Patxuka de Miguel: "Los restos humanos son lo más íntimo de las sociedades del pasado"

Las manos de Patxuka de Miguel recogen a criaturas recién nacidas en el paritorio y las colocan en el regazo de sus madres, agotadas tras el alumbramiento. Esas mismas manos limpian huesos de hombres, mujeres, niños y niñas que vivieron hace cientos, miles de años. Sus dedos y sus pinceles limpian el polvo y tratan de averiguar cuál fue la causa de su muerte. Si en aquel momento histórico un golpe en el cráneo, una sinusitis o una infección tras el parto los llevaron a esa tumba en la que ella trabaja. María Paz (Patxuka) de Miguel Ibáñez (Pamplona, 1961) es matrona y arqueóloga especializada en Paleopatología (estudio de las enfermedades del pasado a través de restos humanos). La semana pasada recibió una de las cruces de Carlos III que el Gobierno de Navarra concede a personas que han destacado en algún área de conocimiento (compartió galardón con el psiquiatra Vicente Madoz, la periodista Judith Torrea... entre otros). Patxuka de Miguel es matrona en el Hospital Virgen de Los Lirios de Alcoy (Alicante), profesora asociada del área de Prehistoria de la Universidad de Alicante y su doctorado versó en 2016 sobre el enterramiento islámico en el subsuelo de la Plaza del Castillo de Pamplona, cuando se excavó para construir el actual parking. Cuando puede, le encanta viajar a Pamplona e instalarse en la casa familiar de Carlos III, construida por su abuelo, un pastor de ovejas de Uztárroz (Roncal), que emigró y regresó de Nuevo México (Estados Unidos). Es vocal de la Asociación Española de Paleopatología. ¿Siempre supo que quería ser enfermera? Desde pequeña porque me gustaba el cuidado, que es el fundamento de cualquier profesión sanitaria. Y desde que empecé la carrera, supe que sería matrona. Me atraía el cuidado de la mujer y pertenezco a una generación en la que se trabaja sobre todo en el parto y el postparto. Actualmente, las matronas atendemos otros momentos de la vida fértil de las mujeres. Yo he trabajado siempre, desde 1985, en un paritorio. Habrá traído al mundo a miles de bebés. ¿Qué se siente al tener una nueva vida entre las manos? Mucha emoción. Es un momento muy satisfactorio. De lo mejor que te puede pasar en la vida. Cuando todo transcurre bien, claro. ¿Si no va bien? ¿Cómo se afronta un mal parto, un duelo o un bebé con una enfermedad inesperada? Hay que trabajar el acompañamiento a las familias. A la madre, que es la principal impactada y al resto de los familiares. Las revisiones ahora son mucho más avanzadas que hace casi cuarenta años y el diagnóstico prenatal, el seguimiento a la madre durante el embarazo (los controles analíticos y ecográficos) son mucho más exhaustivos y existen más recursos para evitar que la gestación termine en un episodio adverso. Además de esta evolución sanitaria, ¿qué otros aspectos han cambiado en el transcurso de los embarazos y partos? Las gestaciones son ahora más complejas por la edad de la madre, lo que trae patologías (diabetes, tensión arterial alta...) que pueden conllevar complicaciones. A las mujeres se las prepara mucho para el parto pero ¿qué ocurre con el puerperio y la lactancia? A veces, hay problemas... El postparto es fundamental, una etapa muy importante para la adaptación a una nueva familia. El 97% de las mujeres pueden tener un parto y una lactancia normalizadas pero, a veces, es necesario el apoyo. Para que la lactancia funcione se precisa el soporte de la pareja, que las mujeres tengan su tiempo, que se amplíen las bajas de maternidad... A veces, no dejamos fluir a la naturaleza porque vamos muy deprisa y la crianza es tiempo y dedicación. INYECCIONES Y EXCAVACIONES Resulta curioso que ya trabajando como matrona, quisiera ser arqueóloga... Siempre he dicho que antes de poner mi primera inyección, ya había hecho mi primera excavación. Fue en 