempo que lo barato sale caro. Y el trabajo que hacemos no se valora hasta que dejan de vernos. Hasta que desaparecemos”.
Patricio Andión Esparza (54 años), portero desde hace 15 años en un edificio de siete plantas de viviendas y oficinas: “Si escucho algo raro y estoy en la cama, me visto y bajo”
Soy algo así como el guardián del castillo. Si escucho un ruido extraño por la noche, aunque me encuentre en la cama, me visto y bajo las escaleras al portal para comprobar de qué se trata”. Han sido muchos ruidos extraños durante los 15 años que lleva trabajando como portero, especialmente los fines de semana, a los que ha tenido que enfrentarse Patricio Andión Esparza ‘Patri’ desde que tomó el relevo a su tío Jesús. “Un buen portero debe ser discreto y educado”, destaca este principio al finalizar por la tarde la última ronda en un edificio de siete plantas de viviendas y oficinas de la calle Paulino Caballero. “Reviso que todo sigue en orden y que no hay gente extraña merodeando. A veces, incluso, toco las puertas donde sé que viven personas mayores”. A las ocho de la mañana, la primera tarea la dedica a la limpieza del ascensor y el portal. Y un par de veces a la semana pasa la fregona por el edificio. “También reparto el correo en mano y encargos puntuales”. Casado y padre de una hija que vive en New Orleans, cuenta que su tío le dio un único consejo tras 20 años de oficio: “Oír, ver y callar”. Y esto es precisamente lo que trata de hacer cuando permanece en el interior de la garita de cristal o sale a la acera y permanece quieto en la puerta para que desde fuera sepan que en este vecindario hay portero. “Puedes ser callado, como mi tío Jesús, pero a mí me gusta interactuar. Quizá porque vengo del comercio”. Su carácter extrovertido se evidencia en el interior de la misma torre de cristal de la fotografía que decora con enseres regalados por los propios vecinos o sus familiares una vez que han fallecido.
Fernando Andueza (67 años, jubilado) y Asier Urzay (48) porteros-conserjes en el mismo edificio de siete plantas de viviendas y oficinas: “Somos imprescindibles en edificios de envergadura”
¿Qué hace la voz del encierro en la Plaza de Toros de Pamplona en un portal de un edificio de siete plantas? “Soy portero-conserje”, sonríe Asier Urzay, de 48 años, remarcando la diferencia entre el primero y el segundo. “El portero vive en el edificio y el conserje no, pero ambas somos figuras polivalentes”. En cualquier caso, el éxito del trabajo radica en saber coordinar bien los diferentes aspectos que conlleva un edificio de envergadura: mantener todo limpio, estar pendiente de las luminarias, vigilar calderas... “Realizamos una importantísima labor de prevención. Allá donde hay portero hay seguridad y las empresas de mantenimiento lo saben. Si escucho un ruido raro en la bomba o detecto que los manómetros han bajado de presión llamo por teléfono al técnico de referencia. Esto supone un gran ahorro para la comunidad”. Esta mañana de miércoles, víspera de Semana Santa, Urzay ha tomado café con tres compañeros de otros portales. Osasuna ha pasado a la final de la Copa y la conversación ha pivotado sobre esta gesta. Sin embargo, antes de lanzarse a hablar del partido, han ayudado a una compañera a gestionar una fuga de agua en su inmueble, evitando una inundación. “Nos sentimos muy solos como colectivo, así que nos ayudamos mucho”, se sincera, admitiendo que la complejidad del momento. “Hay comunidades que han encomendado nuestro trabajo a empresas externas y luego se han arrepentido. Se dan cuenta de que el servicio que reciben no es el mismo. Incluso más caro. Nosotros estamos todo el día al pie del cañón y eso se nota. Permanecemos en coordinación con los administradores de fincas y las propias juntas rectoras vecinales. Todos somos piezas imprescindibles”.
La conversación con Urzay queda interrumpida por la llegada de un hombre con una bolsa de la compra. “¡Mira, ahí tienes a mi antecesor!”. La voz de la Plaza retumba al descubrir a Fernando Andueza. Ahora la conversación gira en torno al mismo hombre que protegió a los vecinos en aquel atentado de ETA en enero de 1994. “Estoy poniendo en valor nuestro trabajo”, le explica, tomando las riendas de la entrevista. Fernando sonríe. “¿Qué destacarías como portero después de 37 años como portero?”, le pregunta. “Creo que lo primero que hay que tener es don de gentes, ser discreto y paciente. Porque uno tiene tantos jefes como vecinos”, responde. “El trabajo ha cambiado mucho desde entonces. En muchos edificios había casas con calefacción de carbón y leña y los porteros trabajaban 24 horas al día reponiendo las calderas. En mi caso, tenía que estar pendiente -día y noche- de encender y apagar las luces de manera manual”. Hace cuatro años se jubiló y hoy es copropietario en este bloque de recuerdos. “En definitiva, somos personas que hacemos una discreta labor de seguridad”, prosigue Urzay. “Con delicadeza y educación, proporcionamos un filtro para que la casa esté controlada. Llevamos a cabo cientos de trabajos que pasan desapercibidos. Además, un portero siempre da categoría a un edificio de envergadura. Somos imprescindibles”.
Peio Mendia, presidente del Colegio de Administradores de Fincas de Navarra: “Un buen conserje ahorra dinero a la comunidad”
Si hay alguien que pueda confirmar la desaparición de los porteros de los edificios en Navarra, esta persona es el presidente del Colegio de Administradores de Fincas. “Estamos hablando de una profesión muy antigua que se regula por un decreto que lleva al Estatuto de los Trabajadores”, explica Peio Mendia. “Una figura que mantiene un salario mínimo interprofesional y unos pluses determinados dependiendo de las funciones que desarrolle, como el mantenimiento de calderas, el número de portales y ascensores...”. Unos pluses que han ido mermando a medida que estos cometidos los ha regulado Industria, aclara. “También es verdad que la mayoría pacta un salario de forma personalizada”. Respecto a la eliminación de esta actividad, admite que va a menos. “Porque conforme se jubilan no los sustituyen. Los vecindarios han optado por ahorrar. Y, para ello, externalizan los servicios a empresas de limpieza. Lo hacen también para evitar problemas y gestiones, puesto que cada vez es más complicado el tema de los riesgos laborales, entre otras causas”. Otro de los problemas, apostilla, tiene que ver con las bajas y las vacaciones. “¿Cómo encuentras a una persona de confianza y la sustituyes? No es fácil. Y todos estos factores influyen”. En cualquier caso, el problema no es reciente. El punto de inflexión comenzó a notarse durante los años ochenta. “La venta de un piso de portero en una comunidad era un ingreso importante para los vecinos a la hora de afrontar una obra y no lo dudaron”. En cualquier caso, la situación de inseguridad actual en grandes capitales tras la pandemia está provocando el efecto contrario y su presencia se recupera en edificios de gran envergadura. En Pamplona, no obstante, el fenómeno se resiste. Aunque se les puede ver en zonas del Ensanche, Iturrama y San Juan, “no cuaja del todo”.
Pese a que no se maneja el número de estos trabajadores en Navarra, Mendia subraya el valor de su presencia. “Una comunidad de vecinos con un conserje trabajador puede ahorrar un montón dinero en gremios, además de mantener el edificio bien cuidado y garantizar seguridad”.