1981, cuando terminé COU, en Velilla de Ebro (Zaragoza), un campo de trabajo al que acudí con el Instituto de la Juventud. Me gustaba mucho la historia pero tenía claro que quería ser enfermera. Y aún ahora, sigo viendo la arqueología como una afición. Cuando ya tenía mi plaza en Orihuela (Alicante) y mis turnos en el hospital, comencé la carrera de Geografía e Historia. Hacía guardias de 24 horas y el resto de la semana podía ir a la universidad. Me encantaba la Prehistoria, excavar en los veranos en algunos yacimientos y limpiar cerámica. Hasta que una profesora de la Universidad de La Laguna (Tenerife), donde hice un curso, me preguntó: “Y tú, ¿con la formación que tienes por qué no te dedicas a los restos humanos en vez de estar pegando cerámicas en un laboratorio?” Así empecé a interesare por la arqueología de la muerte y asistí a congresos de Paleopatología, el estudio de las enfermedades del pasado (con una antigüedad mayor a cien años) a través de los vestigios arqueológicos. El primer caso que publiqué fue el de una cremación de las necrópolis de la Serreta, en Alcoy (Alicante). Se descubrió una sepultura con dos urnas: una de una mujer joven y otra, de un individuo perinatal, ya nacido pero incinerado. Todo nos hizo sospechar que la muerte estuvo relacionada con complicaciones de la maternidad. A finales de los años noventa, me dieron una beca para estudiar el mundo de la infancia. Parece apasionante... Lo es. Yo no hablo de muerte sino de vida. A fin de cuentas, los restos humanos son lo más íntimo que queda de las sociedades del pasado. Tengo la inmensa fortuna de que contemplo directamente a las personas que construyeron esa parte de la historia. Nos cuentan sus historias vitales. Te hablan de vida. Aunque en algunos casos, sepamos las causas que les llevaron a morir. ¿Y de qué le hablan esos huesos? ¿Cómo fueron las vidas de aquellas personas? Lo primero y más importante es saber la edad y el sexo de los restos humanos. En esqueletos bien conservados por encima de la adolescencia es más fácil saberlo y en el 95% de los casos, se acierta. Pero por debajo de la pubertad resulta más difícil la asignación sexual (a no ser que trabajes con la genética). Los huesos te dicen en qué parte de la necrópolis está, qué cuidado tuvieron los enterramientos, las tallas, si tenían traumatismos, la salud dental, si habían tenido heridas curadas o no, si sufrían algún grado de discapacidad (amputaciones, traumatismos graves que supusieran alguna dependencia hacia el grupo). También se pueden inferir cuáles eran los síntomas de las personas con enfermedad (en caso de lepra se modifica su aspecto). Las personas con discapacidad estaban integradas porque vivían en sociedades interdependientes en las que todo sumaba y cada uno aportaba lo que sabía. ¿Y todo lo averigua solo por los huesos? Pero incorporado en un contexto histórico. No es lo mismo estudiar una población prehistórica que entrar en el Madrid del siglo XIX. Los rituales, las patologías... hay que integrarlas en su época. ¿Cuáles eran las principales enfermedades en mujeres y niños? Una de las evidencias es que las mujeres llegan menos a edades avanzadas que los hombres. Mueren antes. Probablemente tendría que ver con motivos reproductivos. Cuando las mujeres tenían muchos hijos, había mucha mortalidad relacionada con el nacimiento y el puerperio (infecciones y hemorragias postparto). Es infrecuente que las mujeres superaran los 55 años. También es probable que las embarazadas murieran por otras causas diferentes al parto (virus, bacterias...) En la infancia, se moría sobre todo por infecciones. Aunque en los huesos solo se ve el 10% de las enfermedades y había infecciones tan fulminante que no dejaban huella. Hasta los 4 años, los riesgos de mortalidad infantil resultaban muy altos (neumonías, diarreas, enfermedades víricas, zoonosis o enfermedades por contacto con animales...) Sucedió así hasta la aparición de las vacunas, a finales del siglo XVIII. ¿Los hombres morían por lo mismo? En algunos momentos históricos, pueden tener más riesgo de fallecer por las muertes violentas (guerras, enfrentamientos interpersonales...) En algunas de las necrópolis que hemos investigado en Navarra, como la de la calle Herrerías de Tudela, Arizkoa (Monreal) o la Plaza del Castillo, hay evidencias de muertes violentas. ¿Cómo valora el trabajo de la necrópolis islámica en la Plaza del Castillo? Creo que fue muy bueno. La arqueología urbana es muy complicada. El equipo que trabajó allí sabía mucho. Lo malo es que no hemos sido capaces de transmitir que hay tres tesis doctorales sobre el tema. ¿Qué le dicen sus compañeras matronas de sus trabajos como arqueóloga? Les llama la atención pero admiten que les cuente todos los rollos que me ocurren. Son gente muy generosa. Aunque lleva más de media vida fuera, ¿le gusta regresar a Pamplona? Mucho porque aquí vive parte de mi familia y conservamos la casa familiar, que construyó mi abuelo cuando regresó de América donde trabajó como pastor. Mis hermanos y yo somos la primera generación de universitarios de la familia. Patxuka de Miguel había iniciado su tesis doctoral en Prehistoria cuando decidió cambiar de tema. “Fue casi un acto de ‘terrorismo afectivo’. Se empezaba a excavar en la Plaza del Castillo para construir el parking y me pareció interesantísimo investigar en mi ciudad”, recuerda ahora aquellos años de 2001 y 2002. Aunque el acceso a la excavación estaba restringido, ella consiguió un permiso para entrar y los arqueólogos de la empresa Trama, con Mercedes Unzu al frente, le hicieron la siguiente pregunta. “¿Qué ves aquí?”, rememora que le inquirieron señalando las tumbas. “Y yo no veía nada raro. Solo que se trataba de una necrópolis islámica. Había visto muchas en Alicante y las conocía”. ¿Y en qué se diferencia ese tipo de enterramiento? En el ritual cristiano, los cuerpos se entierran decúbito supino (bocarriba), con la cabeza hacia el oeste y los pies, hacia el este. En el islámico, sin embargo, se depositan decúbito lateral derecho (de lado) y mirando hacia el este (a La Meca, la ciudad sagrada del Islam). Databa necesariamente del siglo VIII. ¿Qué encontraron en aquella necrópolis inesperada? 172 tumbas, fosas simples, como marca la norma. Constatamos que había muchos restos infantiles, lo que contradecía la primera hipótesis de que esos musulmanes integraban un destacamento militar. La mitad de la población era menor de 20 años, algo habitual en las sociedades antiguas. Documentamos la presencia de hombres, mujeres, infantiles y juveniles de entre 14 y 18 años. Cinco hombres murieron por violencia (presentaban traumatismos en el cráneo y el cúbito, como defensa). ¿Cuáles fueron las principales causas de muerte entre los niños? Las infecciones (sinusitis, tuberculosis...), enfermedades carenciales (anemia) y algún tipo de tumor. ¿Y entre las mujeres? Había algunas embarazadas entre los restos pero no sabemos si murieron a consecuencia del embarazo o por alguna infección que les afectara más (como ha ocurrido con otros virus). Entre las mujeres, se observaron también varias manipulación dentaria (se habían limado los dientes, una práctica prohibida por el Islam) ¿Qué supuso personalmente para usted investigar en su ciudad? Fue algo absolutamente satisfactorio. A mis directores de tesis, Mauro Hernández y Sonia Gutiérrez, catedráticos de Prehistoria y Arqueología de la Universidad de Alicante, les interesó mucho. La mía no fue la única tesis que salió de esa excavación. Figuran las de Lara Fontecha y María García Barberena. ¿Qué piensa cuando pasa por la Plaza del Castillo? Saludo a quienes quedan. Porque sigue habiendo más restos humanos.

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